SARA LOSANTOS, PSICÓLOGA DE FAMILIA
En el proceso de
duelo a veces las apariencias engañan. Hay personas que aparentemente están
bien -porque no lloran, o porque se han reincorporado enseguida a sus tareas
habituales- y puede parecernos que eso significa que están mejor o están
recuperándose muy pronto.
En general, el hecho de que el proceso de duelo dure poco
se valora como un rasgo de fortaleza y, en cambio, se considera un signo de
debilidad que el proceso se prolongue en el tiempo. Parece que la sociedad
traduce como una mejoría que no haya signos externos del duelo como el llanto o
la apatía y, sin embargo, no lo es.
La necesidad de expresar el dolor
El duelo implica indiscutiblemente dolor: la pérdida
produce dolor y no sentirlo puede deberse a que se nos haya fundido la
capacidad de sentir, o bien a que nos encontremos ante un duelo demorado o
retrasado.
Un duelo retrasado implica que hemos perdido el contexto:
aquello que explicaba y daba sentido a que sintiéramos dolor. El hecho de que
algo sea normal o no lo sea viene siempre determinado por su contexto. Las
situaciones o las reacciones de duelo analizadas de forma aséptica pueden
parecer irregulares, pero, si las miramos a la luz de su contexto, cobran un
sentido distinto. Es decir: no es normal que te duela un pie pero, si antes te
ha caído una piedra encima, sí lo es.
Sentir dolor ante la muerte de un ser querido es normal y
casi necesario, independientemente de la forma que adopte ese dolor. Pero
comenzar a sentir dolor varios años después de la pérdida de un ser querido nos
deja desprovistos del contexto, de ahí que irremediablemente surja la pregunta:
“¿Por qué ahora y no antes?”.
Aunque contengamos el dolor, éste sigue existiendo, se
acumula y se almacena, no se evapora con el mero paso del tiempo. El dolor
busca el modo de abrirse paso, igual que el agua desgasta las rocas para salir
en forma de manantial: su fuerza hace que sea incontenible y que, antes o
después, encuentre un modo de expresarse, dado que es la única forma de
superarlo.
A veces ocurre que, cuando un doliente no habla, es su
cuerpo el que se manifiesta y el dolor emocional se traduce en dolores de
cabeza, dolores de espalda o en el pecho.Nuestro cuerpo registra la huella de
aquello de lo que no nos atrevemos a hablar. Silenciar el dolor puede funcionar
a corto plazo, pero lo que esta actitud provoca a medio o largo plazo es
intensificar y prolongar el dolor en el tiempo.
Compartir el dolor para superar el duelo
El ser humano es un ser social por naturaleza. Es extraño
encontrar a una persona que no pertenezca a un grupo, de un modo u otro, por
eso cada uno de nosotros tiene un papel en el proceso de cada persona en duelo,
porque lo elaboramos en sociedad, en grupo.
Tenemos que dejar de premiar las actitudes que valoren la
inexpresividad en el duelo y, en su
lugar, facilitar que las personas puedan hablar de lo que sienten, sin
juzgarlas. Tenemos que promover que la gente hable con normalidad de su duelo,
sin expectativas ni juicios de valor, acogiendo todas las emociones que
aparecen para permitir que se deshagan.
Todas estas reflexiones se basan en la experiencia
profesional de nuestros psicólogos con pacientes en duelo y en los comentarios
recibidos en este blog durante los últimos años. Estas claves pretenden servir
de orientación a las personas que han sufrido la pérdida de un ser querido o
intentan ayudar a una persona doliente de su entorno. Para saber más o para
solicitar ayuda psicológica gratuita, no dude en consultar nuestra página web:
www. fundacionmlc.org
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