Quise morirme; pensé suicidarme pero el Señor Jesús me salió al encuentro... y ahora vivo
lunes, 13 de abril de 2009
La Pascua y la salida de la tumba
Pareciera que estamos rodeados del Viernes Santo. El odio, la muerte y la violencia marcan los titulares de la vida pública. El Cercano Oriente no encuentra la paz y, hace poco, España fue víctima del mayor ataque terrorista de toda la historia europea.
Las estadísticas hablan un lenguaje claro. Para muchas personas, la vida ya no plantea perspectivas. La vida por nacer se respeta tan poco como nunca antes. Las tasas de suicidio, también entre las personas mayores, crecen de modo incesante.
Vivimos en un mundo que necesita más que nunca de la experiencia de Pascua de Resurrección. Todos nosotros conocemos épocas de oscuridad y desesperación. Todos nosotros estamos en búsqueda de experiencias pascuales. Por lo general, estas experiencias no irrumpen de modo ruidoso en nuestras vidas, sino que comienzan de modo apenas perceptible y sin llamar la atención. De pronto, el árbol de la vida se llena de nuevos brotes, que antes apenas si habíamos notado. Y de a poco, ¡algo está cambiando! Revive la mirada que ve lo positivo, la alegría por el trabajo, por estar con gente.
Por lo general, se trata de un largo camino, en cuyo recorrido de vez en cuando reaparece el pasado, pero ya no lo hace de modo tan amargo ni tan negativo. Debemos atrevernos a dar pasos hacia algo nuevo, hacia algo que tal vez no veamos aún con claridad, pero de lo que creemos que nos aproximará más a Dios.
Quien tenga suficiente paciencia consigo mismo y con Dios, podrá vivenciar tarde o temprano que también en su vida, después de cada invierno siempre regresa la primavera y lo que parecía marchito, vuelve a florecer. No permitiré que nadie me quite esta esperanza. En esas épocas de oscuridad, las personas son una gran ayuda gracias a su comprensión, su paciencia, su bondad.
Pero hay aún algo más. Es difícil de describir. El Evangelio de los discípulos de Emaús narra un suceso de este tipo. Es Jesús mismo quien nos acompaña en los tramos oscuros del camino de nuestra vida. Él está cerca de nosotros y enciende nuevamente el fuego del corazón casi extinguido. Alguna vez, entonces, se nos cae la venda de los ojos, como a los discípulos de Emaús, y reconoceremos a Jesús detrás de todo y en todo.
Puede ser que entonces también nosotros nos sintamos impulsados a contarles a otros esta experiencia.: "¡Yo he visto, yo he vivenciado a Jesús! ¡Él vive! Este Dios, que más allá del sufrimiento y de la muerte hizo posible nueva vida, realmente existe." La resurrección de Cristo no erradica todo lo negativo ni todo el mal del mundo. Ser una persona creyente no significa dejar de tomar en serio el duelo, el dolor y la muerte, sino todo lo contrario. Tal vez los cristianos seamos aún más sensibles que otros ante estas circunstancias.
La Pascua de Resurrección hace posible mirar lo difícil de la vida, sufrirlo y aceptarlo sin desesperar, sin quebrarse, sin evadirse o, aún peor, entregarse a la tentación de ponerle fin a su vida. La época pascual es una oportunidad para redescubrir los brotes y las flores de nuestro árbol de la vida. Se trata de corregir la dirección de la mirada apartándola de lo oscuro, lo difícil, lo negativo y orientándola hacia la esperanza, la luz, hacia ÉL, hacia Jesús Resucitado.
Les deseo esta experiencia pascual y el valor de anunciarles también a otros esta fuerza vital que surge de la Pascua, tal vez no tanto a través de palabras, sino más bien a través de nuestra actitud positiva. Para nosotros, los cristianos, Pascua de Resurrección no sólo es una fiesta, sino una verdad última que nunca se agota.
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