La vida de
Tim Guénard fácilmente daría para un drama premiable en Hollywood (o en los
César franceses, dada su nacionalidad): abandonado por su madre y apalizado
hasta el coma por su padre, Tim logró hacerse un hueco en las calles de París
como un sintecho sufriendo violaciones y dedicándose a la delincuencia primero
y al boxeo después.
Logró
alzarse con el título de campeón nacional de su categoría pero su único motor,
según explica, era el odio. No obstante, los sucesivos encuentros con los que
el Big Boss le obsequió -según cuenta en su libro “Más fuerte que el odio”– le
cambiaron la vida por completo. Aprovechando que pasó por Barcelona para
participar en el congreso Cor Iesu, Vultus Misericordiae, transcribimos en
formato de entrevista su testimonio:
(Si no la
has leído, aquí está la PARTE 1 de la entrevista)
Tim Guenard
testimonio conversión misericordia odio big bossHablas de que encontraste la
religión a través de “cristianos vivos”, ¿a qué te refieres?
Inicialmente
no creía porque veía creyentes que no amaban al diferente, que hablaban mal de
los demás… era una enfermedad que yo no quería para mi vida. Por suerte, el Big
Boss me hizo encontrarme con un buen chico que amaba a Dios. Todo el mundo le
decía que no se relacionase conmigo porque no era una buena compañía, un
impresentable.
Pero se
acercó.
Sí. Cuando
mi amigo hablaba de Él, te daba la impresión de que se había fumado algo
fuerte. Un día vino y me dijo “¿Tú sabes que Dios vino para los pobres?”, y yo
fui a por un periódico, lo abrí por la sección de Sociedad y le dije que
entonces Dios debía estar de vacaciones a menudo. Sin embargo, siguió
compartiendo conmigo las historias del Big Boss, y eran historias originales.
¿Fue a raíz
de él que empezaste a cambiar?
Un día le
pregunté qué haría el próximo fin de semana –en mi grupo de amigos normalmente
nos peleábamos-. Él o bien rezaba o se encargaba de cuidar a personas
discapacitadas. Cuando le pregunté cuánto cobraba me dijo que nada, que era
voluntario y que lo hacía por Dios. Me chocó tanto que decidí ir a ver si
realmente trabajaba con personas discapacitadas, y tuve la gran suerte de
encontrármelas.
¿Por qué lo
consideras una gran suerte?
Porque
fueron las primeras personas que me trataron de forma normal. Cuando llegué,
uno de ellos me preguntó mi nombre, se lo dije y entonces puso su mano en mi
pecho y me dijo “Eres agradable, Tim”. Yo no sabía que era agradable hasta ese
momento, nunca me lo habían dicho. Me tomó de la mano y me llevó a su mesa, me
sirvió un tomate relleno, y luego otro. Al final de la comida vino a verme y me
dijo “¿Vienes a ver a Jesús conmigo?”.
Tim Guenard
testimonio conversión misericordia odio big boss
¿Qué le
contestaste?
Dije que
sí, pero porque yo había trabajado en la construcción con un obrero portugués
llamado Jesús, y creía que íbamos a verle a él. Así de cotidiano me lo dijo. Me
hizo ofrecer el brazo a dos chicas discapacitadas –una de ellas me escupía en
el brazo mientras me hablaba- y me dio mucha vergüenza, pero al final llegamos
a la puerta de una casa donde conocí a mis primeros cristianos eléctricos.
¿Cristianos
eléctricos?
Había un
cristiano en la puerta que decía a todo el mundo “Buenos días, hermano”,
“Buenos días, hermana”. Yo para mí pensaba “¡Qué familia tan numerosa, todos
son hermanos!”. El hombre vino a mí para decirme lo mismo y yo quise pegarle,
pero mi amigo discapacitado me arrastró al interior de aquel edificio. Era muy
extraño: todos los cristianos estaban mirando una pequeña cosa blanca. Pensé
que, efectivamente, estaban fumados.
¿Se lo
dijiste?
Les decía
que eran un poco raros por estar ahí mirando una forma enana, pero me chistaban
y me hacían callar. Me dije a mí mismo que yo no era más tonto que ellos, y que
si ellos podían ver a Jesús en esa cosa ¿por qué yo no? Pensé que era como la
tele, la enchufas y funciona… así que intenté imitar a los de la tercera fila:
veía que cerraban los ojos –yo al final me aburría y los abrí-. También había
uno que movía el incienso y uno que se acercaba a Jesús con una tela –pensé que
debía estar muy caliente si uno ha de protegerse las manos para cogerlo-.
