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Porque Dios existe.
Podéis mandarnos vuestra razón para vivir a nuestro correo quierosuicidarme@gmail.com y la publicaremos tan pronto como nos sea posible.
También la podéis hacer llegar a través del siguiente formulario:
MIL RAZONES PARA VIVIR
Quise morirme; pensé suicidarme pero el Señor Jesús me salió al encuentro... y ahora vivo
«Por mi parte, voy a traer el diluvio, las aguas sobre la tierra, para exterminar toda carne que tiene hálito de vida bajo el cielo: todo cuanto existe en la tierra perecerá. Génesis 6, 17
Salmo 124
Canción de las subidas. De David.
Si Yahveh no hubiera estado por nosotros, - que lo diga Israel -
si Yahveh no hubiera estado por nosotros,
cuando contra nosotros se alzaron los hombres,
vivos entonces nos habrían tragado en el fuego de su cólera.
Entonces las aguas nos habrían anegado,
habría pasado sobre nosotros un torrente,
habrían pasado entonces sobre nuestra alma aguas voraginosas.
¡Bendito sea Yahveh que no nos hizo presa de sus dientes!
Nuestra alma como un pájaro escapó del lazo de los cazadores.
El lazo se rompió y nosotros escapamos;
nuestro socorro en el nombre de Yahveh,
El 27 de noviembre de 1830
Para saber más: http://www.corazones.org/maria/medalla_milagrosa.htm
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MIL RAZONES PARA VIVIR
«
El total de los días de la vida de Adán fue de 930 años, y murió. Génesis 5, 5
Porque, habiendo venido por un hombre la muerte, también por un hombre viene la resurrección de los muertos. Pues del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo. Pero cada cual en su rango: Cristo como primicias; luego los de Cristo en su Venida. 1 Corintios 15, 21-23
Intente varias veces suicidarme, pero la imagen de mi madre me detuvo.
Testimonio de Francisco G. (México)
Un saludo afectuoso para Martín Valverde y toda su gente. Me siento agradecido con Dios por haber conocido a Martín, que aunque no en persona, sí a través de su música, ya hace 6 años, en un retiro de jóvenes, en un tema muy especial, sonó el canto de "Nadie te ama como yo" y sinceramente lloré como nunca lo había hecho antes, dicen que los hombres no debemos llorar pues ese día se rompió para mi ese tabú y me di cuenta que aquel que sufre y ama debe llorar para sanar su corazón y su alma...
Apenas tenía 21 años y nunca había asistido a un retiro. Ustedes saben, solo había ido a la iglesia cuando había hecho mi 1ª Comunión y nada más; pero me entró la curiosidad por saber de lo que era un retiro y por conocer más jóvenes como yo, y ahí me presentaron a un gran amigo, como lo es Jesucristo. Y pusieron a Martín Valverde; me pareció genial su música pues aparte de que es hermosa le da un toque de humor y cariño para nosotros, y quede prendado de sus cantos y de su trayectoria. Pertenecí a dicho grupo de retiros por tres años, y di varios temas en esos retiros; incluso fui coordinador de este por 2 años y fue una etapa maravillosa. Ahí conocí a la que hoy es mi esposa y a Dios en persona, y también a un gran artista y ser humano (además de amigo, así lo considero), como es Martín Valverde...
Aun ahora en mi auto escucho continuamente sus conciertos. A pesar de salir del grupo y de alejarme de la iglesia y de cometer muchos errores, sigo perteneciendo a Jesús y sigo admirando a Martín. A mi me llegó al corazón un canto que dice "Cuando te rindes..." el cual habla de nosotros los jóvenes y nuestros problemas; desgraciadamente me duele escucharla por que me pasó algo similar a lo que le sucedió al muchacho de la historia: intente varias veces suicidarme, pero la imagen de mi madre me detuvo, quiero pensar que Dios a través de ella me detuvo, y me ha hecho lo que ahora soy...
