Jesucristo vino no para juzgar, sino para salvar (cf Jn 3,17). “Él fue ciertamente intransigente con el mal, pero misericordioso con las personas”[1]. Así la Iglesia católica ha declarado con precisión que el suicidio es un verdadero atentado contra la vida humana, puesto que contradice radicalmente el mandato central de “No matarás”, que implica no matar, ni dejarse matar, ni mucho menos matarse.Sin atrevernos injustamente a condenar al suicida, sino por el contrario, comprenderlo y orar por él, reflexionemos algunos aspectos para orientar la conciencia ante tantas corrientes materialistas, fanáticas o ateas que frecuentemente pretender contraponerse al valor sagrado de la vida humana.
1) El suicidio: una puerta siempre falsa
Uno de los problemas que, desafortunadamente, enfrenta nuestra sociedad actual con mayor frecuencia es el del suicidio[2]. Es el homicidio perpetrado contra sí mismo, es la negación del instinto de conservación potentemente radicado en todo ser viviente. El suicidio es, sin duda, una aberración contra el más fuerte impulso natural, el de la vida. Somos administradores y no propietarios de la vida que Dios nos ha confiado, es contrario al amor del Dios vivo[3].
2) El suicidio como rechazo al amor de Dios
En contestación al ambiente pagano[4], el cristianismo siempre ha condenado el suicidio. El suicidio porque es algo absolutamente inconcebible en la visión bíblica del hombre y de su dependencia con Dios. Según la revelación el hombre recibe la vida de Dios como un don precioso y pertenece continuamente a él y no a sí mismo. El primero y el quinto mandamiento avalan la dependencia a Dios, incluyendo el cuidado de nuestro ser corporal.
En la Sagrada Escritura encontramos trágicos ejemplos de quienes llegaron a suprimir este primer e inalienable valor humano, que es la vida. Así se habla del rey Saúl (1Sam 31,1-6), quien avergonzado y temeroso de David, se arroja sobre su propia espada. Y Judas Iscariote (Mt 27, 3-10), el cual acosado por el remordimiento y confusión arroja las monedas de la traición y se ahorca.
“El suicidio es tan inaceptable como el homicidio, semejante acción constituye, en efecto, por parte del hombre, el rechazo a la soberanía de Dios y de su designio de amor. Además, el suicidio es a menudo un rechazo del amor hacia sí mismo, una negación de la natural aspiración de la vida, una renuncia frente a los deberes de justicia y caridad hacia el prójimo, hacia las diversas comunidades y hacia la sociedad entera”[5]. El suicida generalmente cae en la desesperanza, pues no descubre ya ningún sentido a la vida, ni al sufrimiento físico o moral. Es una especie de cobardía ante las pruebas de la vida.
Nuestra inclinación natural es hacia la vida. Una acción que contradiga esto no puede ser catalogada más que contra natura. El suicidio es gravemente contrario al justo amor hacia sí mismo y también ofende el amor debido al prójimo, ya que rompe los lazos de solidaridad con las sociedades familiar, nacional y humana. En este sentido, el suicidio es una injuria contra la comunidad.
Es también grave la cooperación voluntaria al suicidio porque se elige libremente ayudar a alguien a atentar directamente contra la vida. Aún más, si se comete con intención de servir como ejemplo adquiere además la gravedad de escándalo.
3) Principales causas del suicidio
Es verdad que cada caso, cada suicidio, es un misterio que debe ser respetado. También es cierto que la psicología y la sociología nos ayudan a identificar algunas causas generales que suelen empujar a una persona a caer en un error de esta magnitud. En la actualidad, se suele relacionar mayormente el suicidio con la depresión psíquica[6].
Algunas causas principales y más comunes del suicidio son: el exceso en el consumo del alcohol, la drogadicción, severa crisis económica y confusión sentimental.
Los motivos que llevan a alguna persona al suicidio actúan más fácilmente cuando el hombre o la mujer tienen algunas predisposiciones fundamentales como:
- Falta de actitud religiosa. La fe en Dios y la convicción de que la vida tiene un sentido van estrechamente unidas. Faltando la primera no es raro que venga el colapso de la persona. Es decisiva la convicción de la existencia de la vida eterna.
