Cerca de la ciudad de Lyon existe un pueblo en el que vivía un joven que se mantenía con el trabajo de sus manos y sostenía también a su madre, muerto el padre. Amaba ardientemente a Santiago adonde peregrinaba casi cada año y allí presentaba su ofrenda. No se había casado, sino que llevaba una vida honesta junto a su madre viuda. Pero aunque una y otra vez se contenía, sin embargo fue vencido por la voluptuosidad de la vida y fornicó con una jovenzuela. Cuando amaneció, puesto que se había comprometido con unos vecinos suyos a llevar un asno, comenzó su peregrinación a Santiago de Galicia.
Yendo ellos por el camino encontraron a un mendigo que iba a Santiago. Lo tomaron consigo en razón de su compañía, pero más por amor al Apóstol, dándole además el alimento. Y así durante muchos días prosiguieron su camino; el diablo, viendo esta caritativa y pacífica compañía, se llegó calladamente al joven que había fornicado en su casa, en forma humana bastante distinguida y le dijo: «¿No sabes quien soy?» Y él: «De ninguna manera». Y el otro le dice: «Yo soy el apóstol Santiago a quien cada año desde hace ya mucho tiempo, acostumbras visitar y honrar con tus donaciones. Tienes que saber qué contento estaba contigo. Cuántas cosas buenas pensaba que vendrían por ti, pero recientemente, antes de salir de tu casa has fornicado con una mujer y ni entonces ni hasta ahora has hecho penitencia ni has querido confesar y así has emprendido viaje con tu pecado como si tu peregrinación pudiera ser aceptable para Dios y para mí. Primero es necesario que abras tus pecados a una humilde confesión y después pagues lo cometido peregrinando. A quien obrare de otra forma, no le sería aceptada su peregrinación». Dicho esto, desapareció de sus ojos.
Estas cosas que oyó, comenzó a entristecerse maquinando en su interior volverse a casa y confesarse con su sacerdote. Sólo entonces regresaría al camino emprendido. Mientras esto pensaba para sí, el demonio, en la misma forma que se le había aparecido la primera vez, volvió a decirle: «¿Qué es esto que piensas en tu corazón de que quieres volver a tu casa y hacer penitencia y luego volver a mí más dignamente? ¿Es que crees que tu crimen puede borrarse con ayunos y lágrimas? Mucho te engañas. Cree a mis consejos y te salvarás; no podrás salvarte de otra manera. Aunque hayas pecado, yo te quiero y por ello vine a ti para darte tal consejo que puedas salvarte, si me quieres creer». A lo que el peregrino respondió así: «Pensaba como dices, pero después de que me has dicho que todo ello no me aprovecha para la salvación, dime lo que te agrade para que pueda salvarme y con gusto lo pondré por obra». y el otro: .Si de verdad quieres enmendarte sinceramente de tu delito, córtate inmediatamente tus partes viriles, con las que pecaste». A cuyo consejo respondió aquel aterrado: «Si yo me hago lo que me aconsejas hacer, no podré vivir y además seré un suicida, cosa que mil veces oí es algo condenable ante Dios». Entonces el demonio riendo le dijo: «¡Qué poco entiendes las cosas que pueden aprovecharte para la salvación! Te aseguro que si fueses tan prudente como para no dudar en suicidarte, bien contento vendría enseguida con un montón de compañeros a recoger tu alma inmortal. Yo soy el apóstol Santiago que te aconsejo hagas como te digo si quieres venir en mi compañía y encontrar remedio a tu delito». Dichas estas palabras, el peregrino que se llamaba Simple, mientras sus compañeros dormían sacó un cuchillo para aquella acción abominable, y cortó cuanto de viril tenía en sus partes; y después, volviendo la mano, alzó el cuchillo y clavándose la punta, se atravesó el vientre. Pero cuando la sangre saltó abundante y él se agitó palpitando, sus compañeros se despertaron y gritaron preguntándole qué le pasaba. Al no responderles sino que angustiado estaba en las últimas, se levantan entristecidos, encienden antorchas y encuentran a su compañero medio muerto sin valerse ya para responder. Por lo que estupefactos y aterrados no les imputasen su muerte si por la mañana los encontraban en el mismo lugar, huyen abandonándolo envuelto en su sangre con el asno y el pobre al que habían comenzado a alimentar.
