Era Ella,
y nadie lo sabía.
Pero cuando pasaba
los árboles se arrodillaban.
Anidaba en sus ojos
el Ave María.
Y en su cabellera
se trenzaban las letanías.
Era Ella.
Era Ella.
Me desmayé en sus manos
como una hoja muerta,
sus manos ojivales
que daban de comer a las
estrellas.
Por el aire volaban
romanzas sin sonido...
Y en su almohada de pasos
me quedé dormido.
Gerardo Diego
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