lunes, 19 de junio de 2017

¿Es peligroso hablar de suicidio en psicoterapia? Por Fabián Maero -






Hace algunos años, una colega que trabajaba en un servicio público de salud mental me contó que estaban haciendo un relevamiento de datos sobre los pacientes, y que tuvieron una pequeña discusión cuando llegaron al punto de evaluar ideación suicida; algunos de los profesionales temían preguntar por miedo a “darle ideas” a los pacientes…
Después de machacarme un dedo con un martillo para distraerme de mi indignación, recordé que no se trata de un caso aislado, este es un temor frecuente en los profesionales. Entre un tercio y un cuarto de los profesionales de salud creen que preguntar sobre suicidio puede generar consecuencias negativas (Bajaj et al., 2008; Stoppe, Sandholzer, Huppertz, Duwe, & Staedt, 1999).

Un terapeuta que no pregunta directamente por ideación suicida, y confiar solo en indicadores indirectos corre el riesgo de pasarlo por alto
Es un temor infundado, pero que genera varios problemas. En primer lugar, genera problemas en la clínica; un terapeuta que no pregunta directamente por ideación suicida, y confiar solo en indicadores indirectos corre el riesgo de pasarlo por alto, o de estimar erróneamente la seriedad de la ideación. En segundo lugar, esto genera problemas en las investigaciones: antes de realizar una investigación debe ser aprobada por un comité de ética que decide si es segura para los participantes; si la investigación inquiere sobre ideación suicida, y los miembros del comité de ética creen que indagar sobre el tema puede aumentar ideación suicida, hay buenas chances de que la investigación no se realice.
Recientemente se publicó una revisión de la literatura sobre el tema (Dazzi, Gribble, Wessely, & Fear, 2014), en la cual se cubrieron varias investigaciones que, directa o indirectamente, analizaron el impacto de preguntar sobre ideación e intencionalidad suicida.
Los datos
Gould y colaboradores(2005), realizaron una investigación en la cual administraron una encuesta a 2342 estudiantes. La mitad recibió una encuesta sobre síntomas psicológicos y estado de ánimo que incluía evaluación sobre suicidio, la otra mitad recibió una encuesta que no la incluía; dos días después de la evaluación inicial administraron otra evaluación para observar si hubo cambios en el malestar y en la ideación suicida como resultado de la evaluación.
Los resultados fueron interesantes: no sólo en ningún caso aumentaron los reportes de ideación suicida ni de malestar como consecuencia de evaluar ideación suicida, sino que los estudiantes que en la primera evaluación manifestaron síntomas depresivos o intentos previos de suicidio mostraron una reducción del malestar e ideación suicida en la evaluación llevada a cabo dos días después.
La de Gould et al. es una investigación interesante, pero tiene la limitación de ser breve: el espacio entre la primera evaluación y la segunda es de dos días. No desesperen: Mathias y colaboradores (2012), realizaron una investigación en la cual realizaron evaluaciones cada 6 meses durante dos años. Los pacientes fueron 170 adolescentes que habían recibido tratamiento en una clínica. Los resultados fueron interesantes, porque encontraron una correlación entre la frecuencia de la evaluación y la ideación suicida… pero la relación fue que a mayor frecuencia de evaluación la evaluación suicida disminuyó.
Ahora bien, estos datos son de población general o de pacientes que tenían ideación suicida, no intentos de suicidio. Quizá en las personas que han intentado quitarse la vida la cosa sería distinta…no?
Resulta que no. En Francia, Vaiva y colaboradores (2006), evaluaron a 605 personas que habían llegado a los servicios de urgencia luego de haber intentos de suicidio por envenenamiento. Los participantes recibieron una evaluación telefónica sobre riesgo suicida luego de un mes o luego de tres meses, y se investigó el efecto que esta breve intervención tuvo luego de un año. Los participantes que recibieron la evaluación tres meses después del intento de suicidio no mostraron un incremento del riesgo comparados con los participantes que no recibieron esa evaluación, y de hecho, los participantes que recibieron la evaluación luego de un mes del intento tuvieron menos probabilidades de realizar un nuevo intento de suicidio durante el seguimiento de un año. La evaluación no se asoció en ningún caso a un aumento del riesgo de suicidio.
En resumen
Las investigaciones no sólo muestran que es seguro indagar riesgo suicida, sino que incluso puede ser beneficioso:
    “Los hallazgos de esta revisión sugieren que tanto en poblaciones de adolescentes como en adultos, reconocer y hablar sobre el suicidio puede de hecho reducir en lugar de aumentar la ideación suicida, con la sugerencia añadida de que repetir las indagaciones pueden beneficiar la salud mental a largo plazo. Los estudios en poblaciones que buscan tratamiento sugieren que preguntar sobre suicidio a personas que están o han tenido intentos suicidas puede llevar a mejoras en la salud mental.”
(Dazzi et al., 2014)

Para los terapeutas, podríamos resumirlo así: no sólo no aumenta el riesgo en ningún caso, sino que es una buena práctica incluir evaluaciones sobre riesgo suicida en las entrevistas iniciales y repetirlas periódicamente.

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