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viernes, 25 de septiembre de 2015

Con sida, ateo, se desesperó, pensando en suicidarse... pero un milagro le llevó a la fe y al monasterio




El compositor italiano Giancarlo Menotti, en su melodrama Amahl y los reyes magos, narra una leyenda. Los Reyes magos, en su viaje en busca de Jesús, tuvieron que hacer noche en una casita muy pobre, donde vivía una pobre mujer con su hijo, que sólo podía caminar con muletas. En la noche, mientras los magos dormían, aquella madre, pensando en su futuro, rebuscó en el costal del rey Melchor y le sacó unos lingotes de oro. A la mañana siguiente, al descubrirse el robo, le dijo Melchor: Mira, te perdono; pero debes saber que tu hijo no necesita oro, sino amor. Entonces, la mujer, avergonzada porque había sido descubierta, devolvió el oro. Pero su hijo, les dijo: Ricos y nobles señores, ustedes van con regalos para Jesús. A mí también me gustaría regalarle algo, pero no tengo nada, porque soy pobre. Sin embargo, yo quiero regalarle las dos cosas más útiles que poseo: mis dos muletas. Y dice la leyenda que fue, en ese preciso momento, al entregar sus muletas que Amahl pudo quedarse de pie y se dio cuenta de que había sido curado milagrosamente por Jesús.


En este caso, la generosidad fue el detonante para que ocurriera el milagro y Dios actuara directamente en su vida. Veamos un milagro real.


El 21 de octubre de 1992, moría un joven monje en la Comunidad de Monteveglio, cerca de Bologna, en Italia. Los periódicos sacaron titulares en primera página, diciendo: Ha muerto un monje de sida. Pero veamos lo que realmente había ocurrido. Aquel joven monje había nacido en 1948; a los 20 años había abandonado su casa, viviendo a la aventura por distintos países, dándose entre otras cosas a la droga. Lo metieron en la cárcel y, al salir, recayó en la droga. En 1986, los médicos le dijeron que tenía sida en último grado. El joven, que era ateo, se desesperó, pensando en suicidarse. Entonces, Umberto Neri, un joven monje de Monteveglio, le dijo: Mira, nosotros somos pobres, si quieres venir con nosotros, te daremos alojamiento.Y el joven se fue a vivir con ellos.


En aquel convento nadie le dijo: ¿Quién eres? ¿De dónde has venido? ¿Por qué estás enfermo? Quizás algunos ya sabían algo, pero él fue recibido como un amigo entre amigos. Después de unos meses viviendo en el convento, un día les dijo a todos. Ahora he comprendido que Jesús es Dios, porque sólo, si Jesús es Dios, puede explicarse vuestra vida. Vosotros sois pobres y sois felices, sois humildes y sois felices. Vosotros sois pobres y humildes y me habéis acogido con amor. Se convirtió y vivió durante seis años en aquella Comunidad. En el lecho de muerte quiso ser monje y hacer sus votos, y el Superior lo aceptó con el visto bueno de la Comuni-dad. Murió a los pocos minutos. Monje por pocos minutos. El milagro de Dios estaba concluido, pero los periodistas, con poca seriedad y responsabilidad, aprovecharon para decir que era un monje pecador que moría de sida. No dijeron que se había convertido y que Dios había limpiado su alma y era ya un hombre nuevo .


Ciertamente, la ayuda desinteresada y el ser-vicio a los demás puede ser uno de los mejores modos para encontrar a Dios. Veamos otro ejemplo real de la vida del gran escritor católico francés André Frossard: El día que cumplí 15 años tenía un montón de dinero en mis manos y pensé en pasar la tarde con una prostituta. Tomé el metro para Montparnasse y, al llegar al destino, encontré un mendigo flaquísimo. Cuando quise pasar junto a él, me tendió la mano, no sé si fue piedad o la vergüenza por lo que iba a hacer, pero lo cierto es que el puñado de billetes, que tenía en el bolsillo, se lo di a aquel hombre pobre y yo me regresé a casa. El viaje hacia la prostituta fue un viaje hacia la caridad30 .


