El hilillo de agua, rompedizo y ligero
abre la entraña obscura
de la peña, de suyo, tan tenaz y tan dura,
y da en la peña misma con algún lloradero.
Señor: entra en mi alma y alza Tú las compuertas
que imposible es que dejen que fluya mi amargura.
Quiero que estén abiertas
las compuertas
de mi alma de roca, tan rebelde y tan dura.
Soy Tomás; necesito registrar tu costado.
Soy Simón Pedro, y debo desbaratarme en lloro.
Dimas soy, y es mi ansia morir crucificado.
Soy Zaqueo, que anda todo desazonado,
viendo, por si pasares, dónde habrá un sicómoro.
“Tocad, que si tocareis, se os abrirá”, dijiste.
Por eso llego y toco
y tus misericordias seculares invoco.
Señor: cúmpleme ahora lo que me prometiste.
Alza bien las compuertas, Señor; lo necesito.
Deben estar abiertas
las compuertas del llanto que purgará el delito.
Abre bien las compuertas.
El hilillo de agua, rompedizo y ligero,
¿cuándo no dio en la peña con algún lloradero...?
Alfredo R. Placencia
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