Año 1912. Amado Nervo tiene la mayor pérdida de su vida: Ana Cecilia Luisa Dailliez su Amada Inmóvil, éste irá mirando la agonía en las inasibles profundidades de su propio ser, cayendo de manera constante en el delirio, no aceptando su realidad. Y lo escuchamos así: ¿Mi secreto? Te lo diré al oído: ¡Estoy enamorado de una muerta!
¿Cuándo en mi camino te hallaré de nuevo?
-¡Cuando Dios lo quiera, cuando Dios lo quiera!
- ¿Y su alma? ¿Por qué no viene?
¡Fue tan mía...! ¿Dónde está?
- Dios la tiene, Dios la tiene:
¡El te la devolverá
quizá!
DIOS mío, yo te ofrezco mi dolor:
¡Es todo lo que puedo ya ofrecerte!
Es Dios quien me castiga así. ¿El Dios de perdón, de bondad y de gracia?”
Sí, pobre niña; Dios se nos manifiesta a veces más despiadado que los hombres.
¡DIOS no ha de devolvértela porque llores!
Mientras tú vas y vienes por la casa
vacía; mientras gimes,
la pobre está pudriéndose en su agujero,
¡Ya todo es imposible!
En esta semana hemos estado enfermos de suicidio; flota el microbio de la muerte en la atmósfera, y llevados por la fiebre de la imitación muchos espíritus inferiores y débiles emprenden el vuelo.
El cianuro está a la orden del día, porque con él es instantánea la muerte; asfixia en pocos segundos. No duele, y la desaparición sin dolor es tentadora.
Es un acto de locura, diría yo, y la locura no es cobardía ni valor, es locura simplemente.
Asimismo, una forma aguda y endémica de esa tremenda enfermedad que podría llamarse el horror de vivir.
-¡Qué imbécil!
LA DEJÉ marcharse sola...
y, sin embargo, tenía
para evitar la agonía
la piedad de una pistola.
<¿Por qué no morir? –pensé-.
¿Por qué no librarme desta
tortura? ¿Ya qué me resta
después de que ella se me fue?>
Pero el resabio cristiano
me insinuó con voces graves:
<¡Pobre necio, tú qué sabes!>
Y me paralizó mi mano.
Tuve miedo..., es la verdad;
miedo, sí, de ya no verla,
miedo inmenso de perderla
por toda una eternidad.
Y preferí, no vivir,
que no es vida la presente,
sino acabar lentamente,
lentamente, de morir.
http://mispalabrasdeotros.blogspot.com/2008/06/amado-nervo-ante-la-muerte.html
¿Cuándo en mi camino te hallaré de nuevo?
-¡Cuando Dios lo quiera, cuando Dios lo quiera!
- ¿Y su alma? ¿Por qué no viene?
¡Fue tan mía...! ¿Dónde está?
- Dios la tiene, Dios la tiene:
¡El te la devolverá
quizá!
DIOS mío, yo te ofrezco mi dolor:
¡Es todo lo que puedo ya ofrecerte!
Es Dios quien me castiga así. ¿El Dios de perdón, de bondad y de gracia?”
Sí, pobre niña; Dios se nos manifiesta a veces más despiadado que los hombres.
¡DIOS no ha de devolvértela porque llores!
Mientras tú vas y vienes por la casa
vacía; mientras gimes,
la pobre está pudriéndose en su agujero,
¡Ya todo es imposible!
En esta semana hemos estado enfermos de suicidio; flota el microbio de la muerte en la atmósfera, y llevados por la fiebre de la imitación muchos espíritus inferiores y débiles emprenden el vuelo.
El cianuro está a la orden del día, porque con él es instantánea la muerte; asfixia en pocos segundos. No duele, y la desaparición sin dolor es tentadora.
Es un acto de locura, diría yo, y la locura no es cobardía ni valor, es locura simplemente.
Asimismo, una forma aguda y endémica de esa tremenda enfermedad que podría llamarse el horror de vivir.
-¡Qué imbécil!
LA DEJÉ marcharse sola...
y, sin embargo, tenía
para evitar la agonía
la piedad de una pistola.
<¿Por qué no morir? –pensé-.
¿Por qué no librarme desta
tortura? ¿Ya qué me resta
después de que ella se me fue?>
Pero el resabio cristiano
me insinuó con voces graves:
<¡Pobre necio, tú qué sabes!>
Y me paralizó mi mano.
Tuve miedo..., es la verdad;
miedo, sí, de ya no verla,
miedo inmenso de perderla
por toda una eternidad.
Y preferí, no vivir,
que no es vida la presente,
sino acabar lentamente,
lentamente, de morir.
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Cuando estoy triste, o deprimido, o de mal humor, procuro no hacer nada que no pueda solucionarse al día siguiente.
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