Su encuentro con Dios cinco años más tarde fue tan espectacular que lo escribió en su libro Dios existe, yo me lo encontré. Ahí nos habla de cómo en la Eucaristía está la presencia más viva y real de Dios. Él cuenta su experiencia así:


Habiendo entrado a las cinco y diez de la tarde en una capilla del barrio latino de París en busca de un amigo, salí a las cinco y cuarto en compañía de una amistad que no era de la tierra. Habiendo entrado allí escéptico y ateo de extrema izquierda, volví a salir algunos minutos más tarde, católico, apostólico, romano..., arrollado por una ola de alegría inagotable31 .


Dios estaba allí (en la custodia), revelado y oculto por esa embajada de luz que, sin discursos ni retóricas hacía comprenderlo todo, amarlo todo... El milagro duró un mes. Cada mañana volvía a encontrar con éxtasis esa luz que hacía palidecer el día, esa dulzura que nunca habría de olvidar y que es toda mi ciencia teológica... Sin embargo, luz y dulzura perdían cada día un poco de su intensidad32 .


Frossard descubrió a Dios en la Eucaristía. Allí sintió con tal fuerza el amor de Dios que fue transformado en un instante. Por eso, si queremos encontrar a Dios, el mejor lugar es la Eucaristía y, muy especialmente, el momento en el que lo recibimos en la comunión.



lunes, 3 de febrero de 2014

Ser un instante




La certidumbre llega como un deslumbramiento.
Se existe por instantes de luz. O de tiniebla.
Lo demás son las horas, los telones de fondo,
el gris para el contraste. Lo demás es la nada.

Es un momento. El cuerpo se deshabita y deja
de ser la transparencia con que se ve a sí mismo.
Se incorpora a las cosas; se hace materia ajena
y podemos sentirlo desde un lugar remoto.

Yo recuerdo un instante en que París caía
sobre mí con el peso de una estrella apagada.
Recuerdo aquella lluvia total. París es triste.
Todo lo bello es triste mientras exista el tiempo.

Vivir es detenerse con el pie levantado,
es perder un peldaño, es ganar un segundo.
Cuando se mira un río pasar, no se ve el agua.
Vivir es ver el agua; detener su relieve.

Mi vagar se acodaba sobre el pretil de hierro
del Pont des Arts. De súbito, centelleó la vida.
Sobre el Sena llovía y el agua, acribillada,
se hizo piedra, ceniza de endurecida lava.

Nada altera su orden. Es tan sólo un latido
del ser que, por sorpresa, llega a ser perceptible.
Y se siente por dentro lo compacto del hierro,
y somos la mirada misma que nos traspasa.

La lucidez elige momentos imprevistos.
Como cuando en la sala de proyección, un fallo
interrumpe la acción, deja una foto fija.
Al pronto el ritmo sigue. Y sigue el hundimiento.

La pesada silueta de Louvre no se cuadraba
en el espacio. Estaba instalada en alguna
parte de mí, era un trozo de esa total conciencia
que hendía con su rayo la certeza absoluta.

Ser un instante. Verse inmerso entre otras cosas
que son. Después no hay nada. Después el universo
prosigue en el vacío su  muerte giratoria.
Pero por un momento se detiene, viviendo.

Recuerdo que llovía sobre París. Los árboles
también eran eternos a la orilla. Al segundo,
las aguas reanudaron su curso y yo, de nuevo,
las miraba sin verlas, perderse bajo el puente.



Rafael Guillén

viernes, 15 de febrero de 2013

Dawn Eden: El amor de Cristo me había salvado de una depresión suicida



Dawn Eden se convirtió al catolicismo y se consagró a predicar la castidad. Pero había algo en su vida que no había revelado.

Como contó en su día a Religión en Libertad, Dawn Eden, neoyorquina, de origen judío, periodista especializada en música rock, y defensora y ejercitante de la libertad sexual más absoluta, se convirtió al catolicismo en 2006 y se convirtió en un apóstol de la virtud contrapuesta, consiguiendo un gran éxito con su libro de 2008 La aventura de la castidad.

