Hace
algunos años, una colega que trabajaba en un servicio público de salud mental
me contó que estaban haciendo un relevamiento de datos sobre los pacientes, y
que tuvieron una pequeña discusión cuando llegaron al punto de evaluar ideación
suicida; algunos de los profesionales temían preguntar por miedo a “darle
ideas” a los pacientes…
Después
de machacarme un dedo con un martillo para distraerme de mi indignación,
recordé que no se trata de un caso aislado, este es un temor frecuente en los
profesionales. Entre un tercio y un cuarto de los profesionales de salud creen
que preguntar sobre suicidio puede generar consecuencias negativas (Bajaj et
al., 2008; Stoppe, Sandholzer, Huppertz, Duwe, & Staedt, 1999).
Un terapeuta que no pregunta directamente por
ideación suicida, y confiar solo en indicadores indirectos corre el riesgo de
pasarlo por alto
Es
un temor infundado, pero que genera varios problemas. En primer lugar, genera
problemas en la clínica; un terapeuta que no pregunta directamente por ideación
suicida, y confiar solo en indicadores indirectos corre el riesgo de pasarlo
por alto, o de estimar erróneamente la seriedad de la ideación. En segundo
lugar, esto genera problemas en las investigaciones: antes de realizar una
investigación debe ser aprobada por un comité de ética que decide si es segura
para los participantes; si la investigación inquiere sobre ideación suicida, y
los miembros del comité de ética creen que indagar sobre el tema puede aumentar
ideación suicida, hay buenas chances de que la investigación no se realice.
Recientemente
se publicó una revisión de la literatura sobre el tema (Dazzi, Gribble,
Wessely, & Fear, 2014), en la cual se cubrieron varias investigaciones que,
directa o indirectamente, analizaron el impacto de preguntar sobre ideación e
intencionalidad suicida.
Los
datos
Gould
y colaboradores(2005), realizaron una investigación en la cual administraron
una encuesta a 2342 estudiantes. La mitad recibió una encuesta sobre síntomas
psicológicos y estado de ánimo que incluía evaluación sobre suicidio, la otra
mitad recibió una encuesta que no la incluía; dos días después de la evaluación
inicial administraron otra evaluación para observar si hubo cambios en el
malestar y en la ideación suicida como resultado de la evaluación.
Los
resultados fueron interesantes: no sólo en ningún caso aumentaron los reportes
de ideación suicida ni de malestar como consecuencia de evaluar ideación
suicida, sino que los estudiantes que en la primera evaluación manifestaron
síntomas depresivos o intentos previos de suicidio mostraron una reducción del
malestar e ideación suicida en la evaluación llevada a cabo dos días después.
La
de Gould et al. es una investigación interesante, pero tiene la limitación de
ser breve: el espacio entre la primera evaluación y la segunda es de dos días.
No desesperen: Mathias y colaboradores (2012), realizaron una investigación en
la cual realizaron evaluaciones cada 6 meses durante dos años. Los pacientes
fueron 170 adolescentes que habían recibido tratamiento en una clínica. Los
resultados fueron interesantes, porque encontraron una correlación entre la frecuencia
de la evaluación y la ideación suicida… pero la relación fue que a mayor
frecuencia de evaluación la evaluación suicida disminuyó.
Ahora
bien, estos datos son de población general o de pacientes que tenían ideación
suicida, no intentos de suicidio. Quizá en las personas que han intentado
quitarse la vida la cosa sería distinta…no?
Resulta
que no. En Francia, Vaiva y colaboradores (2006), evaluaron a 605 personas que
habían llegado a los servicios de urgencia luego de haber intentos de suicidio
por envenenamiento. Los participantes recibieron una evaluación telefónica
sobre riesgo suicida luego de un mes o luego de tres meses, y se investigó el
efecto que esta breve intervención tuvo luego de un año. Los participantes que
recibieron la evaluación tres meses después del intento de suicidio no
mostraron un incremento del riesgo comparados con los participantes que no
recibieron esa evaluación, y de hecho, los participantes que recibieron la
evaluación luego de un mes del intento tuvieron menos probabilidades de
realizar un nuevo intento de suicidio durante el seguimiento de un año. La
evaluación no se asoció en ningún caso a un aumento del riesgo de suicidio.
En
resumen
Las
investigaciones no sólo muestran que es seguro indagar riesgo suicida, sino que
incluso puede ser beneficioso:
“Los
hallazgos de esta revisión sugieren que tanto en poblaciones de adolescentes
como en adultos, reconocer y hablar sobre el suicidio puede de hecho reducir en
lugar de aumentar la ideación suicida, con la sugerencia añadida de que repetir
las indagaciones pueden beneficiar la salud mental a largo plazo. Los estudios
en poblaciones que buscan tratamiento sugieren que preguntar sobre suicidio a
personas que están o han tenido intentos suicidas puede llevar a mejoras en la
salud mental.”
(Dazzi
et al., 2014)
Para
los terapeutas, podríamos resumirlo así: no sólo no aumenta el riesgo en ningún
caso, sino que es una buena práctica incluir evaluaciones sobre riesgo suicida
en las entrevistas iniciales y repetirlas periódicamente.