Miguel Gutiérrez: Los actos suicidas pueden generar
un efecto de imitación en otras personas por lo que es necesario estar
atentos para tratar de neutralizar esa eventualidad.
El suicidio de Amaia Egaña, de 53 años, cuando iba a
ser desahuciada ha puesto el foco en las devastadoras consecuencias que
la crisis económica está teniendo en la salud mental de sus víctimas.
El psiquiatra Miguel Gutiérrez, Presidente
de la Sociedad Española de Psiquiatría, no es muy optimista y cree que
casos como este van a ser más frecuentes de lo habitual, ya que «las
previsiones económicas son muy malas».
Catedrático de la UPV/EHU y actual jefe del
servicio psiquiátrico del hospital vitoriano de Santiago Apóstol,
Gutiérrez acaba de ser nombrado presidente de la Sociedad Española de
Psiquiatría, en un momento de claro repunte de las consultas
de salud mental por casos de depresión y ansiedad. «La sociedad está
desesperanzada y eso plantea problemas muy serios, tanto individuales
como colectivos», sostiene.
Sobre las señales pueden identificarse en una
persona que está planeando su suicidio, este experto comenta que no es
fácil prevenir un suicidio. Las ideas suicidas pueden sobrevenir en
segundos, minutos, días u horas y hacer imposible que
pueda prevenirse. A veces estos cambios son impredecibles; por eso
precisamente de la idea al suicidio hay un trecho. Además, aunque la
mayoría de las veces ocurre en personas deprimidas visiblemente, en
otras ocasiones la depresión es encubierta y solo un
especialista puede detectar el riesgo.
La intervención de un especialista podría haber
evitado esta nueva muerte ya que el número de pacientes con ideas y
tentativas suicidas es muy numeroso. Existen diez tentativas por cada
caso de suicidio consumado.
Los suicidios en España están en una tasa baja
respecto a otros países europeos (7,5 por cada 100.000 habitantes), pero
es probable que aumente. Las previsiones económicas no son nada buenas.
También es previsible que haya más problemas
psiquiátricos derivados de problemas adaptativos, del fracaso de las
personas a adaptarse a la nueva situación.
El suicidio es la máxima expresión del desánimo, de
la falta de esperanza. La sociedad busca referencias en forma de
personas, de planes y de líderes que sepan salir de esta situación y no
los encuentran. Entonces, la sociedad se siente
cada vez más desamparada, más desorientada y más desesperanzada y eso
en buena lógica plantea problemas muy serios, individuales y colectivos.
Las personas que están en paro o van a perder su casa viven en una
cierta indefensión social; su esperanza de futuro
desaparece y el suicidio es la respuesta depresiva a esa situación.
En cuanto a los tratamientos, Gutiérrez apunta que
los tratamientos farmacológicos ayudan y las psicoterapias también.
Pero, claro, los medicamentos no quitan problemas ni evitan desahucios,
ni proporcionan trabajos. Cuando hay crisis sociales
también los remedios deben ser sociales: ayudas, mejora en la formación
de los parados para que se cualifiquen más y puedan encontrar un
empleo... medidas sociales que poco tienen que ver con la medicina.
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