Allí, junto a aquel pozo,
convidaste, Señor, a mi alma herida
con las aguas eternas, que, gustadas,
encienden más la sed del agua viva.
Ella, la pecadora,
del mal de tus ausencias padecía,
y en un instante descubrió los hondos,
los claros manantiales de la dicha.
Félix García
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