Marihuana, cocaína, heroína lo tenían enganchado. Desde la
muerte de sus padres, Gregory no tenía límites.
El programa de testimonios Cambio de Agujas, de HM
Televisión, difundió en junio de este año el testimonio de Gregory Aguado, un
joven huérfano esclavo de sus heridas, consumido por la droga. El caudal rebasó
límites llegando a estar a punto de suicidarse. En ese momento oró con toda su
alma a Dios. La verdad, dura, pero liberadora, llegó como un bálsamo.
Un huérfano a la deriva
Gregory Aguado nació en Madrid, “sin tener ya papá y con una
mamá muy enferma”, su madre moriría cuando él tenía 9 años. El dolor era un
nudo en su interior; heridas que no cerraban a pesar del tiempo. Gregory
no sabía cómo expresar lo que le angustiaba, no tenía con quien compartirlo.
“Yo sufría mucho. Salía de la escuela, y todos mis amigos tenían a sus mamás
fuera esperándoles para darles la merienda. Yo salía y no tenía a nadie”.
Fue un fracaso la inserción con su primera familia de
acogida, recuerda… “Cuando yo me iba a la cama, lloraba, aunque tenía lo que
todo niño puede querer. Juguetes, viajes, escuela... Todo. Pero me encontraba
solo”. A los 13 años esta familia atravesó una serie de dificultades y Gregory
fue nuevamente abandonado.
Poco tiempo después, lo recibió una nueva familia, esta vez
en Valencia. Eran católicos observantes. En casa se hablaba de Dios y de la
Virgen con naturalidad. Oraban rezando el rosario e iban a misa diaria. Estaba
contento aquí y cuando con 16 años le propusieron adoptarlo dijo que sí. “Era la
primera vez que yo me sentía amado, querido, y me sentía en familia”.
Heridas ocultas que vive ocultándolas
Pero las heridas de su infancia eran el monstruo oculto que
cada cierto reaparecía. Gregory entonces explotaba… Le costaba aceptar las
reglas familiares, reglas de cualquier tipo de hecho. Incluso rehuía las
expresiones de afecto como un abrazo de sus nuevos padres...
Temía, sin saberlo, abrir su corazón, mostrar su historia…
“porque pensaba que lo que yo llevaba dentro no era bonito”. Y acabó convencido
de que había algo malo en él y debía disimularlo, levantar fachadas, mentir.
Desde los 16 años las conductas evasivas se tornaron un hábito. “Todo lo que yo
pensaba que era malo de mí lo tapaba con la mentira. Yo después he sido un
tóxico dependiente. He sido cocainómano durante mucho tiempo. Pero yo pienso
que mi mayor droga ha sido la mentira. Tapar todo lo que era, tapar todo lo que
yo vivía, todo lo que sentía, intentar no escuchar la voz de la conciencia...”
La mentira
Comenzó a llevar una doble vida. En casa, con la
familia que le actuaba como se esperaba que él fuera. Pero fuera de casa era
distinto. “Con dieciséis años empecé a tomar drogas, marihuana, los porros… Yo
pienso que lo malo fue que a mí me gustaba, sobre todo el cómo me sentía frente
a los otros (estando drogado). Pasaba a transgredir más. Primero pastillas,
luego cocaína, crack, heroína... tantas cosas que he tomado...”
Estaba encadenado a esta doble vida y se había convencido de
que lo podía “controlar”. “Yo incluso iba a Misa, si se tenía que rezar, yo
rezaba”...Pero cuando sus padres descubrieron que faltaba dinero y los engaños
de Gregory, lo confrontaron... “Tomaron una buena decisión. Me dijeron: «Bueno,
si quieres hacer tu vida, vete de casa». Yo con mi orgullo, con mi prepotencia,
me fui. Y lo primero que sufrí fue la calle. Tuve que vivir cuatro meses en la
calle. Trabajando. Lo que cobraba me lo gastaba todo: en mi fiesta, en mis
drogas, en estas cosas. Y ahí, empecé a encontrar la soledad, ya la gente no me
miraba igual, no. Y si yo salía, me tenía que drogar, porque si no me drogaba
no era un día tranquilo”.