Cuando vi a
todos esos cristianos arrodillados ante una cosa blanca y pequeña pensé que
habían fumado algo fuerte
No te
enterabas de la misa la mitad, y nunca mejor dicho…
Claro.
Cuando lo tapó y sacó la forma del sagrario pegué un grito: “¡Eh, no me ha dado
tiempo a verlo, no te lo lleves!” y todos se giraron a mirarme. Debieron pensar
que era otro discapacitado. Quien había cogido la Hostia era un sacerdote, y yo
nunca había visto uno en libertad. Cuando la guardó, cogiéndola como si fuera
una bomba a punto de explotar, la sala se vació y me quedé mirando la lucecita
roja parpadeante de lo que ahora sé que es un Sagrario. Me acerqué y le dije a
Jesús: “Te respeto, eres un jefe de banda como yo, pero has elegido mal tu
banda: dicen que te aman pero te encierran en esta caja”.
¿Qué pasó
después?
Allí me
quedé tumbado, en las escaleras de la iglesia hasta que me despertó el
sacristán. Si yo soy hoy cristiano de la Iglesia Católica y enamorado del
Sacramento, es gracias a ese día. No entendí nada pero estaba bien.
¿Seguiste
interesándote cada vez más?
Sí, y tuve
la suerte de encontrar un buen sacerdote. Todo el mundo me decía que no me
acercara a ese cura, pero a mí me atraía porque llevaba ropa rara, como de
mujer. Era un dominico. La primera vez que lo vi me daba vergüenza estar a su
lado, así que cogí mi moto y la puse en marcha pensando que así me escaquearía.
Le pregunté si quería subir y estaba seguro de que me diría que no, porque
tenía sus buenos 70 años.
Tim Guenard
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¿Pero te
dijo que sí?
Sí, pero yo
tenía vergüenza de tener un cura vestido de mujer en mi moto. Además, comprobé
que es peligroso ir en moto con un dominico, porque de repente su tela me tapó
toda la cara y me asusté. Cuando lo dejé de nuevo, creía que me diría que yo
era un mal chico. En vez de eso, me preguntó “¿Quieres el perdón de Jesús?”.
“¿Para qué sirve?”, le pregunté, y me respondió que me podría hacer bien. Rezó
un rato y me dijo que sentía que me iba bien. Yo llegaba ya una hora y media
tarde a reunirme con mis amigos y ya me estaba preocupando de qué excusa les
daría.
¿Les
dijiste que habías estado de paseo en moto con un cura?
No les
conté nada, aunque durante toda la tarde mi cuerpo estaba con mis amigos pero
mi cabeza no. Esa noche, entre las dos y las tres de la madrugada hice 60 km
para volver a ver a este cura, para ver si seguía siendo bueno conmigo
entonces. Él, en lugar de enfadarse por ir a verle a horas tan intempestivas,
se despertó, me tomó la mano y me preguntó “¿Has venido a buscar el perdón de
Jesús?”. Seguí yendo; a veces iba solo para decirle hola y, cuando me preguntaba
si había ido a buscar el perdón, me iba. Me pasé un año así, observándole.
¿Qué viste
en él?
Decía todas
sus oraciones susurrando, como si estuviera diciendo secretos. Yo me acercaba a
ver qué decía y repetía sus palabras. Así rezaba yo. También soy cristiano hoy
gracias a aquel dominico, aquel que murmuró al alma de un pecador y le dio
oraciones. Un día, fui a verle con un pato, y le dije “Primero vas a bautizar a
mi pato y después me bautizas a mí”.
El perdón
es como un viaje en globo: para subir has de liberar peso
Pero un
pato no se puede bautizar, ¿no?
Eso me
dijo, y le respondí que el pájaro era mi amigo, que tenía que bautizarlo. Se
rascó la cabeza, trajo un libro gordo y agua y, con todo su corazón, le dio la
bendición de San Francisco de Asís y le tiró agua. Habiendo bendecido a mi
pato, me puso la mano en el pecho y me dijo “Ahora hay que preparar tu
corazón”.
