Por amor a Dios y a su Iglesia
muchas familias han dejado todo y se han ido a predicar el Evangelio a
los lugares más recónditos del mundo: desde Siberia a las favelas de
Brasil. Desde las ciudades más secularizadas del norte de Europa
a la África profunda. Todo por gratitud a Cristo, que ha cambiado sus
vidas. Este es el caso también de la familia Atienza, de Madrid, que fue
enviada por el Papa Benedicto XVI en 2006 a un lugar muy complicado de
situar en el mapa: una pequeña isla en la
Micronesia.
David y Maruxa, junto con sus siete hijos y el que
está ya en camino, son una de las cientos de “familias en misión”
enviadas por Juan Pablo II y Benedicto XVI, que viven su fe en el seno
de la Iglesia y que han hallado su vocación en
el Camino Neocatecumenal, uno de los carismas surgidos tras el Concilio
Vaticano II.
¿Dónde está Guam?
Esta familia madrileña de la parroquia de Santa
María del Monte Carmelo desarrolla su labor misionera en la isla de
Guam. David explica que este lugar “es parte del archipiélago de las
Marianas y se encuentra en el océano Pacífico en la
Micronesia. Durante más de 300 años fue una colonia española que fue
transferida a EEUU en 1898”. Además, afirma que “las gentes de Guam son
variopintas. Los locales se llaman chamorros pero hay población
filipina, japonesa, coreana y del resto de Micronesia:
chuquises, palauans o yapises”.
Pero, ¿cómo llegó una familia española a un sitio
como éste? Ellos explican con naturalidad que ha sido una respuesta a
una llamada de Dios. Maruxa relata que después de casarse mientras
trabajaban y terminaban el doctorado “nos dimos cuenta
de que el vino se había acabado, que el amor humano no iba a llegarnos
para vivir el resto de nuestra vida así que fuimos sinceros el uno con
el otro y recurrimos a la Iglesia, que nos había prometido renovar este
amor”.
“Te llevaré con alas de águila”
Así fue surgiendo esta vocación de anunciar el
Evangelio en todo el mundo. Ellos lo vieron como algo natural. Dice la
Escritura, tal y como nos recuerdan: “Te llevaré con alas de águila y yo
te alimentaré, te saciaré y yo seré tu Dios”.
Entonces, “¿cómo te vas a negar a esto? ¡Sería de tontos!”, recuerda
esta madre que ya dado a luz a cuatro hijos en Guam.
David agrega que les abrió el oído “ver que Dios
estaba presente en medio de nuestra absoluta incapacidad de ser padres y
esposos. Que existía la posibilidad de perdonarse unos a otros en Él y
que Él hacía posible el amor, la alegría y
la paz en medio incluso del sufrimiento cotidiano, de ese sufrimiento
opaco que quema todo matrimonio despacio, sin dar la cara”. “¿Cómo no
anunciar esto a los demás? ¿Cómo no dar gratis lo que hemos recibido
gratis?”.
Anunciar a Cristo con la propia vida
La pregunta que surge ahora es: ¿cuál es su labor
en esta pequeña isla del Pacífico? David lo resume asegurando que la
“misión que el Papa nos encomendó es anunciar a Jesucristo con nuestra
vida, viviendo una vida cristiana” mientras que
Maruxa insiste en que “viviendo a la luz de la fe todos los
acontecimientos diarios que nos pasan y dejando a Dios que sea nuestro
Padre”.
Esta vivencia y la providencia constante interroga a
la gente con la que conviven, cumpliéndose así su misión. “No tienes el
control de tu vida, todo es un regalo, como el trabajo de David, los
hijos que tenemos, las personas que nos visitan,
ayudar al Seminario…”.
Los hijos, los verdaderos misioneros
Como familia en misión que son, los hijos se
convierten en una parte fundamental puesto que son los que en el día a
día en el colegio y con sus amigos evangelizan de forma silenciosa e
interrogan a estas familias. Asegura David que “yo
me veo un impedimento para la misión. Creo realmente que son mis hijos
los verdaderos misioneros y que nosotros, mi mujer y yo, hemos venido
aquí simplemente a encarnarlos a ellos en esta tierra. Sin embargo, veo
que Dios usa lo que no vale aunque uno se crea
que vale algo”.
De este modo, el cabeza de familia considera que
“mis hijos tienen esa experiencia también: que Dios provee, que nunca
falta de nada, que se es feliz cuando se tiene a Cristo y que no hay
nada más importante que anunciar el Evangelio a
los demás, sea donde sea. Te impresionaría ver con que naturalidad los
niños entienden la misión”.
La mujer salvada del suicidio
Estos años en Guam también les ha permitido ver la
acción de Dios en innumerables ocasiones. “¡Somos testigos de tantos
milagros!”, afirma Maruxa, que añade que “vivimos una vida de aventura”.
Estos milagros los han podido ver tanto en
su familia como en los demás. Ponen el ejemplo de “una mujer con cinco
abortos de la juventud. Cristo la salvó del suicidio porque alguien nos
llamó y la acompañamos durante un tiempo hasta que se confesó después
de 30 años. Ella se sintió perdonada. Esto
es un milagro, que la gente escuche el Evangelio y repercuta en sus
vidas, pidiendo perdón, que quieran cambiar, que empiecen a obedecer,
que abandonen un pecado…”. Sólo por esto, por salvar una vida merece la
pena dejar tu casa en Madrid e irte a 14.514
kilómetros lejos de tu familia.
David también destaca otros milagros, “desde ver
como Dios provee cada día hasta experimentar el nacimiento aquí en Guam
de mi cuarta hija, síndrome de Down, como una gracia inexplicable”.
“Dios siempre te oferta algo mejor”
Como se puede ver la misión no ayuda solo a los
“chamorros” sino que sobre todo hace bien a la propia familia, que ha
experimentado la necesidad de tener a Dios presente en todo momento y
en toda circunstancia. “Nosotros que veníamos
de nuestras carreras profesionales, de nuestros éxitos, de nuestra idea
de familia, de cómo teníamos que llevar nuestra vida y dónde teníamos
que invertir y Dios viene y te oferta algo mejor, más pleno y
verdadero”, dice Maruxa.
Y ante las tentaciones que tienen en la misión
tienen claro el remedio: “es muy importante evangelizar, ir a las casas
y molestar a la gente anunciando la Buena Noticia. Eso te ayuda a no
acomodarte”. Además, su misión también consiste
en ayudar a los seminaristas, impartir catequesis y en hacer lo que les
pida el arzobispo de Guam.
“La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues,
al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies”, dijo Jesucristo. Esta
premisa sigue presente hoy y queda cumplido en un mundo en el que cada
rincón, por lejos que éste, la gente necesita
conocer a Dios. Allí están miles de misioneros “perdiendo su vida”
haciendo presente este Amor.
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