Dime que es cierto mi vivir. Decidme,
ayudadme a pasar por este río,
por este largo río. En esta niebla
helada, hundida, te pregunto
a Ti, Señor, pregunto si existimos.
Y si en la larga noche, donde nadie
se detiene, decidirte, si en la larga
noche existe alguien que respira
al otro lado, si del otro lado
alguien respira hondo, si respira
despacio, vida plena, a bocanadas.
Y yo que paso como cualquier otro,
aunque apenas me atrevo a pronunciarlo;
y yo que paso, yo que detenido
quisiera estar, decidme; yo que nada
sé, nada sé de todo esto, yo que toco un libro,
que escribo una palabra lentamente...
Y más allá hay la luna, las estrellas.
Gomo diamantes en la noche triste
nos acompañan; hay luceros grandes...
La vida es breve y grandes nos contemplan.
Nadie sabría. Todo lo ignoramos.
Nadie puede escuchar otra palabra que la que
nace viva allá en su pecho.
Y Tú, Señor, Señor de mi destino...
Quisiera pronunciarte lentamente,
creerte hondamente luminoso,
creer en Ti, detrás de la penumbra;
creer que estás oyendo mis palabras,
aplicando tu oído tercamente
y tercamente y delicadamente
ayudando hacia Ti mis pasos tristes.
Sin que nadie lo sepa, ni yo mismo,
que estabas Tú al fondo del pecado
manchándote por todos los sitios, escondido,
respirando despacio, pronunciando
mi nombre (¡yo que te negaba!),
¡mi nombre con amor entre tus labios!
Mi compañero fuiste, Tú silbabas
mi nombre apenas, leve en la penumbra,
en el fondo más negro, resoplado
acaso con fatiga...
Dime, dime...
Carlos Bousoño
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