Javier
Martínez Carpintero explica su vida, dañada por el alcohol, las drogas y una
afectividad muy desordenada... y transformada en una noche de adoración
En el
programa de testimonios "Cambio de agujas", de Eukmamie.org
(http://www.eukmamie.org/es/) ha contado su testimonio Javier Martínez
Carpintero, de la diócesis de Alcalá de Henares. Explica cómo salió de una vida
caótica de alcohol, drogas, delincuencia, falta de amor y relaciones
homosexuales a un relación de plenitud con Dios, que hoy le llena. [El vídeo de
"Cambio de Agujas", de 40 minutos, se puede ver al final de este
artículo]
Monaguillo
de niño
Javier
nació en una familia humilde del centro de Alcalá de Henares, el tercero de
cuatro hermanos. Su padre creía en Dios, pero iba poco a misa. Su madre iba
algo más. Con su abuela María, recuerda, aprendió el “Jesusito de mi vida”.
En el
colegio era un niño muy fantasioso y distraído, los estudios se le daban mal, y
sólo le gustaba la clase de religión y la de dibujo. Fue monaguillo dos años, y
le gustaba porque se sentía integrado.
Javier
Martínez -el niño de pie en el centro- a principios de los años 70, con sus
padres y hermanos
Cuando
murió Franco él tenía 14 años y afrontó una adolescencia volcada en la cultura
de la transgresión.
“Antes
estaba todo prohibido y de repente empezó a llegar pornografía, drogas,
manifestaciones, huelgas… Yo era muy experimental, me metía en todo, y a la vez
no encajaba. Experimenté con drogas, con la música… Con mi hermano mayor me
llevaba 10 años; con el siguiente, 6; me sentía solo, veía libertad y me
desenfrené”.
Alcohol e
izquierda radical
En su
primera borrachera, con vodka, perdió completamente el sentido: tenía 13 años.
Con 15 y 16 años pasó a militar en formaciones de izquierda radical: “había
militado en Joven Guardia Roja, ahí celebrábamos con alcohol por todo lo alto
el día que Mao impuso el comunismo en China. Mi padre tuvo que venir a
buscarme, había perdido hasta los zapatos, qué vergüenza”.
Mientras
bebía, se sentía bien. Cuando dejaba de beber, se deprimía, porque sentía que
no encajaba en el mundo.
“Mi padre
me dijo que yo siempre sería un obrero hijo de un obrero. Y yo con 16 años me
negaba, me rebelaba contra eso”, recuerda.
Abusos
sexuales y el deseo de ser aceptado
A los 16
años entró en el ambiente gay, donde había fiestas y alcohol. Y había hombres
mayores, a los que admirar, hombres que se presentaban como pintores,
escritores, doctores, todos muy acogedores, todos dispuestos a hacerle sentir
amado y acogido… y a enseñarle el estilo de vida gay.
Además,
como muchas otras personas que desarrollan atracción por el mismo sexo, Javier
había sufrido abusos sexuales infantiles durante una etapa larga. “Yo tendría
de 12 a 13 años y fui abusado por una persona que era mayor que yo y además era
una persona violenta, una persona agresiva, una persona que ya tenía
antecedentes penales. Era la persona que más o menos controlaba a todos los
chicos del barrio. Si hacías lo que decía, te iría bien; si no, serías
insultado y acosado. Este tipo de abusos se produjo durante dos o tres años.
¿Yo a quien acudía con 13 años a decirle que a mí me pasaba esto? Yo pensaba:
mejor me quedo calladito, aguanto lo que sea, pero sobrevivo”.
Vender
sexo, comprar alcohol y droga
De los 16
años a los 25 su vida fue una cuesta abajo. En ocasiones vendió su cuerpo para
servicios sexuales homoeróticos. Sexo, alcohol y drogas se combinaban: usaba
uno para olvidar al otro... o para financiarlo. Cometió varios delitos y pasó
por la cárcel.
En cierto
momento, su personalidad abierta a experimentar le llevó a acercarse a un grupo
católico de oración carismática.
“Yo nunca
había desechado la idea de Dios, pero me convenía dejarla ahí atrás y vivir al
margen de ella”. En el grupo carismático se sentía bien.
Trabajaba
como camarero y el domingo por la tarde iba con ilusión con los carismáticos,
un grupo grande, de unas cien personas. “Allí había personas que habían sufrido
y yo me sentía muy integrado con ellos porque compartía con ellos algo, me
daban estabilidad”.
Pero al
mismo tiempo seguía tratándose con grupos de su barrio que le desestabilizaban.
A menudo
pensaba en suicidarse… y lo intentó algunas veces. Pero su fe le impedía
consumar sus intentos de suicidio. “Como en el fondo sabía que Dios está y que
hay algo más allá, pues en el fondo eso es lo que me frenaba”, recuerda.
El grupo
carismático se disolvió al cabo de un par de años precisamente porque había
quejas y presiones respecto a que atraía a bastantes personas con problemas
como los que tenía él mismo.
Javier se
quedó solo, pero con inquietudes espirituales. Buscó en los testigos de Jehová.
Y a los 21 años conoció a los evangélicos. Pero al tener que incorporarse al
servicio militar cortó su contacto con ellos y volvió al alcohol. “Me fui a la
mili y entonces en el mismo tren con unos gallegos que había por ahí empezamos
a tomar orujo y… bueno, aquello fue un desastre. Tiramos las maletas, tiramos
los extintores, destrozamos el tren ciertamente…”
Pareja gay,
esposa cristiana, otra pareja gay
Tras el
servicio militar, se fue a vivir a Barcelona, conviviendo en una relación
homosexual.
