¿Me oyes, Señor?
Estoy sufriendo horrores,
encerrado en mí mismo,
prisionero en mí mismo,
no oigo más que mi voz,
sólo me veo a mí,
y tras de mí no hay más que mi sufrimiento.
¿Me oyes, Señor?
Líbrame de mi cuerpo:
es un montón de hambre,
y cuando toca algo con sus innumerables ojos enormes,
con sus mil manos extendidas,
sólo es para agarrarlo
e intentar apagar con ello su insaciable apetito.
¿Me oyes, Señor?
Líbrame de mi corazón:
está hinchado de amor,
pero aun cuando creo que amo locamente,
acabo descubriendo con rabia
que es a mí mismo a quien estoy amando a través del otro.
¿Me oyes, Señor?
Líbrame de mi espíritu:
está lleno de sí mismo,
de sus ideas, de sus opiniones;
no sabe dialogar,
pues no le llegan más palabras que las suyas.
Y yo solo me aburro,
me canso,
me detesto,
me doy asco,
desde que empecé a dar vueltas y más vueltas
en mi sucia piel como un lecho quemante de enfermo
del que se daría cualquier cosa por huir.
Todo me parece ruin, feo, sin luz
... y es que ya no sé ver nada sino a través de mí.
Y siento ganas de odiar a los hombres y al mundo
... y sólo es por despecho puesto que no sé amarlos.
Y quisiera salir,
escaparme,
marchar a otros países.
Porque yo sé que la alegría existe:
la he visto cantar en muchos rostros
Yo sé que la luz brilla:
la he visto iluminando mil miradas.
Mas no puedo salir de mí:
yo amo mi prisión al tiempo que la odio,
pues yo soy mi prisión
y yo me amo,
yo me amor, Señor, y me doy asco.
Y ahora no encuentro ya ni siquiera
la puerta de mi casa:
enceguecido, avanzo a tientas,
me golpeo con mis propias paredes, con mis límites,
me hiero,
me hago daño,
demasiado daño,
y nadie lo conoce porque nadie entró en mí.
Estoy solo, solo.
Señor, Señor, ¿me oyes?
Enséñame mi puerta,
cógeme de la mano,
ábreme,
enséñame el Camino,
la ruta de la luz y la alegría.
... Pero...
Señor, ¿me estás oyendo?
Sí, pequeño, te oigo:
Hace tiempo que acecho tus persianas caídas. Ábrelas:
mi luz te iluminará.
Hace tiempo que aguardo ante tu puerta encerrojada.
Ábrela: me hallarás en el umbral.
Yo te estoy esperando, y te esperan los otros.
Sólo hace falta abrir,
hace falta que salgas de ti mismo.
¿Por qué continuar siendo prisionero de ti mismo?
Eres libre.
No fui Yo quien te cerró la puerta
ni puedo ahora abrírtela.
Eres tú quien tiene echado el cerrojo por dentro.
Titulo: Señor, líbrame de mí mismo.
Autor: P. Michel Quoist
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