Sabes, Martín te agradezco, por ser como eres y cantar para Dios, pues eres genial. Me gustaría que pronto vinieras por mis tierras, acá para Monterrey, México; te extrañamos un montón y siempre he deseado asistir a un concierto tuyo; espero hacerlo pronto. Acá hay tanta gente que te necesita y espera, como no tienes una idea. Espero poder vivir un encuentro con Dios a través de tus palabras y cantos, pero en vivo. Mucha suerte, amigo mío, no claudiques y se feliz con tus actos, pues rinden muchos frutos...
Ante el suicidio ¿Cómo ayudar?
Marcelo Correa
Decálogo de un corazón herido “humanizado”
http://www.estacionesdelalma.com.ar/ayuda_decalogo.htm
Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie delante del trono; fueron abiertos unos libros, y luego se abrió otro libro, que es el de la vida; y los muertos fueron juzgados según lo escrito en los libros, conforme a sus obras. Apocalipsis 20, 12
Entonces los que temen a Yahveh se hablaron unos a otros. Y puso atención Yahveh y oyó; y se escribió ante él un libro memorial en favor de los que temen a Yahveh y piensan en su Nombre. Serán ellos para mí, dice Yahveh Sebaot, en el día que yo preparo, propiedad personal; y yo seré indulgente con ellos como es indulgente un padre con el hijo que le sirve. Malaquías 3, 16-17
Dedicado a las princesas suicidas que torcieron su camino a la santidad.
Y habiendo expulsado al hombre, puso delante del jardín de Edén querubines, y la llama de espada vibrante, para guardar el camino del árbol de la vida. Génesis 3, 24
Ciertamente, es viva
Pensando en el acto supremo de la rebeldía.
Testimonio de Manuel García Morente: Desde el ateísmo y al sacerdocio.
El nombre de García Morente es bien conocido en
Apenas mes y medio de comenzada la guerra se produjo el vuelco. El 28 de agosto de 1936 recibe una llamada telefónica: su yerno había muerto. El "delito" del yerno consistía en pertenecer a
Tuvo que huir precipitadamente a Barcelona, y de allí a París. Comenzó así un periodo de angustias. "Llegué, pues, a París, sin dinero, y con el alma transida de angustia y de dolor, y además corroída por preocupaciones de índole moral. ¿Había hecho bien en abandonar mi casa y a mis hijas (estaba viudo desde 1923) y ponerme egoístamente a salvo?". Era evidente que no le había quedado otra opción que huir, pero quedaba la duda, un sentimiento de impotencia que nunca había experimentado, y la humillación no sólo de no poder subvenir a las necesidades de los suyos, sino ni siquiera a las propias: tenía que vivir de la generosidad de algunos amigos.
"Así, en París -recuerda-, el insomnio fue el estado casi normal de mis noches tristísimas". Cavilaba sobre su familia y su suerte, pero también empezaba a verse de un modo distinto que antes: "también a veces repasaba en la memoria todo el curso de mi vida: veía lo infundada que era la especie de satisfacción modorrosa que sobre mí mismo había estado viviendo; percibía dolorosamente la incurable inquietud e inestabilidad espiritual en que de día en día había ido creciendo mi desasosiego".
El motivo principal de su angustia seguía inalterado: su familia. La idea de Dios llegó por primera vez a su cabeza: ¿sería un castigo de Dios? "La primera vez que la idea «castigo de Dios» rozo mi mente fue cosa fugaz y transitoria, en la que no paré mientes. Pero por la noche la misma idea reapareció, y esta vez ya con claridad y persistencia tales que hube de prestarle mayor atención. Pero fue para mirarla, por decirlo así, despectivamente y rechazarla con un movimiento de enojo, de orgullo intelectual y de soberbia humana. «No seas idiota», me dije a mí mismo. Y el pensamiento volcó sobre la pobre ideíta, humildita y buena, un montón rápido de representaciones filosóficas, científicas, etc., que la ahogaron en ciernes".
