domingo, 15 de diciembre de 2013

¿Qué hace una familia española con siete hijos en una isla perdida…? A través de ellos, Cristo evitó un suicidio…


Por amor a Dios y a su Iglesia muchas familias han dejado todo y se han ido a predicar el Evangelio a los lugares más recónditos del mundo: desde Siberia a las favelas de Brasil. Desde las ciudades más secularizadas del norte de Europa a la África profunda.  Todo por gratitud a Cristo, que ha cambiado sus vidas. Este es el caso también de la familia Atienza, de Madrid, que fue enviada por el Papa Benedicto XVI en 2006 a un lugar muy complicado de situar en el mapa: una pequeña isla en la Micronesia.

David y Maruxa, junto con sus siete hijos y el que está ya en camino, son una de las cientos de “familias en misión”  enviadas por Juan Pablo II y Benedicto XVI, que viven su fe en el seno de la Iglesia y que han hallado su vocación en el Camino Neocatecumenal, uno de los carismas surgidos tras el Concilio Vaticano II.

¿Dónde está Guam?
Esta familia madrileña de la parroquia de Santa María del Monte Carmelo desarrolla su labor misionera en la isla de Guam.  David explica que este lugar “es parte del archipiélago de las Marianas y se encuentra en el océano Pacífico en la Micronesia. Durante más de 300 años fue una colonia española que fue transferida a EEUU en 1898”.  Además, afirma que “las gentes de Guam son variopintas. Los locales se llaman chamorros pero hay población filipina, japonesa, coreana y del resto de Micronesia: chuquises, palauans o yapises”.

Pero, ¿cómo llegó una familia española a un sitio como éste? Ellos explican con naturalidad que ha sido una respuesta a una llamada de Dios. Maruxa relata que después de casarse mientras trabajaban y terminaban el doctorado “nos dimos cuenta de que el vino se había acabado, que el amor humano no iba a llegarnos para vivir el resto de nuestra vida así que fuimos sinceros el uno con el otro y recurrimos a la Iglesia, que nos había prometido renovar este amor”.

“Te llevaré con alas de águila”
Así fue surgiendo esta vocación de anunciar el Evangelio en todo el mundo. Ellos lo vieron como algo natural. Dice la Escritura, tal y como nos recuerdan: “Te llevaré con alas de águila y yo te alimentaré, te saciaré y yo seré tu Dios”. Entonces, “¿cómo te vas a negar a esto? ¡Sería de tontos!”, recuerda esta madre que ya dado a luz a cuatro hijos en Guam.

David agrega que les abrió el oído “ver que Dios estaba presente en medio de nuestra absoluta incapacidad de ser padres y esposos. Que existía la posibilidad de perdonarse unos a otros en Él y que Él hacía posible el amor, la alegría y la paz en medio incluso del sufrimiento cotidiano, de ese sufrimiento opaco que quema todo matrimonio despacio, sin dar la cara”. “¿Cómo no anunciar esto a los demás? ¿Cómo no dar gratis lo que hemos recibido gratis?”.

Anunciar a Cristo con la propia vida
La pregunta que surge ahora es: ¿cuál es su labor en esta pequeña isla del Pacífico? David lo resume asegurando que la “misión que el Papa nos encomendó es anunciar a Jesucristo con nuestra vida, viviendo una vida cristiana” mientras que Maruxa insiste en que “viviendo a la luz de la fe todos los acontecimientos diarios que nos pasan y dejando a Dios que sea nuestro Padre”.

Esta vivencia y la providencia constante interroga a la gente con la que conviven, cumpliéndose así su misión. “No tienes el control de tu vida, todo es un regalo, como el trabajo de David, los hijos que tenemos, las personas que nos visitan, ayudar al Seminario…”.

Los hijos, los verdaderos misioneros
Como familia en misión que son, los hijos se convierten en una parte fundamental puesto que son los que en el día a día en el colegio y con sus amigos evangelizan de forma silenciosa e interrogan a estas familias. Asegura David que “yo me veo un impedimento para la misión. Creo realmente que son mis hijos los verdaderos misioneros y que nosotros, mi mujer y yo, hemos venido aquí simplemente a encarnarlos a ellos en esta tierra. Sin embargo, veo que Dios usa lo que no vale aunque uno se crea que vale algo”. 

De este modo,  el cabeza de familia considera que “mis hijos tienen esa experiencia también: que Dios provee, que nunca falta de nada, que se es feliz cuando se tiene a Cristo y que no hay nada más importante que anunciar el Evangelio a los demás, sea donde sea. Te impresionaría ver con que naturalidad los niños entienden la misión”.

La mujer salvada del suicidio
Estos años en Guam también les ha permitido ver la acción de Dios en innumerables ocasiones. “¡Somos testigos de tantos milagros!”, afirma Maruxa, que añade que “vivimos una vida de aventura”. Estos milagros los han podido ver tanto en su familia como en los demás. Ponen el ejemplo de “una mujer con cinco abortos de la juventud. Cristo la salvó del suicidio porque alguien nos llamó  y la acompañamos durante un tiempo hasta que se confesó después de 30 años. Ella se sintió perdonada. Esto es un milagro, que la gente escuche el Evangelio y repercuta en sus vidas, pidiendo perdón, que quieran cambiar, que empiecen a obedecer, que abandonen un pecado…”. Sólo  por esto, por salvar una vida merece la pena dejar tu casa en Madrid e irte a 14.514 kilómetros lejos de tu familia.

David también destaca otros milagros, “desde ver como Dios provee cada día hasta experimentar el nacimiento aquí en Guam de mi cuarta hija, síndrome de Down, como una gracia inexplicable”.

“Dios siempre te oferta algo mejor”
Como se puede ver la misión no ayuda solo a los “chamorros” sino que sobre todo hace bien a la propia familia, que ha experimentado la necesidad de tener  a Dios presente en todo momento y en toda circunstancia.  “Nosotros que veníamos de nuestras carreras profesionales, de nuestros éxitos, de nuestra idea de familia, de cómo teníamos que llevar nuestra vida y dónde teníamos que invertir y Dios viene y te oferta algo mejor, más pleno y verdadero”, dice Maruxa.

Y ante las tentaciones que tienen en la misión tienen claro el remedio: “es muy importante evangelizar, ir  a las casas y molestar a la gente anunciando la Buena Noticia. Eso te ayuda a no acomodarte”. Además, su misión también consiste en ayudar a los seminaristas, impartir catequesis y en hacer lo que les pida el arzobispo de Guam.

“La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies”, dijo Jesucristo. Esta premisa sigue presente hoy y queda cumplido en un mundo en el que cada rincón, por lejos que éste, la gente necesita conocer a Dios. Allí están miles de misioneros “perdiendo su vida” haciendo presente este Amor.




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