Perdiendo el control
Continuó pasando límites y haciendo del consumo de drogas un
asunto casi cotidiano… “Yo pensaba que lo tenía todo controlado y que no era
como los yonquis o como el que está en la calle, que tiene que pincharse, que
está pasando el mono… Pero ya consumía ocho gramos de cocaína al día. Tenía que
robar, tenía que traficar, tenía que hacer de todo… Y lo que más me impresionó
un día, es que yo ya no quería salir… Yo me iba a mi apartamento, tenía
mis cosas y ya estaba. Y eso era mi madre, eso era mi comida, eso era mi dios…
Todo eso, la cocaína era todo eso”.
A los 21 años, Gregory empezó a entender que en realidad no
controlaba nada. Y se asustó… “Sólo me importaba llegar a casa y tener mi
cocaína y ya está. Me empezó a dar miedo porque no me importaban las chicas, no
me importaba el sexo, dejó de importarme todo... Yo me iba a la cama, y cuando
me apoyaba decía: ¡qué mierda de vida tengo! Me levantaba y me iba al sofá, y
ahí me drogaba más para evitar las voces”.
Clamando a Dios
A los 22 años, estaba desesperado. Debía tres meses de
alquiler, se había roto una rodilla, vivía esclavo de las drogas, estaba al fondo
del abismo… y entonces, dice, pensó en el suicidio. Pero en una reacción
instantánea oró… “Mira Dios, si estás ahí, dame una respuesta clara, porque ya
no puedo más”, clamó. Luego telefoneó a su madre adoptiva y ella le dijo:
- Ven a casa y vamos a hablar...
Gregory acudió, les habló de dinero... “No he pagado, estoy
así, estoy mal, con esto de la crisis no me pagan…” Pero su madre tenía una
propuesta muy concreta.
- Puedes volver a casa si quieres. Te propongo una cosa:
ingresar en la Comunidad del Cenáculo. Pero a lo mejor no es para ti, porque es
para drogadictos –dijo ella, sin saber de la adicción de Gregory.
- No, eso no es para mí -dijo Gregory.
Pero volvió con su familia y en esos días conoció al
padre Kevin Deakin, de los Siervos del Hogar de la Madre. Kevin Deakin también
había vivido la adicción a las drogas y en la Comunidad del Cenáculo, con
oración, comunidad y trabajo, se había desintoxicado.
“Me explicó su vida, que había estado también en las
tinieblas, en la droga y cómo todo cambió. Empezó a explicarme cómo se
sentía, cómo encontró al Señor. Yo no había escuchado a nadie que sintiera lo
mismo que yo. Y me sentí muy, muy igual”.
Aunque sentía pánico de admitir ante su familia que era
drogadicto, Gregory finalmente se apuntó a “hacer una experiencia” en el
Cenáculo.
Cristo sana
En el Cenáculo, durante dos años, Gregory perseveró sin
drogarse y descubrió la amistad verdadera. También descubrió que podía amarse a
sí mismo. “Abrazar mis pobrezas y darme cuenta de que es normal ser débil y que
es más bonito ser como soy. Me he dado cuenta que esa ha sido mi mayor droga,
que siempre he querido tapar eso”.
Tuvo algunas recaídas, pero volvió a levantarse hasta
comprender la raíz de su dolor y auto-aniquilación… “Quien esté en tristeza que
se pregunte por qué y si realmente le gusta. A mí no me gustaba estar triste.
Yo pienso que en Jesús está todo…, Jesús es alguien que cura, que si tú le hablas
te responde. Y yo, cuando estaba tan desesperado que me quería quitar la vida,
me respondió. Cuando estaba en lo más profundo de mi pecado, en la escoria
misma, Cristo me escuchó, Jesús me escuchó y me dio una respuesta clara. A lo
mejor yo no la veía, pero me dio una respuesta clara".
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