martes, 3 de abril de 2012

ODA III (LIBRO SEGUNDO)



Acuérdate de mantener en los momentos difíciles
un espíritu sereno,
e igualmente en los felices,
preservado de la insolente alegría, oh mortal Delio,
sea que hayas vivido triste en todo momento,
sea que hayas vivido feliz
recostado en una lejana pradera los días de fiesta
con la clase más selecta de tu Falerno.

¿Con qué fin el enorme pino y el blanco chopo
gustan de unir la hospitalaria sombra de sus ramas?
¿Por qué la fugaz agua se afana en brincar
por el tortuoso río?

Manda traer aquí vinos y perfumes y rosas,
flores demasiado efímeras,
mientras que tu situación y tu edad
y el hilo funesto de las tres Parcas lo permiten.

Dejarás los bosques comprados, y la casa,
y la granja que el amarillento Tíber baña;
dejarás, y las poseerá tu heredero,
las riquezas acumuladas.

Si rico, descendiente del antiguo Inaco,
o pobre y nacido de ínfima condición, a la intemperie,
nada importa;
morirás, víctima del Orco que de nada se apiada.

Todos estamos constreñidos a lo mismo:
se agita la suerte de cada uno
que, tarde o temprano, saldrá de la urna
y nos colocará en la barca hacia el eterno exilio.

Horacio

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