jueves, 21 de abril de 2016

Hora Santa







No he venido a consolarte, ni enjugar tus heridas con mis lágrimas,
ni a ofrecerte mi pecho como refugio de tu cansancio. ..
¿Quién soy yo para darte lo que no poseo,
para ofrecerte un amor que no ha logrado encenderme todavía?

Es tu hora, lo sé. Tu hora
y la de todos aquellos que han sufrido como Tú sufriste
y que sólo por eso pretenden acercarse a Ti.
Yo he llorado también, Dios mío,
y mi soledad es ancha y profunda,
tan ancha que mis ojos no saben dónde está la otra orilla,
la ribera donde huye el desamparo,
donde hay sombras amigas y un agua fresca, pura,
que con un sorbo apagaría esta sed que me abrasa.

Pero no vengo tampoco a pedirte que me sacies y apacigües.
Es justo que muera de sed,
es justo que una inquietud más honda que la noche
torture mi alma y la atenace interminablemente. Es justo...
No me sorprende la angustia que oprime todos los momentos de mi vida,
ni la niebla implacable que entorpece cada uno de mis pasos,
ni ese grumo de acíbar que paraliza mi lengua
y le impide gritar el horror que me invade.

Es justo. Lo sabemos Tú y yo sin decirlo. ..
No vengo a suplicarte que levantes el peso
que lastima mis hombros,
que hagas florecer bajo mis pies las rocas,
que me allanes la senda aceptando de nuevo la carga que me abruma.

Vengo a estar a tus pies, a mirarte despacio, a ser bajo tus ojos...
Y me postro a la entrada del camino que lleva hacia Ti. ..
Y espero silenciosamente, obstinadamente,
sujetando mis sentidos y mis potencias
para que todo lo mío desaparezca,
para que donde estás Tú nada se atreva a existir, a alentar, a afirmarse.

Y por eso, Dios mío,
quiero negarme con todas mis fuerzas a hablarte, a sentirte ;
porque sería sentirme y hablarme,
cuando todo lo mío debe tender a humillarse, a romperse,
a quebrantar sin miedo en mi alma y en mi espíritu
lo propio, lo personal, lo que me aleja de Ti.

Y si tengo paciencia, obrarás el milagro.
Si consigo no resistir, no oponerme, no luchar, obtendré la victoria.
Vencerás Tú, Señor y Dios mío;
permanecerás Tú; y mi viejo ser, devorado por tu presencia,
pasará de esta nada que soy a esa eternidad que eres Tú.

Soy un agua sin cauce. Deténme en tu pozo.
Cíñeme en tus lisas paredes invisibles.
Contéme en Ti. Aprisióname.
¿ Para qué quiero esta libertad que me aleja de Ti,
que eres la libertad verdadera ?
Todos los yugos que he roto me han sujetado
más estrechamente a mí misma haciéndome mi propia esclava,
subordinándome a mis más íntimos desórdenes,
a mis más ocultas contradicciones.

Si ruego, si suplico, si imploro, vuelvo a sentirme,
a evadirme de Ti, de tu ámbito, de tu presencia.
Por eso heme aquí en tierra, inmóvil, sin voluntad,
en un esfuerzo de donación completa y absoluta.
Acéptame, Señor, abrásame para que renazca
verdaderamente y eternamente en Ti...

Ernestina de Champourcin

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