QUINTO RELATO
Lo primero fue la noticia de su
muerte. Vino un amigo celador y dijo: Vicenta se ha suicidado.
Entonces intenté reconstruirlo
todo, pero a mi mente sólo acudían recuerdos como fogonazos, miserables piezas
del puzzle. Yo le había dado el alta, le había abierto la puerta, la había
visto marchar. Como cualquier otra alta, ¿no? Nada hubo de especial, por eso no
podía recordarla.
Pocas horas después los bomberos
rescataban su coche hecho trizas del fondo del acantilado de Cabo blanco, que
es el lugar donde van a suicidarse los suicidas.
Me apreté las tuercas, intenté
recordar. En la puerta ella dijo que le había gustado mucho la relajación de
planta, pero que todavía no le había dado una copia en CD.
En otra ocasión, contesté.Claro,
en otra ocasión, dijo ella.
Me di dos besos, dijo muchas
gracias, y desapareció de mi vista.
En el periódico del día siguiente
aparecía una foto del coche siniestrado y la figura de una persona aplastada
contra las rocas. Costaba mucho reconocerla.
La imagen de ella en la planta
era más nítida: pelo blanco, ojo de cristal, setenta años y cierto victimismo,
combinado con una pizca de desinhibición y sarcasmo. Eso sí, le encantaba venir
a relajación. Tal vez era su forma de evadirse, de vaciar la mente de los problemas.
No sé por qué cuando alguien muere uno recuerda esos pequeños detalles y no las
señales que tal vez gritaban que quería ser rescatada y acabar con todo al
mismo tiempo.
Cuando vino el celador y nos lo
contó no lo podía creer. Nada parecía indicar que haría algo así. Lo que pienso
una y otra vez es: qué puedo hacer para que no vuelva a pasar, qué puedo hacer…
SI TE ENCUENTRAS EN UNAS SITUACIÓN PROBABLE DE SUICIDIO ESCRÍBENOS
quierosuicidarme@gmail.com
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