Una experta en enfermedades mentales revela su lucha
personal
Aceptación
radical
La
Dra. Linehan sintió el poder de otro principio mientras estaba en una pequeña
capilla en Chicago.
Corría
1967, varios años después de que dejara el instituto siendo una joven
veinteañera a quien los médicos le dieron pocas oportunidades de supervivencia
fuera del hospital. Y apenas logró sobrevivir: tuvo un intento de suicidio
estando en Tulsa, cuando llegó a su casa; y otro episodio cuando posteriormente
se mudó al YMCA, en Chicago, para un nuevo comienzo.
Linehan
tuvo que ser hospitalizada otra vez y salió confundida, sola y más comprometida
que nunca con su fe católica. Se mudó a otro YMCA, encontró trabajo como
empleada en una compañía aseguradora y comenzó a tomar clases nocturnas en la
Loyola University —y a rezar con frecuencia en una capilla en el Cenacle
Retreat Center.
“Estaba
en el infierno. E hice una promesa: cuando salga, regresaré y sacaré a otros de
aquí.”
“Cierta
noche estaba allí, arrodillada, mirando la cruz, y de pronto todo el lugar se
volvió dorado y sentí que algo venía hacia mí. Fue una brillante experiencia.
Luego tan solo regresé corriendo a mi habitación y me dije: Me amo a mí misma.
Esa fue la primera vez que recuerdo haberme hablado en primera persona. Me
sentí transformada”, afirma.
Aquella
mejoría duró alrededor de un año, antes de que los sentimientos de devastación
regresaran bajo la forma de un romance que finalmente terminó. Pero algo era
diferente. Ahora podía superar sus tormentas emocionales sin cortarse o dañarse
a sí misma.
¿Qué
había cambiado?
Le
tomó años de estudio en psicología — obtuvo su doctorado en Loyola en 1971 —
antes de encontrar una respuesta. A primera vista parecía obvio: se había
aceptado a sí misma tal como era. Había intentado matarse muchas veces debido a
que la brecha entre la persona que quería ser y la persona que era la dejaba
desesperanzada, profundamente nostálgica por una vida que nunca conocería. Esa
brecha era real e insalvable.
Aquella
idea básica —aceptación radical, la llama ahora— gradualmente fue más
importante a medida que empezó a trabajar con sus pacientes, al principio en
una clínica de suicidas en Buffalo y luego como investigadora. Sí, el verdadero
cambio era posible. La emergente disciplina del conductismo enseñaba que la
gente podía aprender nuevas conductas —y que actuar de manera diferente puede,
en el trascurso del tiempo, modificar las emociones subyacentes.
Sin
embargo, las personas con una grave tendencia suicida han intentado cambiar
millones de veces y han fracasado, por lo que la única vía para llegar a ellas
era reconocer que su conducta tenía sentido: los pensamientos relacionados con
la muerte eran una dulce liberación si se consideraba lo que estaban sufriendo.
“Era
muy creativa con las personas. Noté eso de inmediato”, dice Gerald C. Davidson,
quien en 1972 admitió a la Dra. Linehan en un programa de doctorado en terapia
conductista en la Stony Brook University (en la actualidad, Davidson es
psicólogo de la University of Southern California). Ella podía sacar a las
personas de su centro; lo hacía desafiándolas con temas que no podían escuchar
sin que se sintiesen menospreciadas, asegura.
Aquella
idea básica —aceptación radical, la llama ahora— gradualmente fue más
importante a medida que empezó a trabajar con sus pacientes
Ningún
terapeuta podría prometer una rápida transformación o un súbito insight de
parte del paciente, y mucho menos una deslumbrante visión religiosa. Pero ahora
la Dra. Linehan se encontraba acercando dos principios aparentemente opuestos
que conformarían la base de su tratamiento: la aceptación de la vida tal como
es —no como se supondría que fuera— y la necesidad de cambiar, a pesar de esa
realidad y a causa de ella. La única manera de tener certeza de que se trataba
de algo más que de una teoría era probarla científicamente, en el mundo real —y
nunca existió duda alguna sobre por dónde empezar.
CONTINUARÁ…