Amy Ford tenía 20 años. Estudiaba y
trabajaba, vivía a su aire y se echó novio, con quien mantenía
relaciones sexuales. Un día fue al médico porque se sentía "enferma como
un perro" y le explicaron la causa de su malestar: estaba embarazada.
Se sintió "asustada, enfadada, confusa" y, sobre
todo, "completamente sola": "Embarazada, estudiando, era camarera,
estaba endeudada... y sola". Una semana después, convertida en un
"despojo" y con el malestar que no se le iba, volvió al
médico, quien la reenvió a una consejera.
Las tres opciones
"Fui. Le conté mi triste y lacrimógena historia,
cómo llevaba días sin comer ni dormir. Fue muy dulce. Me dio un refresco
y algo de picar y estuvo conmigo mientras lloré. Todavía recuerdo su
amabilidad, ni me juzgó ni me avergonzó, como
una madre. Me dio nombres y lugares de diversos sitios a donde ir. No me
orientó en una dirección u otra. Sé que no podía. Desearía que hubiese
podido", cuenta Amy a LifeNews.
Las opciones eran seguir el embarazo, la adopción o
el aborto. Llegó a casa y lloró y, aunque no era creyente en esa época,
pidió a Dios que la matara: "Creía que Él me odiaba y estaba arruinando
mi vida, que no era nadie para Él". Al día
siguiente visitó un centro provida. Le enseñaron un vídeo de un aborto:
"Estaba tan enferma que no pude ni verlo", y salió corriendo de allí.
Perdida en un mar de dudas, Amy llamó a su madre.
Le costó, porque la vida familiar no había sido un lecho de rosas ("no
veía el momento de irme de casa"). Tanto su madre como su padre, sin
embargo, la apoyaron en la decisión que tomara
y le ofrecieron volver. Pero...
"Haz lo que quieras pero no dejes que una noche
arruine tu vida. No es realmente un niño", arguyó su padre. Amy estaba
cada vez más confusa e incluso pensó en el suicidio, porque además el
padre de la criatura le dijo que estaba loco por
ella, pero que no podía hacerse cargo del bebé. En cuanto a los amigos,
los había de toda opinión.
El error
Y finalmente Amy, quien al principio se inclinaba
por conservar a su hijo, dio un giro de ochenta grados y pidió cita en
el abortorio: "No recuerdo mucho. Sí recuerdo el latido del corazón.
Recuerdo la ecografía. Gemelos. Embarazada no
de uno, sino de dos".
Pero ya no había marcha atrás: "Recuerdo el dolor
durante la intervención y el color rosa. Todo lo que veía era rosa.
Lloré. Y lloré. Y en cuanto terminaron, me fui. No quise esperar". La
amiga con la que había ido la acompañó a casa, pero
luego tenía que ir a trabajar, así que se quedó, de nuevo, sola. Esa
amiga, contraria a lo que iba a hacer pero siempre a su lado, había
intentado detenerla tras la ecografía. "¿Por qué no me fui entonces?",
lamenta Amy: "No un asesinato, sino dos...".
"Estuve en pie toda la noche y callé mi dolor con
todo el alcohol que encontré en mi pequeño apartamento", dice Amy. Era
sólo el principio, porque ése fue su recurso para tirar adelante con
todo: estudios, trabajo... y el pesar que la invadía
por lo que había hecho. "Dolor, vergüenza, culpa... No me perdonaba a mí
misma. Me volví fría como el hielo. Mi sonrisa desapareció y se instaló
la negatividad en todo".
Salvarás vidas...
Y encima apareció el padre de los gemelos para
decirle ahora que de haber tenido más tiempo, sí, que él habría ayudado,
que podrían haber sido padres... Amy volvió a ver a la consejera
inicial, le contó su dolor... y lloraron juntas: "Fue
la primera vez que descubría sus emociones. Me dijo que lo que yo habia
hecho no lo había hecho tan a la ligera como otras chicas que ella había
atendido. Me dijo que yo podría contribuir a cambiar el mundo y que
salvaría vidas. Cuando llamaron a la puerta,
llevaba en su oficina cuatro horas. Creo que Dios la envió a mí. Nunca
la volví a ver. No comprendí sus palabras en aquel momento. Pero ahora
creo que plantó una semilla".
La relación con su novio se vino a pique. Ella
seguía "obsesionada" con la decisión que había hecho. Bebía cada vez
más. Lloraba continuamente. Había comprado dos animales disecados a modo
de recordatorio de sus gemelos, pero verlos mantenía
vivo el dolor. Los guardó en una caja junto con la ecografía: "Y en esa
caja guardé también mi corazón, mis esperanzas, mis sueños, mis deseos".
Dos hijos no apagan el dolor de otros dos
Dos años después conoció a otro chico. Se casaron y
se quedó embarazada de un niño. "Recé por tener dos. Dos. Necesitaba
dos". Y nació una niña. Su marido la amaba, y amaba a los pequeños. El
padre de él había abandonado a su madre cuando
ella quedó embarazada, así que comprendía a Amy.
Pero Amy no se comprendía a sí misma. Se mantenía atada "por las pesadas cadenas de la vergüenza".
"Y entonces Él vino a mi encuentro una noche y me
pidió que abriese aquella caja y afrontase mi dolor. Me desperté
enferma. Soñaba con aquella elección casi cada noche. Aquellos niños
nunca me habían dejado en realidad. A la mañana siguiente
busqué la caja, pero no la encontraba. Junto con la ecografía. Junto con
los animales disecados. Pensé lo peor de mí misma. ¿Cómo podía haberme
deshecho de aquello? La caja había desaparecido, pero mi destrucción
continuaba. Nunca me vería libre de mi elección",
cuenta Amy.
"Mi mente. Mi cuerpo. Mi elección": los abortistas están evitando cada vez más una cantinela que cada vez convence menos.
Elección... maldita elección
[Amy repite a menudo la palabra elección, choice en
inglés. En Estados Unidos los abortistas disfrazan sus pretensiones
bajo el manto de la libertad de elección de la mujer, y ella quiere
transmitir las consecuencias cuando la elección
es la muerte. La creciente impopularidad del aborto está llevando a sus
partidarios a abandonar ese término, que durante años fue panacea para
disfrazar el crimen como una conquista.]
"Dios me pedía confiar en Él, pero yo no sabía
dónde hacerlo", recuerda. Pero aquella semana había una conferencia
sobre el aborto en la iglesia. Se apuntó, y cuando volvió a casa, "con
miedo y pena", le dijo a su marido que sentía como
si Dios quisiese que venciese aquel dolor: "Me apoyó mucho. Me fui a la
cama pensando: Dios, si quieres que vaya a esa conferencia, mándame una
señal".
Y aquella noche soñó: "Soñé con la caja. Con su
color. Con su ubicación. Con el contenido. Mi marido subía al desván y
la encontraba allí". A la mañana siguiente, fue al desván y,
efectivamente, la caja estaba allí: "Al abrirla, abrí mi
corazón. Lloré durante horas. ¿Cómo podía haber sido tan estúpida? ¿Tan
egoísta?".
Así que asistió a la conferencia y aprendió a
afrontar su dolor: "Me llegó el perdón. La vergüenza se fue. Vi cómo
Dios había estado a mi lado durante el tiempo de dolor... Estuvo cada
noche ofreciéndome amor, esperanza, perdón. Le pedí
que rompiese aquellas pesadas cadenas, y lo hizo".
Y hoy con su testimonio quiere contribuir a que
otras mujeres no caigan en esa misma esclavitud. A salvar esas vidas que
le prometió su consejera.
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