Gueorgiy Shevkunov es un abad ortodoxo que ha vendido en
Rusia 2 millones de ejemplares de su libro de testimonios cristianos “Santos no
santos y otras historias”, publicado por primera vez en 2011 y ya con ediciones
en 16 países, incluyendo Francia e Italia. En ReL hemos citado alguno de estos
testimonios, como el de una religiosa y técnica de cohetes que fue espía
durante la Segunda Guerra Mundial (léalo aquí).
Pero uno de los testimonios más interesantes es el del
propio autor, que en su juventud estaba sin bautizar, leía la Biblia por su
cuenta ignorando a la Iglesia y se dedicaba al espiritismo con sus amigos. En
el primer capítulo del libro cuenta como sus experiencias con lo oculto le
hicieron ver la necesidad de ir a lo luminoso de la fe cristiana y la necesidad
de los sacramentos y la Iglesia.
Shevkunov (a la derecha) cuando aún era universitario
Shevkunov nació en 1958 en Moscú y se graduó en el Instituto
Pansoviético de Cinematografía (VGIK). Al hacerse monje en 1991 tomó el nombre
de Tíjon. Actualmente es obispo, vicario de la vicaría occidental de Moscú,
rector del seminario de la Visitación de Moscú, abad del monasterio masculino
de la Visitación de Moscú, secretario responsable del consejo del Patriarca
para la cultura, guionista y director de varios documentales sobre historia
eclesiástica y espiritualidad, escritor ortodoxo, director de la editorial del
monasterio de la Visitación y redactor en jefe del portal ortodoxo
Pravoslavie.ru.
Y todo comenzó haciendo espiritismo, algo que no recomienda
a nadie... Este es su testimonio en primera persona en su popular libro.
***
Los profesores en la Universidad soviética
Me bauticé al graduarme de la universidad, en 1982. Para
entonces había cumplido veinte y cuatro años. Nadie sabía si fui bautizado de
pequeño. En aquellos años era algo común en Rusia: las abuelas y tías a menudo
bautizaban en secreto a los niños de padres no creyentes. En esos casos, el
sacerdote, al celebrar el sacramento, pronunciaba: "Te bautizo, si no
estás ya bautizado”.
Como muchos de mis amigos, encontré la fe en la universidad.
En el Instituto Estatal Cinematográfico había muchos profesores magníficos. Nos
daban una sólida enseñanza humanitaria, nos obligaban a ponernos a pensar en
las cuestiones primordiales de la vida.
Discutiendo aquellas preguntas eternas, los sucesos de las
épocas pasadas, los problemas de nuestros años setenta-ochenta en las aulas, en
residencias estudiantiles, en cafeterías baratas y durante largos paseos
nocturnos por las antiguas callejuelas moscovitas, llegamos a una convicción
firme de que el Estado nos estaba engañando, imponiéndonos no solamente sus
versiones burdas y descabelladas de la historia y política. Comprendimos muy
claramente que, siguiendo la orden poderosa de alguien, se había hecho todo
para privarnos de toda posibilidad de aclarar por nosotros mismos la cuestión
sobre Dios y la Iglesia.
Ese tema estaba totalmente claro sólo para nuestro profesor
de ateísmo o digamos para Marina, mi monitora escolar de pioneros [movimiento
parecido a los scouts en la URSS, en esa época de explícita militancia
comunista; nota de ReL]. Ella, con toda la seguridad daba las respuestas a esa
y a cualquier otra pregunta vital.
Los grandes del pasado ¡eran creyentes!
Pero poco a poco comenzamos a descubrir que todos los
artífices de la historia rusa y universal, los que conocíamos espiritualmente
durante los estudios, en los que confiábamos, los que amábamos y respetábamos,
razonaban sobre Dios de una manera totalmente distinta. Hablando en claro,
resultaron ser creyentes.
Dostoyevskiy, Kant, Pushkin, Tolstoy, Goethe, Pascal, Hegel,
Losev, no se puede mencionarlos a todos. Y eso sin hablar de los científicos:
Newton, Plank, Linneo, Mendeléyev. De ellos, siendo estudiantes humanitarios,
sabíamos menos, pero el panorama era el mismo.
Claro está que la percepción de Dios por esas personas
podría ser diferente. Pero para la mayoría de ellos la cuestión de la fe era la
más importante, aunque no la más complicada de la vida.
