Josefina
López vive en Guadalajara, México, a pasos del centro cívico donde tiene
instalado su negocio de mochilas. Lo administra junto a sus hijos y se turna
con ellos para mantenerlo abierto durante toda la semana. Se declara una mujer
de fe, cercana a Cristo. Va a misa todos los días y asiste a la Adoración
Eucarística en una de las capillas de la Parroquia del Sagrario Metropolitano. “Es
un templo gigante, pero es capilla”, dice con humor.
Es madre de
Rubén García, conocido líder de la organización Courage Latino que ha
testimoniado en decenas de videos y medios de comunicación su historia de
conversión y acogida personal de la propuesta de la Iglesia para las personas
homosexuales (conoce su historia en esta entrevista de Religión en Libertad), a
pesar de tener VIH y haberse prostituido.
Pero tras
la transformación de Rubén García hay una diáfana, breve, pero vital historia
de amor materno que relata la página web Portaluz.
Adoración +
amor de madre + súplica con fe… atrae la misericordia
A inicios
de los años 80 Josefina quedó viuda y no teniendo cómo sustentar su familia,
siguió los pasos que miles de sus compatriotas antes y después de ella han
vivido, buscando una mejor oportunidad de trabajo y salario en Estados Unidos.
Su pequeño hijo Rubén tuvo que permanecer al cuidado de su prima y su esposo,
en la ciudad de Jalisco. Llevarlo era imposible y arriesgado: “Me hablaron de
emergencia, así ocurre, y me fui a trabajar. Pero finalmente llegué a destino
donde una prima en Los Ángeles, California. Trabajé en una fábrica de flores y
luego, en un segundo trabajo, le ayudaba a otra amiga realizando aseos en
casas”.
Mientras su
madre permanecía lejos, Rubén entraba de lleno en la adolescencia y al cumplir
14 años comenzó a vivir una de homosexual, abandonó la casa de sus tíos y se
mudó a Guadalajara. Allí vivió sin límites esta homosexualidad. La cadena de
acontecimientos se detuvo bruscamente años cuando le detectaron el Virus de la
Inmunodeficiencia Humana (VIH).
Al recordar
esta etapa, Josefina confiesa que al saber la verdad de su hijo aunque el
dolor, la confusión y los miedos, la dejaban destrozada, como si no hubiera
solución, se aferró con toda el alma a su fe.
“Fueron
varios meses allá en Los Ángeles de ir a la capilla. Siempre pidiendo a Dios
que me pusiera los medios para poder asistir cada día a la Eucaristía. Allí me
allegaba al Santísimo y no paraba de llorar a los pies del sagrario. Y el
sacerdote me abrió las puertas y me dijo ‘a la hora que usted quiera venir, la
capilla del sagrario estará abierta para usted’. Y yo iba y le lloraba en el
sagrario a Dios, Nuestro Señor. Sufrí muchísimo. Todo se lo ofrecía a diario al
Señor, por medio de la Eucaristía. Visitar a Dios, nuestro Señor, visitar al
Santísimo y todo eso, la oración, el Santo Rosario y pues todo, para que
nuestro Señor lo convirtiera. Para Dios todo era posible, ¡y mire lo que hizo,
Rubén se convirtió!”
Hoy, que
junto a Rubén y sus otros hijos comparten el hogar y el trabajo en México, está
feliz de verlo fiel a sus convicciones, juntos, fortalecidos en la oración.
“Rubén
–precisa- va casi a diario a la Eucaristía en La Merced. En el mero centro,
como a una cuadra de la Catedral. Porque allí, todo el día está expuesto el
Santísimo y hay misas cada hora, desde las 7 de la mañana hasta las 8 de la
noche. Y yo voy a la Adoración Nocturna.”
Josefina
casi atropellando sus palabras por la alegre emoción nos dice que “la oración
es lo que cuenta”. Siempre poner en manos de Dios todo, agrega. “Dios sabe
cuándo y a qué hora se van a transformar las personas –continúa-, no cuando uno
quiera. No hay que desanimarse. Con la ayuda de Dios, algún día pasará. San
Agustín, apenas era un niño y ya era un gran pecador; y pues, ya ve que es uno
de los mejores santos y su mamá, Santa Mónica cuántos años oró para que se
convirtiera su hijo. Entonces la oración de una madre, tarde o temprano obra en
su hijo. Nomás Dios sabe cuándo y a qué hora.”
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