Todo lo que intentaba, no salía; todo lo que salía, no lo había intentado ni previsto. "Yo permanecía pasivo por completo e ignorante de todo lo que me sucedía. Se diría que algún poder incógnito, dueño absoluto del acontecer humano, arreglaba sin mí todo lo mío. (...) Por tercera vez la idea de
Volvió a derrumbarse: "Yo solo en París, desde el octavo piso de la casa del boulevard Sérurier, estaba obligado a esperar, angustiado, el estallido de los hechos que se concertaban o desconcertaban ellos solos, por sí solos, encima de mi cabeza.
Aquellas noches fueron atroces. «¿Qué está haciendo de mí -pensaba- Dios,
En su desesperación, daba vueltas y vueltas a su situación, y al sentido mismo de la vida. "¿Quién es ese algo distinto de mí que hace mi vida en mí y me la regala? Claro está que enseguida se me apareció en la mente la idea de Dios. Pero también enseguida debió asomar en mis labios la sonrisa irónica de la soberbia intelectual. «Vamos -pensé-, Dios, si lo hay, no se cura de otra cosa que de ser. Dejémonos de puerilidades». Y en efecto, realicé el acto interior de rechazar esas que yo llamaba puerilidades. Pero he aquí que las puerilidades insistían en quedarse y se negaban a ser rechazadas". Intentó aplicar el rigor de la filosofía que era su profesión. Pero, para su asombro, su corazón, y poco a poco su cabeza, se iban inclinando a favor de un Dios providente.
"Por una parte, la idea de una providencia divina, que hace nuestra vida y nos la da y atribuye, estaba ya profundamente grabada en mi espíritu. Por otra parte, no podía concebir esa Providencia sino como supremamente inteligente, supremamente activa, fuente de vida, de mi vida y de toda vida, es decir, de todo complejo o sistema de hechos plenos de sentido. Llegado a esta conclusión, experimenté un gran consuelo. Y me quedé estupefacto al considerarlo. «¿Cómo es posible -pensé- que la idea de esa Providencia sabia, poderosa, activa y ordenadora, pero que acaba de asestarme tan terrible golpe, me sea ahora de consuelo?». No lo entendía bien. Pero el hecho era evidentísimo. El hecho era que me sentía más tranquilo, más sereno y reposado. (Mucho tiempo después, leyendo a San Agustín, he descubierto la verdadera clave del enigma en la frase «inquieto está mi corazón hasta que en Ti descansa»)". Pero, ¿por qué esa Providencia parecía tan cruel con él?
Ya más tranquilo, "pensaba en Dios; pero siempre en el Dios del deísmo, en el Dios de la pura filosofía, en ese Dios intelectual en el que se piensa, pero al que no se reza. Dios humano, trascendente, inaccesible, puro ser lejanísimo, puro término de la mirada intelectual". Ante un Dios así concebido sólo cabe una postura: la resignación. Lo intentó, pero sintió primero la frialdad, después la rebeldía. "En mi alma se produjo una especie de protesta, y creo, Dios me perdone, que algo así como una blasfemia subió a mi mente. Creo que acusé de cruel, de indiferente, de burlona, de sarcástica a esa Providencia que se complacía en zarandear mi vida, en traerla y llevarla a su antojo inexplicable, en darle y atribuirle acontecimientos y hechos que yo no quería, que yo repudiaba. ¿ Qué puedo esperar -pensaba yo- de un Dios que así se complace en jugar conmigo, que me engolosina de esa manera con la inminente perspectiva de la felicidad, para hacerla desaparecer en el momento mismo en que yo iba a tenerla ya entre las manos? (...) No me someto al destino que Dios quiere darme; no quiero nada con Dios, con ese Dios inflexible, cruel, despiadado".
En ese estado, se le ocurrió pensar en el acto supremo de la rebeldía, en lo que parecía la máxima expresión de libertad frente a ese Dios dueño de nuestros destinos: el suicidio. "Pero tan pronto como me di cuenta de la conclusión a que había llegado, me espanté de mí mismo. No por la idea de suicidio en sí, que ya en otras ocasiones había estado en los ámbitos de mi conciencia, sino más bien por la absoluta ineficacia de un acto así, que a nada conducía, que nada resolvía".