Por el contrario, los personajes que no despertaban en
nosotros ninguna simpatía, con los que se asociaba lo más tenebroso y repulsivo
en la historia rusa y universal –Marx, Lenin, Trotskiy, Hitler, los dirigentes
de nuestro estado ateo, los revolucionarios destructivos- todos, sin excepción,
eran ateos.
Y entonces se nos presentó una cuestión más, formulada por
la misma vida de una forma bruta y a la vez tajante. O los pushkins,
dostoyevskiys y newtons fueron tan primitivos y superficiales que no
consiguieron aclararse en ese problema y eran simplemente unos tontos, o los
tontos éramos nosotros junto con Marina la monitora.
Todo aquello daba alimento para nuestras mentes jóvenes. En
aquellos años en la gran biblioteca universitaria no había ni siquiera una
Biblia, por no hablar de las obras de los escritores de la Iglesia o
simplemente religiosos. Teníamos que encontrar las migajas del conocimiento
sobre la fe en las citas que salían en los libros de texto del ateísmo o en las
obras de los filósofos clásicos. Una influencia enorme nos causó la gran literatura
rusa.
Shevkunov hacia 1989 o 1990, en su época de noviciado, junto
a dos veteranas religiosas
Acudiendo a la liturgia y consiguiendo una Biblia
Me gustaba mucho ir por las tardes a los templos moscovitas
a presenciar la liturgia, aunque entendía poco. Me causó una gran impresión la
primera lectura de la Biblia. Me la prestó un conocido evangélico, y yo tardaba
y tardaba en devolvérsela, consciente de que no volvería a encontrar aquel
libro en ninguna parte. Aunque el evangélico no me metía ninguna prisa.
Durante varios meses él intentó convertirme. No me acabó de
gustar el ambiente en su casa de oración en un callejón de Moscú, pero hasta
hoy día estoy agradecido a aquella persona sincera que me permitió quedarme con
su libro.
Como todos los jóvenes, mis amigos y yo pasábamos mucho
tiempo debatiendo, incluidos los temas sobre Dios, leyendo y comentando las
Sagradas Escrituras que traía yo, y algunos libros espirituales que habíamos
conseguido.
Pero la mayoría de nosotros no se apresuraba en bautizarse y
convertirse en creyentes practicantes: nos parecía que podríamos vivir
perfectamente sin la Iglesia, llevando, como se dice, a Dios en el alma. Y así
seguiríamos tal vez si no hubiera pasado algo que nos demostró con toda
claridad qué es la Iglesia y para qué sirve.
La profesora que hacía adivinación con el I Ching
La historia de arte extranjero nos la impartía Paola
Volkova. Ella era una excelente conferenciante, pero por algo, probablemente
porque era una persona en búsqueda, a menudo nos hablaba de sus propios
experimentos espirituales y místicos.
Por ejemplo, una conferencia o dos ella las dedicó al libro
chino antiguo de adivinaciones I Ching. Paola traía al aula los palitos de
sándalo y bambú y nos enseñaba a usarlos para prever el futuro.
Una de las clases trató sobre algo conocido sólo por los
estudiosos muy especializados: los estudios de muchos años sobre el espiritismo
realizados por los grandes científicos rusos D. Mendeléyev y B. Vernadskiy.
Aunque Paola nos advirtió abiertamente que la afición a
aquel tipo de prácticas podría llevar a una consecuencia impredecibles,
nosotros, con toda nuestra curiosidad juvenil, nos sumergimos en aquellas
esferas misteriosas y cautivadoras.
Contactando con entes...
No profundizaré en la descripción de la técnica que habíamos
sacado de los libros de Mendeléyev y de los empleados del Museo de Vernadskiy
en Moscú.
Al aplicar algunos conocimientos en la práctica, descubrimos
que podíamos establecer una relación especial con unas entes incomprensibles para
nosotros pero absolutamente reales.
Esos nuevos conocidos misteriosos con los que entablábamos
unas largas conversaciones nocturnas, se presentaban de varias maneras. Unas
veces como Napoleón, otras como Sócrates, o como la abuela recién fallecida de
uno de nuestros compañeros. Aquellos personajes a veces nos contaban cosas
extremadamente interesantes. Y, para nuestro gran asombro, sabían todo sobre
cada uno de los presentes.
Así, nosotros les podíamos preguntar: ¿con quién había
estado paseando hasta las tantas de la noche nuestro compañero de aulas
Alexandr Rogozhkin, el futuro director de cine conocido? Y en seguida
recibíamos la respuesta “Con Katia del segundo”. Alexandr se ponía rojo como un
tomate y se enfadaba y estaba claro que la respuesta era cierta.
