viernes, 5 de agosto de 2016

Testimonio del Brigit - Pensaba suicidarse desde unos acantilados



Ella misma cuenta su historia: Fui una huérfana abandonada en la calle por mis padres, pero recogida por unas hermanas religiosas, que me criaron en un orfanato. Cuando estaba en el orfanato, solía estar sola y frecuentemente pensé en terminar con mi vida. Siempre que veía a padres, que expresaban su amor a sus hijos con abrazos, besos, regalos, solía afligirme por mi desgraciada vida sin amor y sin la atención de mis padres. Yo tenía hambre de amor.

Y sentía mucha ira contra mis desconocidos padres, porque yo había nacido fuera del matrimonio. Cuando las religiosas, después de mis estudios, pensaron que debía casarme, yo no quería. Decía: ¿Qué es el matrimonio? ¿Una convivencia para procrear hijos y tirarlos a la calle? Tenía ideas negativas y no podía imaginarme nada optimista en la vida. Por fin, consentí en casarme con un hombre muy bueno. Él me amó como esposo y como padre y hermano. Me daba todo el amor que no había tenido en el pasado. Pero no fue por mucho tiempo, pues murió en un accidente de autobús. Presa de cólera, le grité a Dios: ¿Por qué te has llevado a mi esposo, que era todo para mí? Decidí suicidarme y fui a unos acantilados para tirarme de cabeza al mar. Pero, en ese momento, me vino el pensamiento de que, al suicidarme, mataría también al niño que tenía en mi seno, fruto del amor de mi esposo.

Y no lo hice. Pero no lo quise bautizar ni le hablé de Dios. Había perdido la fe, había dejado de rezar y no podía creer en un Dios cruel. Después de 17 años, buscando un sentido a mi vida, que estaba vacía, fui a un retiro del padre Manjackal y encontré a Dios junto con mi hijo, renové mi fe, me confesé y recibí, después de muchos años, la comunión. Después de un año de haber recobrado la fe y haber regresado a la Iglesia, bauticé a mi hijo y ambos dábamos testimonio del amor de Dios en muchos grupos de oración y orábamos por los enfermos. Después de seis años de estar en esta nueva vida con Dios, un día, mi hijo fue atropellado por un coche al salir de la universidad. Cuando vinieron dos jóvenes compañeros suyos a contarme que había muerto, me arrodillé y le ofrecí mi hijo a Dios.

Fue duro para mí, porque sentí que el cielo y la tierra se rompían sobre mí, pero recibí el poder de Dios para poderle ofrecer el sacrificio de mi hijo con paz. Ahora me dedico a dar retiros, predicar la Palabra de Dios, y rezar por los enfermos. Ha valido la pena creer en Dios y confiar en Él. Dios tiene nuestras vidas en sus manos y sabe lo que hace. Nosotros, solamente, debemos aceptar siempre su voluntad y así podremos vivir en paz con nosotros mismos y con los demás. Dios nunca nos abandona .


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Todos los comentarios son bienvenidos, este es un espacio de escucha y oración.