Entonces contó buena parte de lo que había sido su vida anterior (abrazó la fe a los 31 años): "Me atreví entonces a contarle a la gente cómo el amor de Cristo me había salvado de una depresión suicida y me había dado fuerzas para romper con un estilo de vida sexualmente degradante", dice hoy, cuando se acerca ya a los cuarenta.

Pero hubo algo que no contó porque no estaba preparada, y sí ha dado a conocer ahora, al publicar una nueva obra, Mi paz os doy, que lleva el imprimatur del cardenal Donald W. Wuerl, arzobispo de Washington, y ofrece una espiritualidad católica para las personas heridas por el abuso sexual infantil: "En este libro comparto también mi historia como víctima de abusos sanada a través de Cristo y su Iglesia", confiesa.

En el texto recuerda que hubo santos que también padecieron algún tipo de abuso o trauma infantil -no necesariamente sexual-, desde doctores de la Iglesia como Santo Tomás de Aquino o San Bernardo, a otros menos conocidos como Santa Margherita Castello (1287-1320) o Santa Josefina Bakhita (1869-1947). Aunque no fue ninguno de ellos quien sobre todo la rescató, sino la historia de la niña Beata Laura Vicuña (1891-1904), nacida en Chile y muerta en Argentina, y cuya vida se recoge, entre otros, en el libro Santos de pantalón corto de Javier Paredes (HomoLegens).

"Aunque, cuando me convertí, muchos alabaron mi honestidad sobre mi pasado, evité cuidadosamente revelar el dolor escondido que me impedía experimentar completamente la alegría cristiana. Si hubiese sido totalmente abierta, habría tenido que revelar que siendo niña sufrí abusos sexuales", explica Dawn: "Los abusos me dejaron un trastorno por estrés postraumático, que se manifestaba en forma de ansiedad, fobias sociales y flashbacks, además de crisis emocionales en las que me culpaba y acusaba a mí misma de mi propia condición de víctima".

"Llevar mis problemas al Señor me ayudaba", continúa en su blog en Patheos, "especialmente cuando descubrí una antigua oración llamada Anima Christi [la ignaciana Alma de Cristo] que pide ´Dentro de tus llagas escóndeme´. Me daba esperanzas saber que en el traspasado Corazón de Jesús había un lugar para mi corazón herido".

Con todo, el alivio de Edén no era completo. Hasta que un día de diciembre de 2010, hojeando el libro de un amigo, se encontró con "la historia de una niña sudamericana que hizo pedazos mis prejuicios sobre la santidad".

Entre los nueve y los trece años, Laura Vicuña fue asaltada, sin éxito, por el violento amante de su madre, quien se negaba a dejarle a pesar de que conocía las luchas de Laura por escapar de Manuel y los castigos a los que éste las sometía a ambas como venganza. En una ocasión, la madre quiso obligarla a que bailara con él para evitar las consecuencias.

Dawn dice que quedó "chocada" al ver que era muy similar al suyo: "El amante de mi madre abusó de mí. De hecho, es una situación habitual entre las víctimas: una niña que vive con su madre sola y con pareja tiene una probabilidad veinte veces mayor de sufrir abusos que una que vive con ambos padres biológicos".

"Me impresionó profundamente saber que la Iglesia había reconocido la santidad de una niña cuyos sufrimientos eran como los míos. También podía identificarme con Laura en su respuesta a los abusos: ella buscaba la presencia de Cristo en la Eucaristía. No hay que tener mucha imaginación para suponer que, al elevar su mirada del sagrario al crucifijo, también se sentiría acogida en las heridas de Jesús".

Poco antes de morir, tras recibir la comunión, Laura Vicuña quiso hablar con su madre y le reveló que la perdonaba y que había ofrecido su vida a Dios por su conversión. "El testimonio de valentía de Laura me dio el coraje que necesitaba para ofrecer el mío en Mi paz os doy", un testimonio que ella brinda también para ayudar a quienes han sido víctimas de abuso por parte de algunos sacerdotes o religiosos.

