La vida de
Tim Guénard fácilmente daría para un drama premiable en Hollywood (o en los
César franceses, dada su nacionalidad): abandonado por su madre y apalizado
hasta el coma por su padre, Tim logró hacerse un hueco en las calles de París
como un sintecho sufriendo violaciones y dedicándose a la delincuencia primero
y al boxeo después.
Logró
alzarse con el título de campeón nacional de su categoría pero su único motor,
según explica, era el odio. No obstante, los sucesivos encuentros con los que
el Big Boss le obsequió -según cuenta en su libro “Más fuerte que el odio”– le
cambiaron la vida por completo. Aprovechando que pasó por Barcelona para
participar en el congreso Cor Iesu, Vultus Misericordiae, transcribimos en
formato de entrevista su testimonio:
Tu historia
empieza en lo más bajo…
Sí, pero
quiero destacar que gracias al Big Boss, uno puede enderezar su vida aunque
esté llena de odio. Y yo lo estaba: cuando era muy pequeño, mi madre me
abandonó, me dejó atado a un poste al borde de la carretera. Mi padre me
recogió, pero era un alcohólico: cuando bebía, es como si tuviera un padre
distinto. Un día, un vecino denunció que mi padre abusaba de mí y vino a verme
en secreto una asistenta social. Mi padre quiso saber qué le había dicho a esta
señora: varios días después me desperté en un hospital.
En coma,
según tengo entendido.
Sí. Por
suerte, salí del coma, pero tuve que estar en cama durante tres años. A lo
largo de ese tiempo tuve mucha envidia del resto de niños, que recibían visitas
y jugaban con ellos. Sus familias les hablaban con sonidos bonitos, sonidos que
yo desconocía. Tenía celos de este amor, los miraba como a través de un
escaparate.
Tim Guenard
testimonio conversión misericordia odio big boss
¿Cómo lo
afrontabas?
Por la
noche me arrastraba sobre mis brazos hasta el lavabo para mirar un trocito de
papel de regalo que había recuperado. El papel, que guardaba como un tesoro,
tenía un oso de peluche dibujado. Allí en los baños, mientras lo miraba, tenía
la impresión de que este dibujo me saludaba. Me decía “Buenos días, Tim”. Al
salir del baño, volvía a mover el papelito y obtenía la impresión de que me
decía “Buenas noches”: me había inventado una visita.
¿Cómo
conseguiste volver a andar?
Me lo
propuse. Cada día me caía, pero lo seguía intentando, y los médicos me
preguntaban ansiosos “¿Pero de dónde sacas esa voluntad para luchar?”.
¿De dónde
la sacaste?
Nunca se lo
conté, pero mi secreto era el odio: soñaba con poder levantarme para volver a
casa y matar a mi padre. Sin embargo, al mismo tiempo me notaba raro:
fantaseaba con que mi padre y mi madre pasaban por una lavadora y quedaban
limpios. Quería usar magia, pero llegó un día en que dejé de creer en ella:
solo quería salir del hospital para acabar con mi padre.
Soñaba con
volver a caminar para poder matar a mi padre
Saliste del
hospital tras tres años allí y fuiste a un orfanato…
Exacto.
Recuerdo que un día nos alinearon a todos los niños en la escalera y venían
padres a elegir a un niño para llevarse. Teníamos tres oportunidades para que
nos escogieran, tres jueves. El primer jueves no tenía ni idea de qué pasaba,
el segundo no pude dormir en toda la noche: soñaba con que ganaba un padre y
una madre. No me eligieron, pero veía que los elegidos salían por la puerta
cogidos de la mano de sus nuevos padres y la luz del sol les iluminaba. No a
los padres, eh, a ellos: es una imagen que me acompañó durante mucho tiempo.
¿Qué pasó
cuando saliste del orfanato?
Allí pasé
muchos años, y al salir viví en la calle, en París. Dormía debajo de la torre
Eiffel y mis amigos –aquellos que vivían en bonitos apartamentos- me decían
“¿por qué no nos invitas a tu casa?”, porque sabían que vivía en su mismo
barrio. Yo decía que no podía invitarles porque en mi casa siempre había gente:
tenía un cierto sentido del humor, pero nunca les dije que dormía en la calle.
Otros días dormía en un garaje, entre bicicletas y bolsas de basura. El
problema es que también estaba lleno de ratas, así que volví a la calle y
conocí al señor León.
¿Quién era?
Le conocí
un día cuando vi que estaba leyendo el periódico, moviendo el dedo al tiempo
que lo leía en voz alta. Algo de él me atrajo y los tres días siguientes le
imité: recogía periódicos de la calle y pasaba el dedo por encima de ellos,
pero al tercer día me di cuenta de que el dedo no sabía leer, pero este señor
leía en voz alta para mí.
Tim Guenard
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¿Y así
llegaste a aprender a leer?
Un día le
pregunté cómo se llamaba tal letra, y luego otra, y así: aprendí el alfabeto en
desorden. La primera letra fue la V: la vida, la victoria… Seis meses después,
ya sabía leer gracias al señor León. Gracias a él, podía leer los carteles de
los garajes y elegir solo aquellos que ponía que estaban libres de ratas.
El señor
León parece el primer punto luminoso en tu vida.