Después, en
París, conoció a una chica peruana. “Yo pensaba que si me casaba y tenía hijos
podría tener una vida normal, como todo el mundo. Me fui a Paris y en dos
semanas encontré en una iglesia hispano-francesa a la que sería mi mujer”. En
un viaje a España se casaron por la Iglesia. Tuvieron un hijo y una hija y
durante 20 años hubo bastante estabilidad. Pero él aún bebía mucho, y eso
causaba discusiones graves. “Entonces, los últimos 5 años prácticamente pasamos
inadvertidos el uno del otro. Pasábamos por la casa por el pasillo incluso sin
saludarnos”.
Se
divorciaron, y él fue a vivir a casa de sus padres. Ahí él volvió a romperse
emocionalmente.
“Yo quería
ser una persona muy fuerte pero no en realidad siempre fui muy débil, incapaz
de afrontar la realidad. Regresé otra vez al alcohol, las drogas y el sexo con
varones”.
El 15 de
agosto de 2008 murió su padre. A Javier le despidieron del trabajo. Pensaba en
suicidarse, pero lo postergó porque encontró un novio por Internet, en Bolivia.
Llegó a casarse por poderes con él, y a traerlo a España utilizando la ley del
matrimonio homosexual que habían implantado los socialistas en 2005. Pensaba
que él podía ser la persona de su vida y fantaseaba con adoptar un niño y quizá
un perrito. Pero también esta relación se rompió.
Así estaba
la Plaza de los Santos Niños en la noche de verano de 2012 que cambió a Javier;
era un evento de evangelización de Arde Complutum, con velas y exposición del
Santísimo
La noche de
verano que lo cambió todo
Y así se
encontró paseando, una noche de verano de 2012, desesperado, por el centro
histórico de Alcalá de Henares, en la Plaza de los Santos Niños, junto a la
catedral que alberga los restos de los niños mártires Justo y Pastor.
“Esa noche
la plaza estaba llena de gente, con mucho colorido. No sé cómo fue exactamente,
realmente es que no lo recuerdo, pero me acerqué a un sacerdote que estaba
allí. Y resulta que me aceptó de una manera tan natural... Percibí cariño, algo
que no había sentido nunca en todas mis búsquedas. Un amor diferente, que no me
juzga, que no me señala con el dedo diciéndome ‘tú eres malo, tú no
sirves’."
"Hablando
con él, me pregunta si quiero poner una vela ante el Santísimo. Estaban
realizando Arde Complutum, una semana de evangelización en las calles, con el
Santísimo expuesto. Le dije que sí. Ya me había, digamos, confesado como una
hora o así con él. Nos acercamos al Santísimo en la catedral y le puse mi
velita al Señor. Ahí me derrumbé: permanecí de rodillas llorando y confesando
mis pecados allí públicamente. El sacerdote siempre a mi lado. Fue algo muy
grande. Mi vida empieza ahí: hay un antes y un después”.
Javier
Martínez se siente lleno en su relación con Dios
Una nueva
vida orientada a Dios
Eso ocurrió
en 2012. Y desde entonces todo cambió. Javier, que siempre había querido
experimentar todo por sí mismo, ya lo sabía: las cosas donde había buscado
felicidad o evasión le daban solo prisión, cárcel, muerte, sufrimiento y
lágrimas. Su vida se orientó a Dios, y se transformó.
“Hoy voy a
misa todos los días, a mi encuentro, como yo le llamo. Rezo el rosario. Para mí
es una cosa muy bonita porque como mi madre física está en el Cielo, con mi
madre la Virgen María, pues entre las dos y yo
ahí tenemos nuestra conversación. Colaboro con el grupo de
evangelización Kerigma, de Alcalá de Henares, que es el que más me apoyó en un
primer momento. Tengo mi director espiritual, mi confesor, y acudo a COF, el
Centro de Orientación Familiar de la diócesis. Tuve acceso a un buen psiquiatra
cristiano. Ahora me va muy bien, soy una persona que tomo mi medicación a sus
horas y, ¿qué decir?, esa es mi vida normal. Ahora mismo estoy en el paro, pero
eso tampoco es una desesperación. Será lo que Dios quiera ¿no?”
La gente
del grupo Kerygma y los participantes del Arde Complutum 2012 cantan por las
calles de Alcalá... cada verano forman una nueva hornada de evangelizadores
callejeros
"Mi
relación con Dios, lo más bonito"
Javier
asegura que hoy tiene con Dios una relación “de hijo, yo soy su hijo amado,
pensado desde el principio de los tiempos. Y a mí no es que me haya comido el
coco nadie; lo vivo realmente cada día. Mi relación con Dios es lo más bonito
que me ha podido pasar porque realmente es el que me llena. Es muy especial.
Tendrías que tener una relación así para entenderlo”.
Javier
repasa su vida y saca una conclusión: “Si te paras a pensar, mi vida ha sido un
completo caos, un completo desastre. Pero fíjate, Dios no busca en un sentido a
personas perfectas para mostrarse a ellas, sino que Dios busca al corazón que
está dispuesto a abrirse para Él. Y esto es independiente de tu nivel, de tus
estudios, de tu capacidad monetaria. Él ya me había elegido”.
Otro
testimonio de Arde Complutum: ¿Qué sucede cuando un directivo experto en
marketing global sale a hacer evangelización callejera?
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