A la mañana, cuando la familia se levantó y encontró al muerto no estando claro a quien achacar el asesinato, llamaron a los vecinos para llevarlo a la iglesia a enterrarlo, pero ante el flujo de sangre, se pararon ante la iglesia y depositaron allí el cuerpo. Mientras se preparaba la fosa, el muerto se levantó instantáneamente sobre su catafalco. Esto que vieron los presentes huyeron aterrorizados gritando; esto que oyeron los del pueblo, acudieron curiosos preguntando qué había sucedido. Y ven y escuchan al muerto vuelto a la vida, quien, cuando llegaron más cerca, les contó cuanto le había sucedido. «Yo -les dijo- a quien veis resucitado de la muerte, amé desde niño a Santiago y acostumbré servirle cuanto pude; pero ahora, después de haber decidido peregrinar y llegar hasta este pueblo, se me acercó el diablo y me engañó diciéndome que era Santiago y les contó todo como acabamos de contar. Después de quitarme la vida y de que mi alma saliera del cuerpo, se vino a mí el espíritu maligno que me había engañado, llevando tras de sí una manada de demonios que me robaron sin piedad y me llevaron al lugar de los tormentos llorando y dando voces angustiadas. Y así se encaminaron hacia Roma, pero al llegar a un bosque que se encuentra entre la ciudad y el pueblo llamado Lavicano, Santiago nos alcanzó por la espalda y a los demonios que me llevaban les dijo: «¿De donde venís y a dónde vais?» Le dicen: «¡Oh Santiago! Este no te pertenece, porque de tal forma nos creyó a nosotros que se suicidó. Nosotros lo convencimos, nosotros lo engañamos, nosotros debemos tenerlo». A lo que les contestó: «No me habéis respondido a lo que os he preguntado, pero os alegráis presumiendo de haber engañado a un cristiano, por lo que malos vaya, como pago. Porque este peregrino que os jactáis de poseer no os lo habéis de llevar impunemente». Santiago me parecía un joven de hermoso aspecto de ese color intermedio que la gente llama moreno. Empujándonos él hacia Roma, nos desviamos a donde había un espacio verde, cerca de la Iglesia de San Pedro Apóstol, en la llanura etérea donde una multitud innumerable de santos habían acudido a concilio, presidiéndolo la venerable señora Madre de Dios con muchos y preclaros personajes a derecha e izquierda. Yo comencé a pensar que nunca en mi vida había visto criatura tan hermosa y nada estimé tan hermoso. Ante ella, Santiago, mi piadosísimo abogado se puso en pie ante todos, y a gritos proclamó la argucia de Satanás para engañarme. Ella apenas percibió a los demonios, dijo: «Miserables, ¿qué buscábais en este peregrino de Dios y de mi Hijo y de Santiago su apóstol? Como si no os bastase vuestro castigo que lo queréis aumentar». Cuando ella, en verdad clemente, acabó de hablar, se inclinó sobre las estrellas, y aterrorizados los demonios, y afirmando todos los presentes a la reunión que me habían tratado injustamente, engañándome en contra del apóstol, ordenó la Señora volver a mi cuerpo y así, Santiago tornándome enseguida me devolvió a este lugar. Así he muerto y así he resucitado.
MILAGROS DE PEREGRINOS A SANTIAGO
EDICIÓN, TRADUCCIÓN Y ESTUDIO DE LA NARRACIÓN DE VARIOS 'MILAGROS DE PEREGRINOS'
CONSERVADA EN UN CÓDICE DEL ARCHIVO DE LA CATEDRAL DE SANTO DOMINGO DE LA CALZADA
CONSERVADA EN UN CÓDICE DEL ARCHIVO DE LA CATEDRAL DE SANTO DOMINGO DE LA CALZADA
http://www.vallenajerilla.com/berceo/santiago/milagros.htm
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Todos los comentarios son bienvenidos, este es un espacio de escucha y oración.