Mira, una
vez un periodista me preguntó cómo es que yo puedo creer en Dios si ha habido
tantas cosas malas en mi vida, y le respondí “¿El Big Boss? El Dios a quien yo
amo está vivo, no existe solamente en un libro sino que sale al encuentro de
toda persona en la Tierra”. Le conté esta historia que te acabo de explicar y
le dije que todo el mundo conocía a esta persona como “el vagabundo” o “el sin
techo”, pero para mí siempre fue y es el señor León. Esa fue la primera caricia
del Big Boss: si hoy escribo libros, es gracias a él y a la más bella librería
del mundo: la basura.
¿La basura
es una librería?
Sí, y una
genial además, gracias a toda la gente que tira libros. También es una
excelente farmacia: un día, vi a una persona que tiraba un libro; fui, lo
recogí y me puse debajo de una farola a leerlo. Acabé leyéndolo tres veces; fue
como si hubiera encontrado un hermano o un alma gemela: era la vida de un
hombre llamado Jean Valjean, y su título, “Los Miserables”. La basura es una
gran farmacia porque aprender a leer es una anestesia para nuestro sufrimiento.
Si no me
suicidé, fue gracias a la mirada bondadosa de aquel policía
El señor
León fue, dices, el primer regalo del
Big Boss, como llamas a Dios, ¿hubo más?
Continuamente:
el segundo regalo del Big Boss fue la policía. Durante tres años hice correr
mucho a la policía por los barrios, era mi forma de jugar al balón prisionero
con ellos. Ocurrió que justo me arrestaron el día que no había hecho nada: fue
estupendo, tenía dos chóferes solo para mí. Yo conocía París a pie y en metro,
pero no en coche. Me llevaron a mi primer tribunal y me mostraron a mi primer
juez. Miré a los ojos del juez –cuando era pequeño siempre miraba directamente
a los ojos de los adultos, aunque nos les gustaba y me decían que la bajara,
cosa que no hacía- y no me gustó lo que vi.
¿Qué pasó
con ese juez?
Me dijo que
yo era el delincuente más grande de Francia, me preguntó “¿qué podremos hacer
contigo?”, me llamó “pequeño Jean Valjean” –aunque en ese momento aún no sabía
quién era el grande-… En ese momento retrocedí y me pegué a las piernas del
agente, no quería estar con el juez, sino con ese policía que me miraba con
amor.
Visto tu
historial, resulta paradójico…
Los
encuentros son importantes, pero no siempre nos damos cuenta. Yo viví en la
calle, y allí uno ve las cosas que la gente ve en el cine: ellos pagan por ver
violencia, nosotros la teníamos gratis. Hubo un día en que quería morirme,
acabar con todo… pero hice un Michael Jackson en mi cabeza: adelante y atrás,
adelante y atrás. Lo que me hacía dudar era la mirada tierna de aquel policía.
Muchas veces no nos damos cuenta del poder de una mirada, pero por eso yo
agradezco todas las miradas buenas de la gente que me cruzo. Si hoy estoy
casado y quiero a mi familia, es por aquel día, por aquella mirada. Jamás dije
gracias a aquel policía, será el primero al que busque cuando me reúna con el
Big Boss.
Tim Guenard
testimonio conversión misericordia odio big boss
¿Te seguía
doliendo tanto la falta de padres?
Mucho, yo
me movía por odio y soñaba con tener una madre. Una vez –solo una- fui al
colegio: entré a las nueve y a las diez ya me habían echado. Había un chaval
que estaba hablando mal de su madre, yo moví la pierna y el miró mi pie. Le di
un cabezazo, le rompí la nariz y me echaron del colegio: me resultaba
insoportable que un niño tuviese padre y madre y hablase mal de ellos. Papá y
mamá es mejor que un Rolls Royce o un Ferrari, es un lujo insuperable. Te diré
una cosa, ¿sabes por qué yo quería tener éxito en la vida?
¿Por qué?
Porque hay
quien dice que los niños abusados se convierten en abusadores: hablan de
porcentajes del 70% u 80%.. que los hijos de los alcohólicos ya lo tienen en
los genes, que un niño violado se convierte en violador. A veces la gente
inteligente dice cosas muy peligrosas. Hay niños que no quieren crecer porque
el futuro les da miedo: el camino se presenta lleno de minas; saben que solo un
20% pasará. Yo quería triunfar en la vida porque descubrí que tenía unas
huellas dactilares únicas, un ADN único. “Yo soy único”, me decía, “mi cuerpo,
mi cabeza, mi corazón y mi futuro son únicos”.
Una
conclusión muy valiente.
Yo soy un
ladrón: cuando digo a mis hijos que estoy orgulloso de ellos, eso lo he robado.
Te pongo un caso, una vez decidí robar un banco y para llegar más rápido
atravesé una estación. Allí vi a un padre que estaba con su hijo, y de nuevo me
sentí como ante un escaparate viendo amor ajeno. Tenía ganas de ser violento, y
corrí hacia ellos para pegar a ese hombre, para decirle que se comportara y no
mostrara su cariño en un lugar público. Y entonces él le puso la mano en el
cuello de su hijo y le dijo “Estoy orgulloso de ti”. Me quedé parado, no sabía
que había personas en el mundo que podían hablar así. Olvidé mi objetivo
inicial y fui tras ellos para escuchar lo que decían. Ese día el Big Boss me
hizo dos regalos: me evitó hacer una tontería más y me dio una meta, me prometí
que un día yo hablaría así a mis hijos. Siempre he sido un ladrón, y también la
religión la robé de los cristianos vivos que encontré.
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