viernes, 5 de mayo de 2017

Hechos 16:27-34. "No te mates. No te hagas ningún ma" Solamente esas palabras bastaron para salvar a Beatriz

La historia de Beatriz es una de esas que nos hace dar cuenta de la magnitud del poder que tiene el Señor Jesucristo sobre nuestras vidas. Tuve la oportunidad de conocerla una noche calurosa de verano cuando inesperadamente se presentó en mi hogar con motivo de agradecerme por “haberle salvado la vida”. Palabras textuales que despertaron mi curiosidad y llevaron a que le pregunte su historia.



Beatriz era una mujer de mediana edad, casada hace muchos años con un hombre trabajador el cual era el único proveedor de ingresos en su hogar. Ella nunca había trabajado ya que padecía de algunos trastornos mentales que le impedían desenvolverse socialmente con naturalidad. Hacía muchos años que estaba depresiva y no encontraba actividad alguna que le diera motivación para continuar con su vida.

Vivía en un hermoso chalet con grandes ventanales que le regalaban una envidiable vista panorámica hacia un gran parque que estaba cerca de la estación de trenes de la ciudad. Pasaba sus mañanas y tardes en soledad ya que su marido trabajaba tiempo completo y recién llegaba de noche. Su itinerario comenzaba con la bocina de los trenes que llegaban a la ciudad, y como era de esperarse después de tantos años de escucharlos, se sabía el horario de cada uno de ellos.


Ese mismo día se despertó, desayunó y luego de poner en orden su hogar tomó la decisión de terminar con su vida. Pensamiento que hacía tiempo venía rondando su cabeza pero que ese día había tomado tiempo y forma. Su plan: se arrojaría a las vías del tren que pisaba los andenes de la estación alrededor de las 19:45. No dejaría carta alguna explicándole los motivos de su decisión a su esposo, ya que seguramente “él ya sabría de su pesar de todos estos años.”

Alrededor de las 19 horas dejó la casa en perfecto orden y se encaminó hacia la estación. Se acomodó sobre un banco alejado del anden y esperó. El tiempo pasaba y el tren no llegaba. Su impaciencia aumentaba pero su decisión no declinaba. Esperó una hora y el tren tampoco llegaba cuando de pronto se le ocurrió que podría ir a su casa y prender la televisión de su habitación a todo volumen para que cuando su esposo llegase, no sospeche de su fuga y corra a buscarla. Cuando enciende el aparato eran aproximadamente las 20:45, horario en que se encuentra al aire mi programa de televisión y por esas cosas que entiende Dios, yo justamente predicaba sobre el suicidio.

Hablaba de el carcelero de Filipos en el libro de Hechos 16:27-34.

No te mates. No te hagas ningún mal.

Solamente esas palabras bastaron para que Beatriz se quedara inmóvil con sus piernas débiles y manos temblorosas. En ese preciso momento, con los ojos llenos de lágrimas, ella desistió de su suicidio y entregó su vida y corazón al Señor. Minutos más tarde se escuchaba a lo lejos las fuertes bocinas de la locomotora, pero Beatriz, todavía muy emocionada por haber sido salvada por la Palabra de Dios y no la del predicador, dejó pasar ese tren y se arrojó a los brazos de Jesucristo.

 Rev. Roberto Rodriguez Aliaga

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