"Muchas víctimas precisan ayuda psicológica, pero sus heridas principales son espirituales y requieren curación espiritual. Todo el que ha sufrido un trauma cualquiera sabe que incluso las heridas que están por sanar son santificadoras si se las lleva a la luz del Cristo herido y resucitado. Los santos", concluye, "nos muestran.

miércoles, 15 de agosto de 2012

Graciela de Fadil: Mi gran testimonio. “Ya tenía planificado mi suicidio”


Una mañana Daniel, mi esposo, sale a buscar trabajo, yo ya tenía planificado mi suicidio, por el frente de mi casa pasaba el tren, se acabaría así todo…

Recuerdo que Daniel se fue diciéndome “una puerta se tiene que abrir”, esas palabras retumbaban en mi mente… Fui a visitar a mi madre para pedirle si nos podíamos quedar unos días en su casa porque no teníamos para comer, y así lo hicimos.

DIOS YA TENIA SU PROYECTO PARA MI Y YO NO LO SABIA…

Una noche entre tantas preocupaciones, en mi depresión y dolor que pude lograr dormir un rato, tuve un hermoso sueño. Soñé que se me presentaba la madre de Jesús, la veía bajando del cielo sobre una nube con los brazos extendidos llamándome con sus hermosas manos, cada vez se acercaba mas y mas, hasta que llego a besarme, y ahí desperté asustada, me impresiona tanta hermosura ( no saben lo bellísima que es).

Era la Virgen Milagrosa, pero YO PENSE NOSE PORQUE QUE ERA LA VIRGEN DE LUJAN…(presten atención porque marco esto)

Me levante y le conté a mi madre muy entusiasmada mi sueño. Por la noche me di cuenta que no me había descompuesto en todo el día.

Cada noche al acostarme quería revivir ese momento que fue tan real, pero ya no aparecía mas…


Es un testimonio muy extenso que los lectores de Quierosuicidarme pueden seguir leyendo en el siguiente enlace AQUÍ


Los ángeles me salvaron del abuso y del suicidio


Un testimonio enviado por Migdalia Santiago, en el que relata tres de sus historias con ángeles. Sus relatos nos recuerdan que aún en los peores momentos de la vida, el amor divino nos rodea y nos ayuda si estamos dispuestos a abrirle el corazón.
Tengo tantas historias de la presencia de los ángeles en mi vida que creo que cada día camino con ángeles como compañía. Todos los días antes de salir de mi casa recito esta oración:

Arcángel San Miguel a mi derecha, San Gabriel a mi izquierda, San Rafael a mis espaldas, para que con sus alas me cubran de todo mal, Arcángel Uriel al frente de mí, para abrirme los caminos, y sobre mí, la gloria del Universo Celestial. Amen.
La aparición de los ángeles en mi vida no siempre ha sido en eventos sobrenaturales sino también en gente viva y humana que han sido ángeles guías.
Primera historia de ángeles
Creo que siempre a habido ángeles en mi vida, pero se manifiestan más cuando estoy en peligro o cuando los necesito. Una de las ocasiones más importantes fue cuando estaba sufriendo por el alcoholismo de mi ex-esposo. En esos días, se emborrachaba y perdía el sentido. Todo comenzó con una discusión. Terminó dándome golpes como un loco. Yo trataba de defenderme sin éxito. Me golpeaba sin sentido hasta que me arrinconó dentro de un armario grande. Me apretó el cuello hasta que yo ya no podía respirar. En mi mente entendí que moriría sin remedio. Mi perro Cody tal vez sintió mi sufrimiento y se le fue encima, mordiéndole el pantalón y jalándolo hasta que me tuvo que soltar (primer ángel, mi perro).
Logré salir corriendo del closet y recobrar la fuerza, pero volvió a golpearme y esta vez me golpeó tan fuerte que caí contra la barra de metal del cabezal de mi cama. Sentí que perdía la conciencia y me dejé llevar. Ya no pude luchar.