Así
entraste oficialmente en la Iglesia…
Fui a vivir
con las personas discapacitadas: me enamoré de ellas porque se acordaban de mi
nombre. ¿Sabéis lo que es conocer a personas discapacitadas que saben que mi
nombre tiene un santo y yo no lo sabía? Un día iba por la calle con uno de
ellos y dos tipos empezaron a burlarse de él y a llamarle “mongol”. Les pegué a
los dos y les dije “No se llama mongol, se llama Vianney”. Pero Vianney me
cogió del brazo y me susurró al oído, como un secreto, “No me gusta cuando
pegas”. Mis maestros han sido las personas discapacitadas como Vianney; ellos
domesticaron mi violencia.
¿Has
perdonado a tu padre, después de todo esto?
Sí, he
perdonado a mi padre, pero no de un modo mágico. El primer perdón, de hecho,
fue a mí mismo: el peor enemigo de uno no es el sufrimiento, sino la memoria
que viene a secuestrarte, que te recuerda constantemente que has sufrido y te
infunde miedo sobre el futuro. Para mí el perdón es como un viaje en globo, si
no te liberas de peso no puedes subir más alto y más lejos. Perdonar no es
olvidar, sino “saber vivir con”. Soy hijo, nieto, bisnieto de alcohólicos… pero
no lo soy. No bebo nada, porque sé de dónde vengo. Mi sueño es que mis hijos no
tengan que decir que son hijos de alcohólicos.
Tim Guenard
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¿Ya no te
torturan tus recuerdos?
Antes mi
memoria me torturaba, ahora me aclara la vía. No soy la raíz de mi familia pero
soy un buen tronco, y es un árbol que florece. Gracias, Big Boss. Hoy mi
historia es una especie de pasaporte que me permite no juzgar nunca, porque sé
de dónde vengo.
¿Cómo
podemos, como sociedad, ayudar a aquellos que están peor?
No hay que
tener miedo de hacer visitas. Cuando yo voy a visitar a la cárcel, voy a
compartir mi felicidad por ellos. La gente me dice “Pero así lograrás que estén
más infelices aún”… y no es así. ¿Deberíamos cerrar todas las tiendas del mundo
porque puede ser ofensivo para alguien pobre que no puede comprar? No -hablo
por experiencia-, los pobres miran los escaparates, con la ambición de entrar
algún día. Pues lo mismo con la felicidad en la cárcel.
¿Nunca le
has guardado rencor al Big Boss por haberte dejado pasarlo tan mal?
No, en mi
caso no. Amo mucho a Dios, y a menudo Él es acusado por los sufrimientos que
llevamos dentro. Muchas veces la gente dice “¿Qué le he hecho yo a Dios?”,
“¿Por qué Dios permite la guerra, o el Sida, o cualquier desgracia..?”. Cuando
no creía, veía esta actitud y me preguntaba quién era este Dios al que tanta
gente le echa las culpas. Me di cuenta que Él no me había pegado nunca, ni
tratado mal, ni hecho nada malo.
Tu
testimonio parece una caso excepcional…
No, conozco
muchas personas que se identifican con mi camino. En realidad todos tenemos la
misma ambición, un poco como la gente que escala una montaña. Estamos todos en
la misma cuerda y una vez en la cima, ¿qué importa quién ha llegado primero? No
lo sabemos y no importa, lo importante es estar allí.
Por último,
¿a qué tenías miedo entonces y a qué tienes miedo ahora?
Antes de
creer no conocía realmente el miedo, solo el de mi corazón. Cuando la policía
corría detrás de mí, a veces me escondía y me daba la sensación de que mi
corazón hacía tanto ruido que me descubrirían: era la adrenalina. Desde que
creo en Dios, sin embargo, mis temores son más grandes. Mi mayor miedo es el de
no ser buen hijo del Big Boss: como jamás he tenido la posibilidad de ser hijo
en la Tierra, solo soy hijo en mi rosario. Nunca estoy seguro de complacer a
Dios, no obstante. Es una paradoja: no dudo del amor de Dios pero al mismo
tiempo tengo miedo. Creo en el amor inmenso de Dios para todo el mundo pero
para mí aún me queda trabajo. Lo digo con total sinceridad, para que puedas
rezar por mí.
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