- El sentimiento de vacío. No es extraño que en tantas personas de nuestro tiempo, en ambientes donde la despersonalización del ser humano es cada vez mayor, nuestros contemporáneos se encuentren en terrenos que preparan para el suicidio.
Nos damos cuenta por los motivos y las predisposiciones al suicidio que una acción de este género no es fruto solamente de una decisión del todo voluntaria del individuo, sino que en gran parte está condicionada. Muchas veces los suicidas estuvieron rodeados de ambientes que los ignoraban, que no los comprendían, que no tuvieron una mano que los condujese o los ayudase. Pronunciar un duro juicio contra ellos no parecerá lo más oportuno ni suficiente. La aparición de un suicida debe ser una oportunidad de reflexión de la sociedad y de cada persona para preguntarse qué se puede hacer para que no se repita más esta tragedia.
4) La Iglesia ora por todos los que han muerto
Es verdad que el juicio acerca de la persona que comete esta acción depende sólo de Dios. La Iglesia ora por todos los que han muerto, sin excepción. Se requiere discreción y prudencia para dar a conocer el caso o mantenerlo en secreto.
Nadie conoce a ciencia cierta los motivos últimos y la libertad que rodearon a una persona para quitarse la vida. Su salvación eterna está en manos del Creador y Autor de la vida. La misma Iglesia ha comprendido bien esto y en su legislación contemporánea así lo ha dejado sentir al modificar el artículo del Código de Derecho Canónico de 1917[7] en el que se prohibía la sepultura eclesiástica de los suicidas. El actual Código[8], al legislar sobre el mismo tema ya nada menciona sobre quienes hicieron esta opción. La Iglesia toda tiene el deber de orar por estas personas, confiando en la misericordia de Dios quien puede facilitarles caminos para que puedan arrepentirse[9].
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[1] Cf PABLO VI, Encíclica Humanae vitae, sobre la regulación de la natalidad, Roma 25 julio 1968,
[2] Cf Anselm GÜNTHÖR, Chiamata e risposta III, Milán 1988, pp 530-536.
[3] Cf CATECISMO de la IGLESIA CATÓLICA, 11 octubre 1992, nn 2280-2281. Véase también Bernhard HÄRING, La ley de Cristo III, Barcelona 1973, pp 218-219, Leandro ROSSI, Suicidio, en: Diccionario Enciclopédico de Teología Moral, Madrid 1980, pp 1027-1032.
[4] Algunas culturas no cristianas, permeadas de una fuerte convicción religiosa -como por ejemplo el islamismo o el hinduísmo- condenan de una manera categórica el suicidio como un acto indebido. El mundo griego de la antigüedad, representado por Aristóteles[4] es claro en reprobarlo, mientras los cínicos, los epicúeros y los estóicos lo exaltan. El mundo contemporáneo, emancipado de Dios, encuentra en Federico Nietzsche un juicio singular, para este filósofo alemán el hombre es “libre por la muerte y en la muerte”. Para esta manera de pensar, del ateísmo pesimista, no es conveniente hablar del suicidio -que ya implica una categoría moral- sino de “muerte libre”: “Cuando uno se elimina a sí mismo, cumple la cosa más digna de consideración que exista”. Esta mentalidad equivocada ha pretendido influir en el mundo contemporáneo.
[5] SAGRADA CONGREGACIÓN para la DOCTRINA de la FE, Declaración Iura et bona, sobre la eutanasia, Roma 5 mayo 1980, I..
[6] En algunos casos, hay motivos patológicos, como los maníacos depresivos, que los conducen a actos suicidas, sobre los cuales es necesario tener un especial cuidado y comprensión.
[7]Cf CODIGO DE DERECHO CANONICO de 1917, c 1240.
[8]Cf CODIGO DE DERECHO CANONICO de 1983, c 1184.
[9]Cf CATECISMO de la IGLESIA CATOLICA, 11 octubre 1992, nn 2280-2283.
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