Pero a veces nos llegaban unas “revelaciones” aún más
impactantes. Una vez en el recreo entre las conferencias uno de mis amiguetes
que estaba muy enganchado a aquellos experimentos, con los ojos rojos de las
noches insomnes, iba de uno a otro estudiante preguntándoles en unos susurros
teatrales sobre quién era un tal Mijaíl Gorbachev. Yo, como los demás, no le
conocía de nada. El amiguete nos explicó: “Por la noche hemos preguntado a
´Stalin´ sobre quién gobernaría nuestro país en el futuro. Ha respondido que un
tal Gorbachev. ¡A ver qué tipo es, hay que averiguarlo!"
Pasados tres meses, una noticia que en otras circunstancias
pasaría del todo desapercibida nos cayó encima: la elección a los miembros del
Buró Político de un tal Mijaíl Gorbachev, ex primer secretario del comité del
partido comunista de Kray de Stavropol.
El precio: tristeza, sinsentido, vacío desesperado
Pero cuanto más nos aficionábamos de aquellos experimentos
impresionantes, más claramente sentíamos que nos estaba pasando algo
inquietante y extraño. Sin causas aparentes se aposentaba en nosotros una
tristeza general y una desesperación oscura. Se nos caía todo de las manos. Una
sensación de sinsentido se apoderaba de nosotros. Aquella sensación aumentaba
de un mes para otro hasta que comenzamos a darnos cuenta de que podría estar
ligada de alguna forma con nuestros “interlocutores” nocturnos.
Con frecuencia, las prácticas ocultas, como las drogas,
suscitan a la vez adicción y tendencias depresivas e incluso suicidas, además
de opresión espiritual
Además, en la Biblia que “había olvidado" devolver a mi
amigo evangélico, leímos que tales prácticas no solamente no se consideraban
loables sino que estaban malditas por Dios.
Sin embargo, aún no comprendíamos que habíamos topado con
unas fuerzas tenebrosas e implacables que habían irrumpido en nuestras vidas
alegres y despreocupadas, de las que ninguno de nosotros no tenía ningún tipo
de defensa.
Una vez me quedé a pasar la noche en la residencia
estudiantil de mis amigos. Mis compañeros Iván Loschilin y el estudiante de la
facultad de la dirección cinematográfica Alexandr Olkov se pusieron a practicar
sus experimentos místicos. Para aquel momento ya nos habíamos prometido varias
veces dejar las sesiones espiritistas, pero no podíamos aguantarnos: la
comunicación con las esferas misteriosas nos atraía como una droga.
Cuando un espíritu pide que hagas algo...
Aquella vez mis amigos reanudaron la charla del día anterior
que llevaban con el “Espíritu de Gogol”, un escritor. Aquel personaje siempre
se explicaba con un lenguaje especialmente florido del siglo XIX. Pero aquel
día no respondía nuestras preguntas. Se lamentaba. Lloraba, se quejaba de tal
forma que se nos partía el corazón. Decía que experimentaba una pesadez
indecible. Y, lo más importante, imploraba ayuda.
- ¿Pero qué le está pasando a usted? – no podían entender
mis amigos.
- ¡Ayudadme! ¡Oh, horror! – suplicaba el ser enigmático. -
¡Oh, ese pesar! ¡Os lo suplico, ayudadme!
El escritor Gogol nos gustaba y estábamos sinceramente
convencidos de que estábamos conversando precisamente con él.
- ¿Pero qué podemos hacer por usted? – le preguntábamos
llenos de deseo de ayudar a uno de nuestros escritores preferidos.
- ¡Ayuda! ¡Os lo ruego, no me abandonéis! Esas llamas
horribles, el azufre, los sufrimientos… Oh, no lo aguanto más, ¡socorro!
- ¿Cómo podemos ayudarle?
- ¿Realmente estáis dispuestos a ayudarme? ¿A salvarme?
- ¡Sí, estamos dispuestos! – exclamamos con ardor. - ¿Qué
hay que hacer? Es que usted está en otro mundo…
El espíritu tardó un rato y contestó:
- Oh, buenos jóvenes, si en verdad tenéis pena del pobre que
sufre…
- Claro que sí, díganos qué…
- Oh, si es cierto, entonces yo podría conseguiros un veneno…
Cuando el significado de sus palabras llegó a nuestras
mentes, nos quedamos de piedra. Y al levantar los ojos y al ver nuestras caras
vimos que estábamos pálidos como tiza. Volcando las sillas, nos precipitamos
fuera de la habitación.
