Nora es una joven de Viena que
publica su testimonio de conversión y superación cuando tiene 28 años.
El vacío, los desórdenes alimenticios, el alcohol y luego las drogas le
podrían haber llevado al suicidio, como a su ex-novio.
Lo que le salvó fue descubrir que creer en Dios no
era "ser débil", como pensaba, sino todo lo contrario: la fe era una
fuerza para admitir los errores, la realidad, y poder empezar un cambio
radical.
Anorexia y aislamiento
"Al comenzar mi adolescencia sentía un profundo
vacío dentro de mí que se manifestaba en la anorexia", explica Nora. "En
poco tiempo me aislé de todo y de todos, no quería que me molesten,
vivía en mi mundo, me pesaba ser prisionera de
mi propio cuerpo. Me trataba a mí misma con dureza, pero en la relación
con los demás me sentía frágil e insegura, pensaba que no era
inteligente, bella o fuerte como mis coetáneos".
Una familia rota
Se fue alejando de su familia, que además sufría su
propia crisis. Cuando ella tenía 18 años sus padres se divorciaron. Y
ella no quería sentir dolor: quería ser, o al menos parecer, fuerte,
dura.
"No quería sentir el dolor, las inseguridades, el
miedo y todo el sentimiento de culpa", recuerda. ¿Y cómo se combaten
esos sentimientos en una cultura materialista? Con pastillas y
sustancias.
"Comencé a tomar fármacos antidepresivos,
calmantes, y caí en la oscuridad de las tinieblas. Gracias a Dios, mi
padre y su compañera me vieron, me llevaron a su casa por un año y me
ayudaron mucho. Al principio mi padre trató de ayudarme
de distintas maneras, y aunque yo lo rechazaba, él siguió cerca".
Trabajo y oración: el Cenáculo
Finalmente, su padre decidió enviar a Nora a
Italia, a la Comunidad del Cenáculo, una comunidad católica donde los
jóvenes adictos viven juntos en una misma casa, realizan mucho trabajo
físico y manual y mucha oración.
A cada recién llegado se le asigna un "ángel" o
"acompañante", que es un ex-adicto, alguien que ya ha pasado por el
proceso, que se sabe todos los trucos del adicto, sus mentiras
incesantes, dónde esconde la droga o el alcohol, sus justificaciones...
y que no cede ante ellas.
Nora fue al Cenáculo muy en contra de su voluntad,
con la sensación, simplemente, de que su padre quería alejarla de casa
pero no tenía elección. No le gustaba tener que estar en otro país,
tener que aprender italiano, tener que compartir
el lugar con tantas chicas, y dejar sus adicciones. Pero su padre había
sido claro al enviarla: “Si vuelves a casa, tu vida será un infierno”,
le había dicho. "Sus palabras permanecieron dentro, me sacudieron",
señala la joven austriaca.
La vida en el Cenáculo era dura: mucho trabajo, mucha oración, nunca sola. Pero eso era liberador.
Comunidad y fe
"En poco tiempo, la forma de vida de la Comunidad,
el quererse bien, encontrarse, estar atento a las necesidades del otro,
me tocaron mucho y quería ser parte de esta familia", explica.
Y más aún, había una fuerza poderosa que antes había despreciado y ahora le atraía: la fe.
"Encontré la fe. Antes no la conocía porque era
atea. En el pasado, para mí creer en Dios significaba ser débil, en
cambio, descubrí que la fe es la fuerza que te permite decirte que eres
débil y que necesitas ayuda".
La fe era todo lo contrario que autoengañarse, todo
lo contrario de lo que ofrece cualquier adicción con su escapismo: la
fe permitía afrontar la realidad de cara.
"La primera vez que vi a las chicas que se
levantaban de la mesa para decir con sinceridad, delante de todos, que
habían cometido un error, como robar o hacer algo a escondidas, me quedé
con la boca abierta: me latía fuerte el corazón por
su coraje de sacar afuera la basura de la mentira y la falsedad. Yo
nunca había sido capaz de afrontar un problema, de decir la verdad",
apunta Nora.
"Con seis meses de Comunidad le escribí a mi padre
por primera vez diciéndole que había decidido quedarme, que quería
elegir la vida. Después de un tiempo supe que mi padre había recibido mi
carta justo el mismo día que mi ex novio se había
suicidado. Para mí fue un golpe, pero al mismo tiempo me hizo entender
cuánta libertad tenemos para elegir y como podría haber terminado mi
vida".
Poder hablar y abrir el corazón
La sinceridad, el poder hablar y poder confiar,
cambió a Nora y la llevaba a la generosidad: "Abrirme a las hermanas,
pedirles su consejo, creer en su amistad generosa y hacer sacrificios
con y para ellas, me sacaba de la pesadez de mi
egoísmo".
Y de fondo latía el poder del Misterio y la esperanza, tan distinto al falso control y la esclavitud del adicto.
"Me ayudó ver cuánta esperanza tenían las chicas
gracias a la oración y me fascinaba el hecho de no poder entender solo
con mi mente la grandeza de Dios. Me hizo mucho bien sentirme pequeña
delante de Él y necesitada de su Misericordia.
Cuando caía en mi negatividad, en la vergüenza de verme imperfecta,
aprendí a buscarlo y a decirme la verdad delante de Él".
Hoy ella ayuda a otras chicas
La experiencia en la Comunidad del Cenáculo
transformó a Nora y hoy es ella la que ayuda a otras chicas. "Estoy muy
agradecida por haber encontrado a la Comunidad, agradecida a todas las
personas que creían que yo cambiaría, especialmente
a la chica que fue mi ángel custodio y que luchó junto a mí los primeros
meses.Quiero agradecer mucho a las chicas con las que vivo porque me
enseñan a amar más y a sonreír a la vida, don precioso que reencontré y
que hoy deseo dar".
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