Quise morirme; pensé suicidarme pero el Señor Jesús me salió al encuentro... y ahora vivo
lunes, 15 de junio de 2015
Dios es grande y uno siempre aprende mucho más de los días difíciles que de los buenos días - Testimonio de Nick Vujicic, el australiano sin brazos ni piernas
El hombre se asoma por el cristal del ascensor que comunica al primero con el segundo piso en el aeropuerto internacional El Dorado, en Bogotá. Acaba de aterrizar tras un vuelo de casi nueve horas desde Dallas (Texas, Estados Unidos), con escala en la Ciudad de México. Se abre la puerta y Nick Vujicic, un joven sin brazos ni piernas, sale montado en una moderna silla de ruedas de 70 kilos de peso que maneja con destreza, con el muñón –que apenas tiene dos dedos– que nace del lado derecho de su cintura y al que él llama “mi hueso de pollo”. (Vea aquí las fotos de Nick Vujicic, el australiano que se convirtió en testimonio de superación)
Saluda y deja ver unos dientes blancos que contrastan con sus helados ojos azules. Me lo presentan y yo, sin pensarlo, estiro la mano derecha para saludarlo. Sí: le doy la mano a un hombre que no tiene manos. Ni piernas. Por eso, por no tener sus extremidades, se ha convertido en un testimonio de superación admirado en todo el mundo.
Fueron dos segundos, con la mano congelada, en los que me convencí de que sería imposible enmendar semejante imprudencia. Como si no supiera que nació sin brazos ni piernas hace 30 años en Melbourne (Australia) y que ha visitado 59 países, llenando estadios e inspirando a multitudes con su ejemplo de vida; como si no supiera que ha publicado dos libros (Una vida sin límites y Un espíritu invencible) que son best sellers mundiales y que sus conferencias, videos y fotografías arrasan en Internet.
Aún sin asimilar la vergüenza, pensaba en su reacción: un insulto (merecidísimo), un gesto de desaprobación o simplemente su negativa a darme la entrevista. Pero él, con un español que apenas mastica, sonrió y dijo: “Abrazo”. Me agacho, junto mi pecho con el suyo, y él descarga su cabeza sobre la mía, inclinando su hombro izquierdo.
Pudo ser despiste, mi subconsciente que se dejó llevar por la emoción de conocer a un hombre tan lleno de fe y coraje, o el simple reflejo de saludar con la mano. Pero no le importó. Cosas así –y otras peores, como cuando de niño le gritaban “fenómeno”– le han pasado muchas veces.
Es su tercera visita a Colombia, pero esta será la más larga. Irá a Barrancabermeja, Yopal, Ibagué y otras ciudades, para contar cómo un día dejó de preguntarse por qué había nacido con medio cuerpo y, en cambio, se preguntó: ¿para qué? Para salvar vidas, tal vez.
Al nacer, los médicos le dieron pocos meses de vida. Si el pequeño Nick sobrevivía, jamás podría caminar y su único destino sería una cama o una silla de ruedas. Pero él hace mucho más que caminar: nada, cabalga, se monta en una tabla de surf y se desliza entre las olas, juega fútbol y golf; fue a la universidad y se graduó en comercio y finanzas; escribe libros, es predicador cristiano y motivador, viaja por todo el mundo, se casó y tiene un hijo... Vive feliz y agradecido con lo que tiene. Ya no reniega por lo que le hace falta.
No siempre fue así. A los diez años intentó suicidarse. No soportaba más el acoso, las burlas y el rechazo de sus compañeros de colegio. No se mató porque no quiso causarles ese dolor a sus padres, a quienes les agradece el amor y que le hayan enseñado que existe un Dios que lo ama y que tiene un plan para él.
“Dios dice que fui hecho de una manera maravillosa, que soy su hijo, que hay ángeles a mi alrededor, que tengo la fuerza porque Él me ama. No es la fuerza de Nick, es el amor de Dios”, dice.
Un ‘fenómeno’ de circo
A Nick también lo conocen por ser el protagonista del cortometraje El circo de la mariposa, en el que representa a un “fenómeno” que se revela tras abrir unas cortinas y al que presentan como “una perversión de la naturaleza, un hombre al que hasta Dios le dio la espalda”, al lado de una mujer barbuda y unas siamesas.
