Suicidios: sucedían cuando se derrumbaban las esperanzas terrenas
Testimonio de Edith Stein, Santa Benedicta de
S.S. Juan Pablo II ha canonizado el 11 de octubre de
Su madre infundió un elevado código ético a sus hijos: Edith aprendió algunas virtudes que nunca perdería: sinceridad, espíritu de trabajo de sacrificio, lealtad... Pero, aunque se educó en un ambiente claramente judío, la fe era más bien superficial. A los diez años supo de la muerte de un tío muy querido, y acabó enterándose de la causa: suicidio, tras la quiebra de su negocio. Acudió al funeral. "El rabino inició la oración fúnebre. Yo ya había escuchado otras oraciones fúnebres. Eran un resumen de la vida del muerto, en que se realza todo lo bueno que había hecho durante la vida, removiendo el dolor de los familiares y sin que por ello se recibiese ningún consuelo. Por fin, con solemne y engolada voz, dijo el rabino: «si el cuerpo se convierte en polvo, el espíritu vuelve a Dios, que es quien se lo dio». Pero, detrás de todo esto, no había una fe en la pervivencia personal y en un volver a encontrarse tras la muerte.
Tuve una impresión totalmente distinta cuando al cabo de muchos años participé en un culto funerario católico, por primera vez. Se trataba del entierro de un sabio famoso. Pero nada se dijo en la oración fúnebre de sus méritos, ni del apellido que había llevado en el mundo. Solamente se encomendaba a
Las virtudes aprendidas en casa, junto a una profunda y despierta inteligencia, hicieron progresar a Edith en el mundo académico, a pesar de los prejuicios contra las mujeres y los judíos de aquella Alemania rígida. Destacó en el colegio, y fue a Göttingen a estudiar filosofía. Allí conoció a Husserl, y, junto con muchos otros, quedó deslumbrada por la nueva fenomenología. "Las Investigaciones lógicas (de Husserl) habían impresionado, sobre todo porque eran un abandono radical del idealismo crítico kantiano y del idealismo de cuño neokantiano. Se consideraba la obra como una «nueva escolástica». (...) Todos los jóvenes fenomenólogos eran unos decididos realistas". Edith, en filosofía, buscaba la verdad. Pero, a la vez, un intenso trabajo la absorbía, y no dejaba tiempo para la consideración de otras cosas; de hecho, no tenía fe.
Dios preparaba su cabeza, pero también otros aspectos que permitirían descubrirle; entre otros, el contacto con el dolor. En 1914 apareció de improviso la guerra. Muchos de los amigos de Edith fueron al frente. Ella no podía quedarse sin hacer nada, y se apuntó como enfermera voluntaria. La enviaron a un hospital austriaco. Atendió soldados con tifus, con heridas, y otras dolencias. El contacto con la muerte le impresionó. Tras ver morir a uno de los primeros, "cuando ordené las pocas cosas que tenía el muerto reparé en una notita que había en su agenda. Era una oración para pedir que se le conservase la vida. Esta oración se la había dado su esposa. Esto me partió el alma. Comprendí, justo en ese momento, lo que humanamente significaba aquella muerte. Pero yo no podía quedarme allí". Tras los trámites pertinentes, se volvió a refugiar en la incesante actividad. Edith recibió
Tras dejar el hospital, siguió a Husserl a Friburgo, y trabajó como su asistente. Ordenó y recopiló los trabajos del maestro, pero, sin un futuro claro en ese puesto, decidió dejar a Husserl e intentar aspirar a una cátedra universitaria. No lo pudo conseguir por ser mujer, y se tuvo que conformar con la dirección de un colegio privado.
Algunas conversiones de amigos y algunas escenas de fe que pudo ver habían impresionado a Edith. Empezó a leer obras sobre el cristianismo, y el Nuevo Testamento. Un día tomó un libro al azar en casa de unos amigos conversos. Resultó ser la autobiografía -
Lo más duro que le esperaba a la recién conversa era decírselo a su familia. Edith era un orgullo para su madre. Por eso mismo se derrumbó y se echó a llorar cuando su hija se reclinó en su regazo y le dijo: "Madre, soy católica". Edith la consoló como pudo, e incluso le acompañaba a la sinagoga. Su madre no se repuso del golpe -lo consideraba una traición-, aunque no tuvo más remedio que admitir, viendo a su hija, que "todavía no he visto rezar a nadie como a Edith".
Todavía les resultó más costoso aceptar la decisión de Edith de hacerse carmelita descalza. Era una decisión meditada durante años, que se hizo realidad en 1934. Emite sus votos en abril de 1935, en Colonia. Se convirtió en Sor Benedicta de
Mientras todo esto sucede, el ambiente en Alemania se va haciendo progresivamente hostil contra los hebreos, desde la llegada al poder de Hitler en 1933. En 1939 sus hermanas del Carmelo de Colonia deciden que es prudente salga de Alemania, y se traslada al convento de Echt, en Holanda.
En la primavera de 1940 Holanda es ocupada por los nazis. A principios de 1942 se decide en las afueras de Berlín la "solución final": el exterminio programado de los judíos. Unos meses después,
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