OMPRESS-JAPÓN (12-02-10) El padre William Grimm, de los misioneros de Maryknoll, antiguo redactor jefe del semanario católico japonés Kattoriku Shimbun, es actualmente editor de la agencia de noticias católica UCA News. En el artículo que reproducimos a continuación expresa el desafío para la misión de
“Por duodécimo año consecutivo, el número de personas que se suicidan en Japón ha sobrepasado las 30.000. Según las estadísticas publicadas por
Hace treinta años, el suicidio ‘típico’ era el de una mujer en sus veinte o treinta años que se enfrentaba a dificultades amorosas como la ruptura con su novio o la perspectiva de nunca encontrar un marido. Otro grupo era el de las mujeres que sufrían dificultades en el matrimonio. Solían matar también a sus hijos, porque pensaban que serían malas madres si los dejaban huérfanos.
Hoy, el perfil ha cambiado, con un 71% de hombres en los suicidios de 2009. La razón más común para matarse son las dificultades económicas, la pérdida de un trabajo o deudas imposibles de pagar.
Otro grupo que ha atraído recientemente la atención por el aumento en los suicidios es el de los niños. El bullying escolar y las malas notas parecen estar detrás de este fenómeno.
El suicidio no es ajeno ni siquiera entre los cristianos. Probablemente no haya sacerdote en el país con unos cuantos años de experiencia que no haya sido llamado en el curso de su ministerio para que trate las consecuencias de un suicidio.
Quienes de nosotros viven en Tokio no se sorprenden por las altas cifras de los informes policiales. En los últimos años, más de 300 personas se han suicidado cada año en la región saltando desde los andenes de la estación ante los trenes que llegaban. Estar retenido en un tren parado por un suicidio en algún lugar de la línea es una experiencia común para los ciudadanos de Tokio, especialmente en las horas punta de la mañana.
Los ferrocarriles han instalado una iluminación especial y han sustituido los andenes de asfalto negro con azulejos blancos con la esperanza de que un ambiente más brillante pueda detener a los que saltan. De forma gradual, se han instalado en los andenes rejas y puertas que bloqueen el acceso a las vías hasta que los trenes se hayan parado.
Japón siempre ha tenido un alto índice de suicidios y el país ha sido bastante tolerante con la autodestrucción. Tradicionalmente, el suicidio ha sido una forma honorable de reparar una falta o resolver problemas insuperables. Incluso se convirtió en una ceremonia con la práctica del seppuku, el abrirse el vientre ritual (la palabra comúnmente usada en inglés y español, hara-kiri (corte del vientre) es algo vulgar en japonés). El lugar de Tokio del suicidio ritual en 1912 del conde Maresuke Nogi y su esposa Shizuko tras la muerte del emperador Meiji es una capilla sintoísta en la que se venera al conde como divinidad.
Sin embargo, la actitud tolerante de Japón hacia el suicidio está cambiando, y no sólo porque la gente esté cansada de ver cómo se interrumpe su viaje al trabajo por los retrasos causados por los que saltan a las vías.
El aumento de suicidios se ve como un síntoma de algo que va mal en Japón. Quienes se suicidan no son juzgados por sus acciones. El país, sí.
Tras la total destrucción de Japón en
Japón se convirtió en la segunda mayor economía del mundo. En 1979, un libro norteamericano hablaba de Japón como la número uno. Pero entonces todo se derrumbó. La economía se estancó, la población mostró los signos inexorables del envejecimiento y el declive. Parecía que cuando el sufrimiento, el sacrificio y el trabajo duro de la reconstrucción de la posguerra estaban a punto de dar fruto, los japoneses se empezaron a dar cuenta de que habían perdido algo en el camino. No se había dejado nada por hacer en el camino del crecimiento económico, pero el resultado no parecía digno del esfuerzo. Y aquellos que habían llevado a cabo el mayor esfuerzo, no teniendo ya por qué vivir, comenzaron a elegir la muerte.
¿En dónde deja esto a
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