Este video supera los siete millones de vistas y retrata claramente lo que es hoy: un testimonio de superación humana fuera de todo parámetro.
En el clóset de su cuarto, en Los Ángeles (California) –donde está radicado con su esposa y su hijo–, tiene un par de zapatos, símbolo del milagro que esperó durante mucho tiempo: tener piernas y brazos para ser feliz. Hasta que comprendió que su felicidad no podía estar relacionada con esas extremidades ausentes.
“Hay personas a las que no les falta nada en su cuerpo y no tienen felicidad. Lo que busco y necesito es la paz, la fuerza, el gozo, la fe, y esas cosas no vienen por tener brazos o piernas”.
También cree que mucha gente vive en la infelicidad por sus ansias de dinero, poder y reconocimiento.
“Siempre puedes tener mucho más o mucho menos, pero las cosas más grandes en la vida no son las cosas: son Dios, el amor, la familia, y después lo demás”, continúa, y confiesa que lo que más lo sorprende en la vida es conocer a gente que, en medio de su soberbia, cree que no necesita a Dios para vivir.
Nick entra a uno de los auditorios del Club El Nogal, en Bogotá, custodiado por su equipo de trabajo, que incluye fotógrafos, camarógrafos y traductores, y también a su asistente personal –que lo viste, lo afeita, le ayuda a asearse–, como la gran celebridad que es.
La gente le pide tomarse fotos. Dice ‘no’. Él no siempre está dispuesto a tomarse fotos con la gente. Es muy radical con su agenda de trabajo, y trabajo es lo que le sobra. Luce impecable: un short de lino gris y una camisa rosada, obviamente, sin mangas. Pide que les bajen la intensidad a las luces –eso le irrita los ojos– y sus asistentes exigen no usar el flash de las cámaras.
‘La fuerza es de Dios’
Después de un breve resumen de su testimonio, cuenta que no siempre se levanta con una sonrisa en el rostro; que, como todo ser humano, tiene sus altibajos. Que también se deprime y se equivoca. Que no es un superhéroe.
“Pero Dios es grande y uno siempre aprende mucho más de los días difíciles que de los buenos días. La fuerza que tengo en el día de hoy es por el dolor que tuve en el día de ayer”.
Él no cree que sea un milagro, como muchos le dicen. “Todos podemos ser un milagro para otros”. Cuenta cómo muchas personas han desistido de querer suicidarse cuando lo conocen, cuando leen sus libros o miran sus videos en YouTube. Narra también que mucha gente que se sentía derrotada y fracasada ha encontrado una luz cuando sabe que él es capaz de hacer tantas cosas con su cuerpo.
Asegura que Dios no da sufrimiento, que ese lo da el diablo, y habla de la necesidad de perdonar y amar a los enemigos. Eso, por difícil que parezca –afirma– regala paz y rompe cadenas.
El próximo año publicará su tercer libro, esta vez sobre una epidemia mundial que sufren millones de niños y jóvenes y que él padeció: el matoneo. Quiere seguir impulsando su fundación para personas con discapacidad y continuar con su misión de regar semillas de fe y esperanza a la humanidad.
Pero, más que eso, su mayor añoranza es ser un buen esposo de Kanae, la bella mexicanojaponesa que conoció hace dos años y medio –dejó a un novio (con brazos y piernas) para irse con él–, y ser el mejor padre para Kiyoshi, su hijo de siete meses. “Es un bebé sano, hermoso y muy amado”. Quiere otros tres hijos.
Se despide del público y agradece a Colombia por su acogida, no sin antes dejar una reflexión: el gran problema de este país, y del mundo en general, no es la violencia sino la ausencia de fe.
“Cuando tienes una nación que está pasando por tanta turbulencia, nos necesitamos unos a otros, pero necesitamos más a Dios”.
Nick quería cumplir una nueva hazaña: lanzarse por el cable de canopy, en Tobia (Cundinamarca), a 200 metros de altura. Pero decidió cancelar. Nick está cansado.
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