sábado, 23 de julio de 2016

La esperanza.





El aire se enrarece, adensa, espesa

hasta hacerse de plomo en los pulmones,

porque se está matando al hombre.



La sangre se entontece y aguachirla

de no salir al mundo y propagarse,

porque se está matando al hombre.



La luz de las estrellas palidece

y no consuela como en nuestra infancia,

porque se está matando al hombre.



La risa se deshoja, mustia, pasa

sin que nadie la coja y la disfrute,

porque se está matando al hombre.



El beso y el amor no tienen gusto,

agusanados de preocupaciones,

porque se está matando al hombre.



La selva está cercando nuestras casas,

y aúlla, brama y hoza en los umbrales,

porque se está matando al hombre.



Porque se está matando al hombre arde mi canto

tal un diluvio de oro por los trigos;

porque se está matando al hombre y nadie grita

quiero clamar hasta tirar las sombras;

porque se está matando al hombre mis palabras

quieren clavarse como puñaladas,

quieren herir, buscar raíces nobles,

dar coletazos que despierten siglos.



Le está doliendo su dolor al hombre,

un dolor que ya no es literatura

ni puede ser espanto y madamismo,

porque no quedará vivo quien cante

el naufragio indecente de las ratas:

porque los que se salven no tendrán memoria.



Está el hombre ante sí, trágicamente solo,

mientras las aguas crecen sin espera

ahogando justamente, santamente

lo que debe morir.



Perecerá quien deba perecer.

El hombre,

desnudo, hacia el mañana, sobre el miedo.



Por eso está mi canto repicando

sobre el fuego, la muerte, y os convoca,

hombres, para que proclamemos la esperanza





Autor: Ramón de Garcíasol

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