Timothy Murphy nació en 1951 en Minnesota en una familia católica que tendría otros cinco niños.
Era monaguillo en la parroquia cuando tenía apenas 6
años, y un chico mayor abusó sexualmente de él. Más tarde, a los 18
años, sufrió abusos sexuales otra vez, en el instituto, por parte de un
jesuita que estaba a punto de ordenarse sacerdote.
No parece extraño, con estos antecedentes, que en
el instituto desarrollara atracción por el mismo sexo y odio hacia la
iglesia y Dios. Era un joven sensible e inteligente, enamorado de la
literatura, malo en deportes, pero con dos pasiones:
la caza y la poesía. Y muy pronto, con una adicción especialmente
destructiva, el alcohol.
Un compañero, también espiritual
A los 22 años conoció a Alan Sullivan, que entonces
tenía 24, y sería su amante durante toda su vida, su editor, amigo y
traductor.
Eran personas con inquietudes espirituales, pero
sin Dios. Juntos exploraron la meditación tibetana, el budismo zen, el
taoísmo y el confucionismo.
“Éramos buscadores espirituales, pero nunca buscamos en la Iglesia Católica por su postura sobre los gays”, explica Murphy.
Tenían una granja en Dakota que les daba para
vivir, y su poesía sobre caza, sufrimiento y espiritualidad no teísta
tenía buenas críticas y relevancia en el panorama literario de EEUU.
A punto de suicidarse
Pero en marzo de 2004, con 53 años, Murphy se
encontraba en problemas. La juventud había pasado, acababa de perder
muchísimo dinero en un mal negocio, ya no era granjero activo y bebía
más que nunca. No estaba bien de salud.
Tomó su escopeta de cañón doble, la cargó,
dispuesto a suicidarse… y en ese momento sonó el teléfono. ¡Era un amigo
de la universidad, de Yale, al que no veía desde entonces, media vida
atrás! Le tuvo hablando durante dos horas… y se le
quitaron las ganas de matarse. Empezó a reflexionar más en profundidad.
Este amigo, ateo en la universidad, le había
ayudado a dar el paso completo y específico hacia el ateísmo. Pero ahora
¡este hombre tan ateo era cristiano! Más aún, al retomar el trato, este
amigo le proponía volver a la fe.
Y retumbó la voz de Dios
Un año después del intento de suicidio, Murphy
estaba sentado ante el ordenador, respondiendo un e-mail en el que su
amigo hablaba de Dios y el cristianismo.
“Yo estaba respondiendo a la defensiva, como de
costumbre, cuando ¡bam! salté de la silla. Y oí esa voz enorme que
decía: Hijo mío, hijo mío, ¿por qué me has abandonado?”
Murphy añade riendo que “la única vez que Dios me habla, resulta que lo hace en inglés al estilo de la Biblia del Rey Jaime”.
Y Murphy se volcó en el teclado y escribió un poema, como si se lo dictaran:
“El Señor de los Ejércitos existe.
He escuchado cantar a sus ángeles poderosos.
Cuando caí de sus murallas, oí resonar sus himnos.
Oí a mi alrededor batir sus alas, mientras caía por siglos,
Y Dios significa para mí cantar al salir del Infierno."
Dos días después, acudió a la parroquia católica de
San Joaquín y Santa Ana, en Fargo, y se presentó ante el joven párroco,
el padre Robert Pecotte, que le escuchó,
San Joaquín y Santa Ana, la parroquia de Fargo que acogió a Murphy le echó una ojeada y decidió administrarle la
Unción de los Enfermos. “Yo estaba temblando como una hoja por mi
proceso de desintoxicación”, recuerda.
Confesó sus pecados, fue perdonado, y en tres
semanas era recibido en la Iglesia de nuevo. Ahora era un católico de
misa diaria, para compensar tantos años sin misa.
Aún tenía un punto de fricción con la fe católica:
la homosexualidad. Ya no era un joven sexualmente activo, pero la
autoimagen gay era parte de su identidad. Y entonces ¡soñó con Juan
Pablo II!
“Caminé por el muelle, hasta donde él estaba, y él
rezó vísperas y escuchó mi confesión. Pero sobre todo me escuchó
quejarme de la actitud de la Iglesia respecto a los gays. Y al acabar el
sueño, todo lo que dijo fue: ‘Te Dominus amat’.
No dijo ‘yo te absuelvo’, ‘ego te absolvo’, sino, simplemente, ‘Dios te
ama’”.
Y esa mañana, al despertar, Murphy puso la radio y escuchó las campanas de San Pedro en Roma: Juan Pablo II acababa de morir.
Murphy no le echa ya nada en cara a la Iglesia, y
admite que haber sido casto durante los últimos años 20 años (ya tiene
62 años) le ha ayudado.
“Odiaría ser un gay sexualmente activo veinteañero y
católico, sería una situación muy difícil”. A ciertas edades, el
problema ya no la lujuria, sino el orgullo y la rendición ante Dios.
La conversión de Sullivan
Poco después de su conversión, dos días antes de
Pentecostés de 2005, su pareja, Sullivan, recibió un diagnóstico:
leucemia, una sentencia de muerte, una previsión de vida de apenas dos
años.
Para sorpresa del poeta, Sullivan recibió la devastadora noticia pidiéndole que le leyera algo del Libros de los Salmos.
La enfermedad avanzaba, y en diciembre de 2008,
Sullivan, destrozado por un dolor que las medicinas no mitigaban se
empezó a preparar un vaso de ron al que añadir un veneno.
Pero Sullivan, como Murphy tres años antes, quedó
asombrado al oír muy fuerte la voz de Dios que le decía: “hijo mío, no
estás solo”.
Y enseguida acudió a su compañero: “Tim, he tenido una epifanía; quiero unirme a la Iglesia Católica”.
Alan Sullivan murió en 2010, con 61 años, tres de
ellos como católico, el último dedicado a traducir Salmos y a escribir
de literatura, poesía y fe en su blog Seablogger.com.
Tim Murphy ha escrito su historia de fe en el libro
“Mortal Stakes and Faint Thunder”, un libro que empieza con su nota de
suicidio y acaba con un mensaje de alegría y esperanza, el que recibió
en un sueño de un Papa polaco falleciente:
“Te Dominus amat”, “Dios te ama”.
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