Personalmente, estuve en una situación donde, de acuerdo a
las estadísticas, sólo una de cada veintinueve personas sobrevivió.
Pero al llegar a la estación ferroviaria llamada Auschwitz,
no recurrí a la forma habitual de suicidarse que se utilizaba, consistente en
irse contra el alambrado eléctrico que rodeaba el campo. En vez de suicidarme,
adopté el siguiente principio: En la medida que nadie pueda garantizarme en un
ciento por ciento que voy a morir, prometo firmemente que me sentiré
responsable, mientras tenga una probabilidad mínima de sobrevivir, de seguir
adelante y hacer todo lo posible por vivir. Después de todo, alguien podría
estarme esperando al final de la guerra. Nadie estaba, de hecho, esperándome en
Viena. Pero Bruno Pittermann -un viejo amigo mío que fue Vicecanciller de
Austria algunos años después-, no me dejó solo. Me obligó a estar completamente
ocupado -pensando que, como mi mujer y mis padres habían muerto, en cualquier
momento yo podía quitarme la vida-. En realidad, sufrí una depresión después de
ver que nadie me esperaba. Pero me di cuenta de que podía haber alguna misión
que cumplir todavía.
Me dediqué a escribir y a enseñar, y durante algunos meses
eso me ocupó completamente. Sólo el hecho de ver un sentido por delante permite
seguir luchando en vez de recurrir al suicidio.
Por Víktor Frankl. El hombre en busca de sentido
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