lunes, 25 de abril de 2011

Risa consoladora


“Contempladlo y quedaréis radiantes” Salmo 34, 6.


“Cuando una persona alza su mirada hacia Él, Hacia Jesucristo, le sobreviene una transformación, en comparación con la cual la mayor revolución es una nimiedad. Consiste, sencillamente, en que quien alza la mirada hacia Él, cree en Él, puede llamarse y ser aquí en la tierra hijo de Dios. Es ésta una transformación interior que, sin embargo, resulta imposible que se quede en algo puramente interior. Por el contrario, cuando se produce, se abre paso con fuerza hacia fuera. A esa persona le amanece una gran luz, intensa y constante. Y precisamente esa luz se refleja en su rostro, en sus ojos, en su conducta, en sus palabras y en su manera de comportarse. A una persona así, incluso en medio de sus preocupaciones y sufrimientos, pese a todos sus suspiros y gruñidos, se le causa una alegría: no una alegría gratuita y superficial, sino profunda; no pasajera, sino permanente. Y precisamente esa alegría lo convierte, aun cuando esté triste y sus circunstancias sean igualmente tristes, en una persona alegre. Digámoslo con franqueza: ha recibido algo por lo que reír, y no puede reprimir esa risa ni siquiera cuando, por lo demás, no tiene nada de qué reír. No se trata de una risa malvada, sino bondadosa; ni de una risa sarcástica, sino amable y consoladora; tampoco es una risa diplomática, como se ha hecho habitual en el ámbito político, sino una risa sincera, procedente de lo más profundo del corazón”.

Kart Barth.

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