Son la oración de Dios que se regala cantándose a sí mismo,
y así mata las penas.
La noche cae; despierto, me vuelve la congoja, la espléndida
visión se ha derretido, vuelvo a ser hombre. Y ahora
dime, Señor, dime al oído: tanta hermosura, ¿matará nuestra
muerte?
SALMO I
(Ex 33,20)
Señor, Señor, ¿por qué consientes que te nieguen ateos ?
¿Por qué, Señor, no te nos muestras sin velos, sin engaños?
¿Por qué, Señor, nos dejas en la duda, duda de muerte? ¿Por
qué te escondes?
¿Por qué encendiste en nuestro pecho el ansia de conocerte,
el ansia de que existas, para velarte así a nuestras miradas?
¿Dónde estás, mi Señor; acaso existes? ¿Eres tú creación de
mi congoja, o lo soy tuya? ¿Por qué, Señor, nos dejas vagar sin
rumbo buscando nuestro objeto? ¿Por qué hiciste la vida?
¿Qué significa todo, qué sentido tienen los seres?
¿Cómo del poso eterno de las lágrimas, del mar de las
angustias, de la herencia de penas y tormentos no has despertado?
Miguel de Unamuno.
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