Primero que nada quiero agradecer a Dios la oportunidad de compartir con ustedes, lo que ha obrado en mi vida. Mi nombre es Mónica, nací en la ciudad de México hace 62 años. De no haber sido por el amor, misericordia y gracia de Dios, no estaría hoy aquí…Hace 31 años intente suicidarme, entre otras cosas.
Fui criada en el seno de una hermosa familia: mis padres, cinco hermanos, una hermana y yo. Yo siempre ame e idealice a mi familia. Crecí en una jaula de oro, teniendo todo lo que pudiera necesitar o querer, mis padres siempre fueron muy generosos y cariñosos.
Yo era una niña muy amigable, emprendedora y popular. Me sentía segura de mi misma y no había nada que yo quisiera hacer que no hiciera bien…Era una ganadora. ¡Solía agradecerle a Dios por ser tan bueno conmigo! Yo había conocido a Dios por la religión de la familia, pero no tenía una relación personal con Él.
Cuando tenía 26 años, me case por primera vez. Cometí un gran error, me uní a un gran amigo, él estaba enamorado de mí, pero yo no de él. Así que dos años más tarde pedí el divorcio. Fue una experiencia muy triste e hiriente, pues sentía que había fallado, por primera vez en mi vida, en lo que consideraba lo más importante. Rompiendo ambos corazones.
En lo más profundo de mí, el enojo, la culpabilidad y la condenación empezaron a crecer. Al mismo tiempo los problemas comenzaron a surgir en mi “familia perfecta” . Nosotros siempre fuimos muy unidos, entonces todo esto fue aun más doloroso. Mis ídolos se cayeron del pedestal del que yo siempre los había tenido.
Mi relación con mis padres cambió y yo me volví la hija rebelde que jamás había sido. Algunos meses después huí de mis problemas, aceptando un trabajo en Aspen, un resort para esquiar en los Estados Unidos. Estuve muy bien un año. Disfrutando mi “libertad”, de fiesta y esquiando todo lo que quería. Todos mis amigos estaban involucrados con las drogas, yo resistía, pues tenía mucho miedo de ellas.
Enamorada del amor, no podía encontrar el hombre ideal para vivir felices para siempre. Me mantenía buscando el amor en lugares equivocados, rompiendo corazones, incluso el mío. En todo este proceso me perdí. Como ya no era virgen, estaba convencida de que podía tener sexo con todo aquel que yo creía sería mi compañero para siempre.
Un día en el que yo estaba muy deprimida, pues había roto con un tipo que creía era el correcto para mi, mis amigos me ofrecieron mariguana para consolarme, finalmente la probé.
Así que comencé a utilizarla, porque era demasiado buena. No más lágrimas, no más dolor, no más enojo o ansiedad. Todo regresó a la perfección. Después de haber fumado algunos días ya era su esclava. Me mantenía fumada todo el día y lo manejaba tan bien, que podía seguir trabajando y hacer todo aquello que necesitaba hacer.
Un día después del término de la temporada, decidí ir a México, pero me detuve en California para pasar unos días ahí sola, en un departamento rentado por mis padres. Estaba a punto de regresar a hacerle frente al sufrimiento que había dejado. Trate de no fumar, pero algunos días después tuve un horrible ataque de nervios. Destruí completamente el departamento de mis padres.
Lo único que puedo recordar de esa crisis, fue estar completamente extasiada bailando en el marco de la ventana del departamento en el piso 14, sentía que me la estaba pasando genial. Un rato después me metí y comencé a llorar, alucinando y destruyendo todo alrededor mío. Hice esto toda la tarde. Del extremo de la felicidad al de la más profunda tristeza y desesperación.
De hecho fue por esto que se dieron cuenta de que estaba fuera de control. Personas que pasaban por la calle me vieron y le avisaron al portero, pensando que me quería suicidar. La policía entro en el departamento con uno de mis hermanos. Fui llevada a un hospital psiquiátrico en San Diego, dónde permanecí un mes, sin permiso a visitas.
Estando ahí, no tenía idea de lo que había pasado, de qué había hecho o porqué. Me sentía dentro de una pesadilla. Me diagnosticaron como “maniaco-depresiva”, también llamado desorden bipolar. Los síntomas son cambios extremos de ánimo, de la euforia a la depresión severa. Me dijeron que no había cura y me prescribieron Litio y antidepresivos, para tomar por el resto de mi vida, junto con una guía psiquiátrica.
Me llevaron a la casa de mis padres, donde la pesadilla continuó. Los siguientes seis meses permanecí en cama muy deprimida, tomando pastillas, comiendo y tratando de escapar de mi dolor mirando la TV. Me convertí en una comedora compulsiva, pensando que la comida podría llenar el vacío que tenía mi corazón, así que subí 30 kilos y me odie aún más. No salí de la casa, ni respondía a las llamadas de amigos. Me sentía muerta. Mi sangre llena de miedo y ansiedad me quemaba por dentro.
¿Dónde había quedado la Mónica que solía ser? Perdí toda mi valentía, mi confianza y mi auto-estima. Me sentía aterrorizada por el futuro. Mi familia hacía todo lo que podía, pero nada funcionaba, ni los antidepresivos estaban dando resultados. Es en este momento cuando pienso en el suicidio. Esta parecía ser la única salida de este dolor y sufrimiento.
Comencé a pedirle a Dios que me quitara la vida, así no tendría que continuar sufriendo. No quería vivir, pero no tenía el valor de suicidarme. Como no moria comencé a dudar de la existencia de Dios. Así que comencé decirle que si existía me sacara de este hoyo negro. Días después mi cuñada, me invitó a una reunión cristiana, así que acepté. Estaba tan drogada por las medicinas que no entendí mucho de lo que hablaron los pastores.
