El Killing oneself o suicidio obedece en general a una
depresión, y su causa remota puede ser en casos concretos una falta de sentido
de la vida. Quiero decir con esto que en modo alguno se pueden atribuir todos los
casos de suicidio al sentimiento de falta de sentido de la vida; pero yo estimo
que el suicida no habría consumado su acto con sólo haber hallado un cierto
sentido en su vida. Nuestras experiencias logoterapéuticas nos enseñan que el
conocer que la vida tiene un sentido no posee sólo una relevancia terapéutica,
sino también profiláctica. Pero a la hora de hablar de profilaxis del suicidio
y de medidas preventivas, quisiera recordar lo que «el psicólogo del Consejo
Escolar de Viena refiere acerca de un experimento realizado en Suiza: en un
cantón de este país los medios de comunicación social se pusieron de acuerdo en
no mencionar el suicidio durante un año; esto hizo que el suicidio descendiera
al diez por ciento en aquel cantón» («Die Presse», 14-15, II, 1981, p. 5). Yo
me pregunto qué profesional de los medios de comunicación social está dispuesto
a asumir la responsabilidad del noventa por ciento de los suicidios que no se
hubieran producido de no haber «aireado» el tema.
Pero dejemos la problemática de la prevención y
abordemos las cuestiones de la intervención: ¿qué se puede hacer en concreto?
Para contestar a esta pregunta, recurriré a dos tipos de experiencias: mi
colaboración en el marco del centro para hastiados de la vida de Viena, fundado
por Wilhelm Bórner y dirigido por él durante un decenio (hasta 1938)
—prácticamente, el primer centro de esta naturaleza—, y los 4 años que pasé de
joven médico en el gran hospital psiquiátrico de Viena al cuidado del pabellón
que albergaba a los pacientes de intento de suicidio. A lo largo de los 4 años
pasaron por mis manos alrededor de 12 000 «casos», y esto supone un cúmulo de
experiencias. Y a ellas suelo recurrir cuando tengo ante mí a un paciente que
ha intentado el suicidio. Pude constatar una y otra vez que incluso en
situaciones sin aparente salida hay siempre al final una solución, una
respuesta, un sentido, siquiera a largo plazo.
¿Quién me puede asegurar—pregunto yo— que no será ése
mi caso y que un día no voy a descubrir un sentido insospechado? Un día; pero
yo debo vivir ya ese día, debo prepararme para él y desde ahora soy responsable
y no puedo desentenderme.
VIKTOR
E. FRANKL. EL HOMBRE DOLIENTE.
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