Segunda historia de ángeles
Una de las más hermosas historias con ángeles
ocurrió cuando sufrí una depresión en 2005. Fue tan profunda que había
decidido matarme, pues ya no quería vivir. Sabía que debía vivir, pero
ya no lo deseaba. Solo deseaba en esos momentos
juntar la fuerza para encontrar un método para acabar con mi vida. Me
levanté de la cama y vi que por la ventana brillaba el sol, a través de
un rayo de luz que entraba vi las caritas de mis hijos como en medio de
un corazón. Un ángel transformaba en corazón
el corazón que perdía. Comprendí en ese momento que tenía que vivir,
pues mis hijos me necesitaban. Me levanté de la cama, me vestí y me fui a
caminar. Me encontré con un viejito chino que se dio cuenta de que yo
estaba mal. Me saludó y me habló de su observación.
(Segundo ángel del día.) Yo le confesé que estaba sufriendo de
depresión. Él me aconsejó que me fuera con él a darme los masajes con
piedras jade calientes. Yo lo seguí y me encontré con un sitio lleno de
gente china, acostados todos en unas camas que llamaban
“nuga beds.” Yo también quise disfrutar de esos masajes y hoy día digo
que soy hija de las piedras jade (¡ángeles de piedra Jade!) porque me
devolvieron la vida.
Tercera historia de ángeles
En otra ocasión, tuve uno de los peores
sufrimientos que puede pasar una mujer que ama con locura: la traición
de mi ex-pareja. Me sentí morir cuando lo supe. Me volví a sentir como
la niña de cinco años que mi madre me tuvo que dejar.
Fue como si se me hubiera acabado el mundo. No encontraba consuelo, ni
paz.
Se apoderaron de mí la tristeza, la soledad, el
dolor, el rencor y la deseperación. Esta vez no quería vivir, pero no
dejé que ese sentimiento me arrastrara esta vez. Fue muy difícil pues no
encontraba salida. Cuando más desesperada estaba
recordé un grupo que me habían recomendado al que la gente llegaba para
sanarse de cosas físicas y emocionales. Yo, como guiada por una fuerza
que no era mía, llegue hasta allá. (Creo que eran ángeles.) Todos los
rezos y rituales se dieron, pero yo no sentía
nada. Seguía tan triste y sin paz, y convencida de que la nube negra del
suicidio me vencería. Cuando terminó, el líder del grupo anunció que si
deseábamos hablar en privado le dejáramos saber. Otra vez, sin entender
qué fuerza me guiaba, levanté la mano.
Después de que terminó con una fila de unas cuatro personas, fue mi
turno.
Le expliqué que ya no tenía fuerzas para seguir. Él
me miró con ojos de amor y me dijo: “Has perdido el espíritu”. Yo dije
que sí con la cabeza y comencé a llorar. Él me dijo: “No te preocupes,
los ángeles que te cuidan te han traído hasta
aquí. Tratare de ayudarte”. No vale la pena explicar los rituales que
hizo, solo que invocó con fuerza que mi espíritu volviera a mi cuerpo.
De repente sentí que tenía que estirarme y levantar mis manos hacia
arriba y sentí como una luz tibia entraba por mi
cabeza y recorría mi cuerpo hasta llegarme a los pies. Tuve que moverlos
como si caminara y pude volver a respirar. En ese momento sentí el
revolotear de los ángeles a mi alrededor.
Son tantas las historias, que no acabaría de
contarlas, pero me da gusto contar estas cosas aunque la gente piense
que estoy loca. No importa, es lo que viví y es lo que me mantiene viva.
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