En el año 2003 el suicidio se declaró como un problema de salud pública por
la World Health Organization (WHO), y por tanto la Organización de las
Naciones Unidas (ONU), junto con la Asociación Internacional de Prevención de
Suicidio (IASP), declararon al 10 de septiembre como el Día de la prevención del suicidio. Esto fue posible gracias al trabajo y
dedicación del doctor Edwin S. Shneidman quien logró obtener la atención
pública y política sobre el fenómeno suicida y sus graves consecuencias
sociales.
Edwin S. Shneidman (1918–2009), fue pionero en el campo de la Prevención
del Suicidio además de un prolífico pensador y escritor de este tema,
manteniéndose a la vanguardia en sus estudios y reflexiones durante más de 50
años. Su creatividad, sensibilidad y agudeza de conocimiento hicieron posible
crear una nueva disciplina: la Suicidología, término incluso que él mismo
acuñó. Pocas personas tienen la magnífica oportunidad de crear una nueva
disciplina, darle nombre, forma y trabajar para contribuir a ella de la manera
en que él lo hizo; y más aún, para sensibilizar a otros investigadores
competentes e incentivarlos a invertir en ella haciéndola crecer y ganarse un
lugar importante en las ciencias de lo humano.
El trabajo central de Shneidman, la Suicidología, está basado teóricamente,
y de manera primordial en las causas psicológicas y sociológicas del
suicidio. Creía que la vida se enriquece con la contemplación de la muerte y
el morir; y concibió a la Psicología como la ciencia que debería estar presente
en el estudio de estas formas de expresión de la compleja individualidad de
la persona, pues consideraba al suicidio, básicamente, como una crisis
psicológica. El estudio del suicidio y su propuesta acerca de que éste podría
evitarse, se convirtieron en la pasión de su vida.
Las contribuciones principales de Shneidman han sido conceptuales. Acuñó
palabras y conceptos como suicidología, autopsia psicológica, posvención,
muerte sub–intencionada, dolor psicológico. Su trabajo en el campo del
suicidio puede ser subdividido así: Evaluación conceptual y teórica del
comportamiento suicida; Notas póstumas (o recados suicidas); Aspectos
administrativos y programáticos; Aspecto clínico y de comunidad; Autopsia
psicológica y posvención.
El suicidio se manifiesta como un fenómeno innegable y profundamente
significativo para todas las sociedades del mundo histórico. Es síntoma claro
de la pugna entre las pasiones del hombre, su base biológica y las fuerzas
culturales de su entorno. No obstante, aunque el suicidio es un mismo evento
en todos los casos (una persona se quita voluntariamente la propia vida por
medio de diversos medios), cada sociedad ha mantenido hacia éste
consideraciones y acercamientos tan variables como sus peculiares principios
culturales, religiosos, morales e ideológicos.
El sociólogo Émile Durkheim1 introdujo el acto suicida dentro del catálogo
de los problemas fundamentales de la cultura occidental: consideraba que el
suicidio y sus consecuencias en la comunidad rebasaban el mero plano de lo
moral y se mostraban como una mezcla de condiciones psicopatológicas y
condiciones sociales efectivas, esto es, que el suicidio tenía un trasfondo
que se anclaba en la dinámica comunitaria, y sus efectos en la psique
individual.
Sin embargo, a pesar de que el hecho suicida era ya un tema científico y su
estudio estaba nutriéndose de sus propios presupuestos y conceptos –alejados
de los populares o los religiosos–, las metodologías de investigación seguían
siendo dispares, inconsistentes y ofrecían múltiples respuestas, muchas veces
contrapuestas. En los años 1950 los científicos pensaban que sólo los
enfermos mentales se quitaban la vida, es decir, que el suicidio no era un
fenómeno que se diera entre las personas que no demostraban claros signos de
psicopatología y trastorno mental.
Sin embargo, nuevas teorías y perspectivas de análisis científico dieron
cuenta de que el estudio del acto suicida debía incorporar muchos factores
que hasta ese momento habían pasado inadvertidos, en aras de entenderlo a
cabalidad y, además, poderlo prevenir. Dos fueron las grandes aportaciones a
este respecto. En primer lugar, un descreimiento al presupuesto de que
únicamente los pacientes psiquiátricos eran susceptibles de atentar contra su
propia vida: la tesis a defender era no todo suicida es psicótico, así como
no todo psicótico es suicida. Por otro lado, la propuesta de que todo estudio
del fenómeno acerca de la auto–aniquilación consciente debía diferenciar, en
primera instancia, a los suicidios consumados de aquellos que se hubieran
quedado solamente en tentativas suicidas, o lo que es lo mismo, comprender
que el estudio del suicidio no debía centrarse solamente en la muerte del
sujeto sino también en el momento de su planeación y en los rastros
materiales y textuales que éste dejaba.
Esta visión innovadora que nuestra sociedad occidental contemporánea le
otorga al suicidio fue uno de los legados del doctor Shneidman.
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http://www.scielo.org.mx/scielo.php?pid=S0185-33252010000400008&script=sci_arttext
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