Lo único que pude escuchar claramente fue la invitación al final, para dar mi vida a Jesús. El pastor me dijo que Jesús me amaba y quería que confiara en Él para que pudiera nacer de nuevo y tener una nueva vida. Me dijo que Dios quería que lo conociera personalmente y que Jesús sanaría mi corazón roto. Fui adelante por oración, ya que necesitaba un milagro.
En ese momento no sabía que estaba haciendo la decisión más importante de mi vida. El proceso de sanación fue largo ya que Dios tuvo que lidiar con una hija muy rebelde. Después de dos años de hacer todo lo que el pastor me decía comencé a sentirme muy bien, así que deje de ir a la iglesia, de asistir a los cursos bíblicos, entonces deje de crecer espiritualmente.
Pero me mantenía aceptando y creyendo la escritura que el Señor había grabado en mi corazón, el salmo 32,8: “Mónica te instruiré y te enseñaré la senda a seguir, sobre ti fijaré mis ojos”. Dios ha mantenido su promesa en mi vida por 31 años. Pero me mantenía adormecida…la mariguana continuaba siendo mi mejor amiga. Incluso me había convencido de que Dios la había creado para mantenerme feliz y tranquila.
Cada que intentaba parar de fumar, tenía ataques maniaco-depresivos y destruía todo los que estaba a mi alrededor. Así que nuevamente me llevaron a un hospital psiquiátrico y pase otro mes, seguido de una depresión de seis meses. El corazón roto y el enojo, estaban todavía ahí. Contra ellos no existía medicina, ni psiquiatra que pudiera ayudarme. Me mantenía orando y pidiéndole al Señor que me diera el esposo que deseaba, pues la idea de pasar mi vida sola me deprimía aun más.
Dos años después conocí a mi esposo Carlos, en nuestra primera cita nos dijimos todo de nuestros pasados. El en ese tiempo no era creyente. Pero finalmente había encontrado a mi príncipe azul, así que nos casamos ocho meses después. Mi biblia continuaba a empolvarse en el buró, Dios a esperar pacientemente a que lo escuchara. El Señor nos bendijo con 3 hermosos niños. A pesar de que yo tenía a Dios en espera, me había dado lo que siempre había deseado… ¡mi propia familia!
Logré mantenerme sin fumar marihuana por seis años, mientras me embarace y tuve a mis niños. Después caí en la trampa nuevamente. Comencé a fumar todo el día, todos los días. Carlos intentaba detenerme por todos los medios, pero yo simplemente no podía dejarlo. Era una drogadicta y no me daba cuenta. Me escondía de mis hijos para poder drogarme.
Milagrosamente un día tuve la necesidad de comenzar a leer mi biblia. El deseo de estar junto a Dios comenzó nuevamente en mi corazón. Un día durante un paseo en bicicleta, me dio la convicción de que era una adicta y que necesitaba que me liberara de esta atadura. Finalmente te arrepentí y le pedí su ayuda. El Señor siempre ha tenido misericordia de mí y me mostró, dónde tenía que ir para poder ser sanada. Me guió a un hospital cristiano y lo seguí gustosa, pues yo sabía que lo único que necesitaba era estar con Él.
Este tiempo fue de medicina natural, me alimentaron espiritualmente, que era lo que necesitaba realmente. Después de un mes ahí, fui totalmente bendecida. Ernesto y Rita los propietarios del hospital, se convirtieron en mis parientes espirituales, y los amo inmensamente.
Fui bautizada en agua y en el espíritu en su iglesia. Aquí fue donde comencé a vivir una vida cristiana. Deje el hospital llena del Señor, tomada de su mano como nunca antes. Decidí solo Él ocuparía el trono en mi corazón. Pues Él confió en mí y nunca me ha dejado caer. Aún cuando le he fallado tanto, su amor y misericordia nunca se han minimizado.
Dios me mostro que mi deseo de perdonar me había devuelto la vida. Tuve que perdonarme por todas esas cosas que había hecho después de mi divorcio. Necesite aceptar su perdón y permitirle sanar mi corazón. Incluso me permitió perdonar desde lo más profundo de mi corazón a todos aquellos que me habían herido en el pasado.
El dolor, el enojo y el odio desaparecieron, fui liberada!
Muchos años han pasado, y yo he seguido al Señor, conociéndolo en una manera muy profunda. Dios abrió el camino ahí, donde parecía no haber camino, nada es imposible para Dios. El me libero de las pastillas antidepresivas, de los pensamientos suicidas, de los desordenes alimenticios. Pero mi sanación ha sido un proceso largo, con Dios al mando en cada paso.
Jesús es mi salvador y mi sanador. Cuando me siento débil, Él me hace fuerte. Ya no tengo miedo del mañana, porque creo que con él puedo hacer todas las cosas, me enseñó a tener el control de mis emociones, ellas ya no me controlan.
Mi estabilidad ya no depende de las circunstancias o de las personas. No he tocado la mariguana desde hace 19 años, yo había rogado por mi liberación, no he tenido una depresión en 13 años y le doy a Él toda la gloria. Mi marido y mis hijos tienen una nueva madre, estable y totalmente dependiente de Dios.
Quiero agradecer a Dios por mis tres hijos; Moni de 27 años, Karla de 25 y Jeronimo 23. Además por las bendiciones extras que son George el marido de mi hija Moni y mi hermosa nieta Isabella.
Mientras yo me deleite en Él, me concederá las peticiones de mi corazón. Mi Padre es maravilloso y todo poderoso, lo amo con todo mi corazón.
Jesús es mi vida y lo alabaré por siempre.
Mónica Souza de Olivares.
Testimonios en www.convivenciacristiana.org
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