Estaba en un callejón sin salida. Puso la radio. Música. Primero, César Frank; después, Ravel. Siguió L'enfance de Jésus de Berlioz, bien cantada por un magnífico tenor:
"Algo exquisito, suavísimo, de una delicadeza y ternura tales que nadie puede escucharlo con los ojos secos. (...) Cuando terminó, cerré la radio para no perturbar el estado de deliciosa paz en que esa música me había sumergido. Y por mi mente empezaron a desfilar -sin que yo pudiera ofrecerles resistencia- imágenes de la niñez de Nuestro Señor Jesucristo. Le vi, en la imaginación, caminando de la mano de
En realidad, supuso su conversión. "¿Y qué me había sucedido? Pues que la distancia entre mi pobre humanidad y ese Dios teórico de la filosofía me había resultado infranqueable. Demasiado lejos, demasiado ajeno, demasiado abstracto, demasiado geométrico e inhumano. Pero Cristo, pero Dios hecho hombre, Cristo sufriendo como yo, más que yo, muchísimo más que yo, a ése si que le entiendo y ése sí que me entiende, a ése sí que puedo entregarle fielmente mi voluntad entera, tras de la vida. A ése sí que puedo pedirle, porque sé de cierto que sabe lo que es pedir y sé de cierto que da y dará siempre, puesto que se ha dado entero a nosotros los hombres. ¡A rezar, a rezar! Y puesto de rodillas empecé a balbucir el Padrenuestro. Y ¡horror!, ¡se me había olvidado!".
Siguió de rodillas, rezando como podía. Recordó cómo su madre le había enseñado a rezar, reconstruyó el Padrenuestro, y el Avemaría... y de ahí no pudo pasar. No importaba demasiado; lo cierto era que una inmensa paz se había adueñado de mi alma". Se sentía otro hombre, el "hombre nuevo" del que hablaba San Pablo. Miró por la ventana: vio lo de siempre, Montmartre. Pero los ojos eran nuevos, y vio un significado que no había aparecido antes: ¡Mons Martyrum!, el Monte de los Mártires. Vio los mártires, que aceptaban libremente el supremo sacrificio. "¡Querer libremente lo que Dios quiera! He aquí el ápice supremo de la condición humana. «Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo»".
Las primeras conclusiones, los primeros propósitos, del cristiano Manuel García Morente empezaron a trazarse. "Lo primero que haré mañana será comprarme un libro devoto y algún buen manual de doctrina cristiana. Aprenderé las oraciones; me instruiré lo mejor que pueda en las verdades dogmáticas, procurando recibirlas con la inocencia del niño, es decir, sin discutirlas ni sopesarlas por ahora. Ya tendré tiempo de sobra, cuando mi fe sea sólida y robusta y esté por encima de toda vacilación, para reedificar mi castillo filosófico sobre nuevas bases. Compraré también los Santos Evangelios y una vida de Jesús. ¡Jesús, Jesús! ¡Misericordia! Una figura blanca, una sonrisa, un ademán de amor, de perdón, de universal ternura. ¡Jesús!".
Siguió algo extraordinario. Para reforzar la fe recién renacida, Jesucristo quiso tener en él un detalle extraordinario: hacerse presente de un modo misterioso, pero real; de un modo que no se podía percibir por los sentidos, pero se percibía. "Allí estaba él. Yo no lo veía, yo no lo oía, yo no lo tocaba. Pero Él estaba allí. (...) Y no podía caberme la menor duda de que era Él, puesto que le percibía, aunque sin sensaciones. ¿Cómo es esto posible? Yo no lo sé".
Duró un rato que no se podía medir, y terminó, para no volverse a repetir. Lo necesario, y nada más. Años después, encontró algo parecido en
Al cabo de unos días, cayó el Gobierno en España y, poco tiempo después, pudo reunirse con su familia, en París, y darles la buena noticia de su conversión: ¡gran alegría para una familia en la que él era el único que había carecido de fe!