En ese momento escuche que la cortina de mi ventana se movió, y cuando miré, vi un hombre (segundo ángel) que me pareció alto y fuerte. Era como un indio. Vi sus pies y su pantalón (jean) azul. Sus manos eran fuertes como las de un agricultor que trabaja la tierra. Su camisa era de cuadros y sus trenzas le bajaban hasta el pecho. Cuando ya iba a verle cara, me desmaye. Me desperté cuatro horas después con los gritos y llanto de mi ex esposo que lloraba porque pensó que me había matado. Hoy sé que ese ángel me salvó de la muerte.

Segunda historia de ángeles


Una de las más hermosas historias con ángeles ocurrió cuando sufrí una depresión en 2005. Fue tan profunda que había decidido matarme, pues ya no quería vivir. Sabía que debía vivir, pero ya no lo deseaba. Solo deseaba en esos momentos juntar la fuerza para encontrar un método para acabar con mi vida. Me levanté de la cama y vi que por la ventana brillaba el sol, a través de un rayo de luz que entraba vi las caritas de mis hijos como en medio de un corazón. Un ángel transformaba en corazón el corazón que perdía. Comprendí en ese momento que tenía que vivir, pues mis hijos me necesitaban. Me levanté de la cama, me vestí y me fui a caminar. Me encontré con un viejito chino que se dio cuenta de que yo estaba mal. Me saludó y me habló de su observación. (Segundo ángel del día.) Yo le confesé que estaba sufriendo de depresión. Él me aconsejó que me fuera con él a darme los masajes con piedras jade calientes. Yo lo seguí y me encontré con un sitio lleno de gente china, acostados todos en unas camas que llamaban “nuga beds.” Yo también quise disfrutar de esos masajes y hoy día digo que soy hija de las piedras jade (¡ángeles de piedra Jade!) porque me devolvieron la vida.
Tercera historia de ángeles
En otra ocasión, tuve uno de los peores sufrimientos que puede pasar una mujer que ama con locura: la traición de mi ex-pareja. Me sentí morir cuando lo supe. Me volví a sentir como la niña de cinco años que mi madre me tuvo que dejar. Fue como si se me hubiera acabado el mundo. No encontraba consuelo, ni paz.
Se apoderaron de mí la tristeza, la soledad, el dolor, el rencor y la deseperación. Esta vez no quería vivir, pero no dejé que ese sentimiento me arrastrara esta vez. Fue muy difícil pues no encontraba salida. Cuando más desesperada estaba recordé un grupo que me habían recomendado al que la gente llegaba para sanarse de cosas físicas y emocionales. Yo, como guiada por una fuerza que no era mía, llegue hasta allá. (Creo que eran ángeles.) Todos los rezos y rituales se dieron, pero yo no sentía nada. Seguía tan triste y sin paz, y convencida de que la nube negra del suicidio me vencería. Cuando terminó, el líder del grupo anunció que si deseábamos hablar en privado le dejáramos saber. Otra vez, sin entender qué fuerza me guiaba, levanté la mano. Después de que terminó con una fila de unas cuatro personas, fue mi turno.

Le expliqué que ya no tenía fuerzas para seguir. Él me miró con ojos de amor y me dijo: “Has perdido el espíritu”. Yo dije que sí con la cabeza y comencé a llorar. Él me dijo: “No te preocupes, los ángeles que te cuidan te han traído hasta aquí. Tratare de ayudarte”. No vale la pena explicar los rituales que hizo, solo que invocó con fuerza que mi espíritu volviera a mi cuerpo. De repente sentí que tenía que estirarme y levantar mis manos hacia arriba y sentí como una luz tibia entraba por mi cabeza y recorría mi cuerpo hasta llegarme a los pies. Tuve que moverlos como si caminara y pude volver a respirar. En ese momento sentí el revolotear de los ángeles a mi alrededor.

Son tantas las historias, que no acabaría de contarlas, pero me da gusto contar estas cosas aunque la gente piense que estoy loca. No importa, es lo que viví y es lo que me mantiene viva.

Gracias Migdalia, por compartir tus historias de cómo los ángeles te dieron la fuerza para vivir y convertirte hoy en una persona que ayuda a los demás a mejorar su vida y lograr sus sueños. Los ángeles te acompañan siempre, y tú también eres uno para muchas personas que ahora lo encuentran en ti.

Fuente AQUÍ