¡Oh,
qué cosa es el hombre, qué alejado
del
poder, de la paz y del reposo!
¡En
cada hora distinta es, por lo menos,
veinte
hombres diferentes!
Un
momento hace cuenta de los cielos,
como
de su tesoro, pero al punto
siente
una idea sierpe que le llama cobarde,
pues
pierde su placer por miedo del pecado.
Ora
quiere luchar, batirse en guerras,
ora
comer su pan y cobijarse en paz,
ora
escarnece el lucro,
ora
amontona y guarda todo el día.
Edifica
una casa
que ha
de venirse abajo en un instante,
como
si un vendaval la triturase,
y es
en parte verdad; que así es su mente.
Qué
espectáculo el hombre, si a medida
que
muda de opinión se transformase
su
aspecto, si su traje, como piel de delfín
se
ajustara al variar de sus deseos.
Si
cada uno leyera el corazón del otro
no
habría relación, ni venta ni concierto;
muy
pronto todos se dispersarían,
cada
uno viviría solitario.
Corrígenos,
Señor, o, mejor, haznos,
que no
basta una sola creación a nuestro torbellino.
Si no
vuelves a hacernos cada día,
la
propia salvación rechazaremos.
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