Qué suerte que Ella sea así de caprichosa,
qué suerte que no mire los méritos, que no
le avergüence entregarse a tipos como yo,
que sea porque sí, como la rosa;
qué suerte que no exija papeles triplicados,
ni saber alemán, ni traje gris,
que en Calahorra se encuentre tan bien como en París,
que no la embauquen nombres, premios ni doctorados.
Sólo que tú le gustes —con veinte o con setenta,
feo o guapo, listo o bobo...— y, plaf, se te presenta
deslumbrante, rendida y sin porqué,
del mismo modo que (según se cuenta)
una noche grisácea de los años 50
se presentó Ava Gardner ante Mario Cabré.
[Miguel d'Ors, Siete poemas de Sociedad Limitada, Vitolas del Anaïs, Granada, 2008]
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