Al tranquilizarnos un poco, dije:
- Todo es correcto. Para ayudarle, tenemos que ser como él.
O sea, muertos…
- Yo también lo tengo claro –castañeando con los dientes
pudo decir Olkov. –Él pretende que nos suicidemos.
- Y hasta creo que si ahora regresamos a la mesa
encontraremos allí algún tipo de pastillas - añadió verde de miedo Loschilin. –
Y entenderé que estoy obligado a tragarlas. O me entrarán las ganas de tirarme
por la ventana… Ellos nos obligarán a hacerlo.
¿Dónde pedir ayuda? ¡En la Iglesia!
No pudimos pegar el ojo toda la noche y por la mañana fuimos
al cercano templo del icono Tijvinskaya de la Madre de Dios. No sabíamos dónde
más podríamos pedir ayuda.
El Salvador… Esa palabra, por su uso frecuente, a veces
pierde su significado inicial hasta para los cristianos. Pero para nosotros era
lo más deseado e importante: el Salvador. Por muy fantástico que sonara,
habíamos comprendido que unos entes poderosos y desconocidos iban detrás de
nosotros y sólo Dios podía salvarnos de caer en su esclavitud.
Estábamos preocupados de que en la iglesia se reirían de
nosotros con nuestros “escritores”, pero un sacerdote joven, el padre Vladimir
Chuvikin, con toda la seriedad confirmó nuestras peores sospechas.
Nos explicó que en absoluto estábamos tratando con Gogol o
Sócrates sino con unos demonios de verdad. Admito que aquello nos sonó como una
salvajada. Y al mismo tiempo no dudábamos de estar escuchando la verdad.
El sacerdote nos dijo tajantemente que tales prácticas
místicas eran un pecado grave. Nos recomendó insistentemente, a aquellos que no
estaban bautizados, que nos preparásemos sin dilación para el sacramento y
recibir el bautizo. Y a los demás, a confesarse y comulgar.
Pero nosotros una vez más lo aplazamos, pero a partir de
aquel día nunca más volvimos a nuestros experimentos de antes. Comenzaron los
exámenes, trabajos de fin de carrera, planes de futuro, vida libre de los
estudiantes…
Shevkunov es hoy obispo y un comunicador eficaz, que ha
vendido 2 millones de ejemplares de su libro "Santos no santos"
La fuerza del Evangelio
Pero yo seguía leyendo el Evangelio a diario y poco a poco
llegó a ser una verdadera necesidad. Sobre todo porque el Evangelio resultó ser
un antídoto potente contra aquellas tinieblas y desesperación que de vez en cuando
volvían aplastando mi alma sin piedad.
Pasó un año entero antes de asumir que la vida sin Dios no
tendría para mí ningún sentido.
Me bautizó un padre excepcional, Alexey Zlobin, en el templo
de San Nicolás de Kuznetsy en Moscú. Conmigo se bautizaron una docena y media
de bebés y algunos adultos. Los bebés chillaban sin parar, el sacerdote
pronunciaba las oraciones con una articulación nada clara, así que no llegué a
aprender nada en aquella hora y media.
Mi madrina, la señora de limpieza del templo, me dijo:
- Vas a tener unos cuantos días llenos de gracia, cuídalos.
- ¿Qué significa “de gracia”? – le pregunté.
- Dios estará muy cerca de ti. Haz el favor de rezar por mí.
Mientras la conserves, la gracia, tendrás una oración muy poderosa.
- ¿Qué oración? – volví a preguntar.
- Ya lo verás, - dijo mi madrina. – Si puedes, ves sin falta
al monasterio de las Cuevas de Pskov. Allí vive un starets, Ioann, de apellido
Krestiankin [un starets es un anciano maestro espiritual cristiano en Rusia, por
lo general monje o ermitaño; nota de ReL]. Te haría mucho bien encontrarte con
él. Él te lo explicará todo y responderá tus preguntas. Pero una vez en el
monasterio, no te marches en seguida, quédate unos diez días.
- Vale, dije yo. – Ya lo veré.
Salí del templo y en seguida sentí algo especial. No había
ni rastro de aquella pesadez opresora y desesperanzadora.
Al día siguiente, obedeciendo al consejo de mi madrina,
compré el billete de tren y fui al monasterio de las Cuevas de Pskov. [En 1991
Shevkunov se hizo monje].
(Traducción al español del capítulo 1 de "Santos no
santos" por Tatiana Fedótova)
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